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EN POS DE UN SUEÑO

Después de ocho meses de competencia, en dos semanas finaliza una de las regatas oceánicas más prestigiosas del mundo.

1 de junio de 1998

Para un marinero participar en la regata Whitbread es lo más parecido a lo que representa para un alpinista ascender al monte Everest: un sueño, el máximo desafío, la gloria suprema. Es por eso que debido a su extremada dureza y exigencia esta prueba, que se realiza cada cuatro años desde 1973, es uno de los mayores acontecimientos de la vela oceánica orbital y un punto de referencia para cualquier navegante en el mundo.
Y la actual edición no se ha quedado atrás. Los 10 barcos de la clase WOR 60 que participan en la Withbread partieron del puerto británico de Southampton el pasado 21 de septiembre. Cada una de las tripulaciones, compuestas por 11 navegantes en promedio, deben cumplir con el recorrido más largo que se haya trazado en la historia de la navegación deportiva: 31.600 millas unos 50.560 kilómetros repartidas en nueve etapas que deben ser cubiertas en un tiempo estimado de ocho meses y medio (ver mapa). En cada uno de los puertos las tripulaciones sólo pueden permanecer 48 horas antes de volver a zarpar.
Esta semana es la número 33 desde el inicio de la travesía las embarcaciones emprenden el penúltimo tramo del recorrido desde Baltimore, en Estados Unidos, con rumbo al puerto de La Rochelle, en Francia. De allí partirán hacia la meta: Southampton. Sólo entonces, aproximadamente en dos semanas, se conocerá cuál de los siete países participantes será el ganador del trofeo no hay otros premios de una carrera oceánica que tan sólo es superada en prestigio internacional por la Copa América de regatas.
El hecho de que en esta oportunidad los barcos sean de la misma clase open y tengan las mismas restricciones eslora entre 18 y 19,5 metros, 14.000 kilos de peso en promedio y motores de 75 caballos de fuerza, entre otras especificaciones ha dejado un margen muy reducido a los diseñadores, lo que permite que las diferencias entre tripulaciones disminuyan y el nivel de competencia sea mucho más parejo que en otras ocasiones.
Independientemente de los nombres de los triunfadores lo cierto del caso es que esta regata, al igual que el ascenso al Everest, más allá de ser una épica aventura deportiva de unos cuantos, es la muestra de que aún existen en el mundo personas dispuestas a jugarse hasta la vida en los mares más bravos y los vientos más violentos con el fin de luchar por un sueño. Y eso no tiene comparación.