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ERROR EN EL ESTADIO

El gol anulado al América en El Campín, atiza el debate sobre la corrupción en el futbol

2 de enero de 1989

Con toda seguridad, se trata de la jugada más comentada del fútbol colombiano en los últimos años. Sin embargo, los comentarios no parten del hecho en si -en los estadios colombianos se han visto errores arbitrales peores en partidos igualmente importantes y no se les dio tanto despliegue-, sino del ambiente que ha venido rodeando al balompié nacional en los últimos tiempos, especialmente a partir del secuestro del árbitro Armando Pérez, hace poco más de un mes.
El pasado miércoles 30 de noviembre, Millonarios de Bogotá y América de Cali jugaron uno de los partidos más importantes del presente octogonal final. Si el cuadro caleño perdía, veía muy lejanas las posibilidades de ser campeón y bastante embolatadas las de alcanzar un cupo para la Copa Libertadores, evento al que ha asistido desde hace varios años. Por su parte, Millonarios, de perder el encuentro sería alcanzado por el Nacional en la punta de la tabla, lo que complicaba su aspiración de lograr la estrella número 13.
Con todos estos ingredientes, a los que se debe sumar el de la extrema rivalidad deportiva entre las dos escuadras, la afición que colmó el estadio El Campín lo hizo llena de expectativas.

El fútbol no los decepcionó, pero sí el arbitraje de Fernando Palacio, que dejó mucho que desear a lo largo del encuentro. La piedra de escándalo llegó al minuto 28 de la etapa inicial, cuando, luego de un rechazo de la defensa local, el americano Ceferino Peña remató desde unos 25 metros y marcó el que debía significar el gol de la ventaja para,el visitante. El gol, violento y hermoso, fue validado en un comienzo por el arbitro, quien señaló el centro del campo. Sin embargo, segundos después, Palacio notó que el juez de línea tenía la bandera en alto, en señal de que algún hecho invalidaba la jugada y, por lo tanto, el gol. El árbitro echó pie atrás en su decisión inicial y anuló el tanto, basado en la consideración del juez de línea, quien marcó un fuera de lugar del delantero Ricardo Gareca. Y ahí fue Troya. Protestas del cuadro americano, confusión en la tribuna, comentarios exaltados de los periodistas de radio y de los aficionados.

Lo cierto es que, dados la rapidez de la jugada y los múltiples ángulos que debe cubrir un juez, es muy fácil equivocarse. Como le dijo a SEMANA el comentarista de fútbol Hernán Peláez Restrepo, "no puedo comentar por película. En ese momento, en la cabina de radio, fue un gol claro.
Lo debió anular porfuera de lugar, pero en ese momento para nosotros fue gol claro". Al día siguiente los noticieros de televisión, con todos los avances técnicos del caso y con tomas desde varios ángulos, mostraron que Gareca no estaba en fuera de lugar por escasos 20 centímetros. De tal forma que, teniendo en cuenta que el árbitro no dispone de ningún tipo de ayuda -aparte de los jueces de línea y considerando además lo complejo de la jugada, cualquier determinación era válida o por lo menos explicable. El error de Palacio radicó más bien en validar el gol sin consultar al hombre de línea, especialmente cuando se trataba de un movimiento bastante enredado. Para muchos este es el resultado de las pésimas condiciones físicas, técnicas y disciplinarias del discutido árbitro.

De todos modos, y sin olvidar que la labor arbitral fue deficiente, el gol anulado no daba para tanta polémica. El problema se agrava porque el ambiente futbolero está bastante enrarecido -especialmente en lo que toca a los arbitrajes--, hasta el punto que el ministro de Educación anunció que tomará cartas en el asunto, porque no es posible que después del secuestro de Armando Pérez, la Dimayor no haya hecho ni dicho nada en serio. El nombramiento de jueces por parte de la Dimayor y la costumbre de los equipos de vetarlos, indican a las claras que hay algo que no funciona.

En opinión de buena parte de la crónica deportiva del país, no es bueno que los árbitros dependan de la Dimayor, que a su vez está conformada por los dueños de los equipos. Esto crea una incompatibilidad. Es necesario que se reglamente el arbitraje como una profesión, que se independice y que la vigilancia de sus actuaciones corra por cuenta de un cuerpo disciplinario conformado por antiguos "pitos", e instructores arbitrales, que no dependa en nada ni deba rendirle cuentas de ningún tipo a los dueños de los equipos. Lo que hoy sucede es tan absurdo como si el superintendente bancario fuera elegido por los dueños de las entidades financieras. Un cambio es entonces urgente. Sólo así se podrá garantizar la aptitud deportiva y técnica de los jueces y sus cualidades morales. De lo contrario, habrá que esperar lo peor, pues si hasta el momento el secuestro de Armando Pérez terminó en amenaza, no se sabe qué pueda ocurrir mañana. --