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HABEMUS FUTBOL

A pesar de algunos altibajos, Colombia esta jugando el mejor fútbol de su historia.

20 de junio de 1988

Era algo así como regresar en el tiempo. La selección de fútbol de mayores de Colombia estaba cumpliendo en Europa una gira que, para muchos, debe cambiar la historia del fútbol nacional. Y, al igual que cuando una selección colombiana fue al Mundial de Chile en 1962, no había transmisión de televisión. Los aficionados, con el oído pegado al radio, se emocionaban imaginando, al ritmo de las encendidas narraciones, lo que estaba ocurriendo en las lejanas canchas de Escocia y Finlandia, mientras esperaban que un triunfo en el continente que se inventó el fútbol, borrara definitivamente de la memoria deportiva del país el manido 4-4 contra la Unión Soviética, en el estadio de Arica en Chile en el 62, un monumento al heroísmo deportivo que ya tenía a todos hasta la coronilla. Pero por otro lado, para ayudar a confundir a los despistados y a las señoras que poco entienden de balones y patadas, otra Selección Colombia -la juvenil- jugaba en Argentina una eliminatoria para el Mundial de Arabia Saudita en 1989 y, aunque en este caso sí había imagen de televisión en directo, el radio a todo volumen estaba sonando al lado del aparato de T.V., en una curiosa costumbre que parece ser un rezago de los tiempos del Mundial de Chile.
Pero sea como sea, con radio, o con radio y televisión, la verdad es que los aficionados colombianos habían tenido una semana muy agitada. Mientras la selección de mayores le ganaba a Estados Unidos en Miami, empataba con Escocia en Glasgow, y goleaba 3-1 a la selección de Finlandia que tiene fama de imbatible en su campo de Helsinki, los juveniles se mantenían invictos en la ronda final de la eliminatoria al mundial, ganándole a Paraguay y empatando con un temeroso equipo brasilero, al que habían derrotado 1-0 dos semanas antes.
A los éxitos de los juveniles los colombianos se han ido acostumbrando en los últimos tres años. No sucede así en el caso de la selección de mayores. De ahí la importancia de la gira por Europa, diseñada como preparación para las eliminatorias al Mundial de Italia en 1990, que Colombia deberá disputar el próximo año contra Paraguay y Ecuador. Es la primera vez que un equipo nacional de mayores que pretende llegar a un torneo mundial, comienza su trabajo con tanta anticipación, en un fogueo con rivales de primera línea, como Escocia, Finlandia e Inglaterra, con la que juega este martes. Este tour por el viejo continente incluyó la participación en la copa Sir Stanley Rous (de la que hicieron parte los partidos contra Inglaterra y Escocia) y fue realmente el termómetro adecuado para medir las verdaderas capacidades del fútbol colombiano que, en los últimos años, se ha ido involucrando en el grupo de los mejores del continente, lo que parece estar quedando demostrado con la reciente transferencia de Carlos "el Pibe" Valderrama al equipo francés Montpellier.
Pero, ¿qué es realmente lo que hay detrás de este repentino auge del balompié criollo que ha convertido a los jugadores colombianos en figuras que descrestan a la crítica suramericana y atraen la mirada de los equipos europeos? Se pueden elaborar muchas teorías, pero lo único que está claro es que el fútbol colombiano ha cambiado y que lo ha hecho para bien, que ha adquirido madurez y peso internacional, y que, al parecer de una vez por todas, está saliendo del estado de humildad que lo ha caracterizado desde su nacimiento.
No son lejanos los tiempos en que los equipos profesionales colombianos surtían sus planteles con cualquier "paquete chileno", o argentino, o uruguayo, que había sido desechado por los equipos de su país y que, como no tenía nada mejor que hacer en la vida, se venía para Colombia a descrestar incautos con su acento de "che", y a hacerse a algunos dólares.
Era tan precaria la situación de este deporte a nivel nacional, que en las pocas ocasiones en que los equipos locales tenían el dinero suficiente para hacerse a los servicios de un buen jugador, de una estrella, éstos preferían quedarse en su patria ganando un poco menos, antes que venir a un país al que nadie le reconocía nada de valor en el ámbito futbolístico. Casi la única forma de contratar grandes jugadores, era traerlos cuando llegaban al ocaso de su vida deportiva y, ante el inminente retiro, se inclinaban por venir a Colombia a jugar sus dos o tres últimas temporadas, para recoger unos ahorros y, en muchos casos, montar una churrasquería en alguna ciudad colombiana. De ese estilo de si la obesidad que lo agobiaba le iba a permitir recorrer la cancha hasta el minuto final.

EL EFIMERO "DORADO"
Por el lado de los jugadores nacionales, las cosas no habían ido mejor. En 1949, un año después de que se inauguró el fútbol profesional en Colombia, una huelga de futbolistas argentinos en su patria, trajo al país a las mejores figuras del Cono Sur, que protagonizaron lo que se ha bautizado como la era del "dorado". Pederneras, Rossi y Di Stefanos se pasearon por las canchas colombianas en los años cincuenta, practicando el que se llegó a considerar el mejor fútbol profesional del mundo. Pero, pese a los buenos recuerdos de esa época, en la actualidad no parece tan claro que ese dorado haya sido del todo benéfico. Por una parte, en esos años el fútbol a nivel profesional era toda una novedad en el país y estaba lejos de conformarse un fútbol colombiano con identidad propia. Debido a eso, el que los equipos profesionales jugaran básicamente con futbolistas extranjeros y uno o dos colombianos nada más, puede considerarse como uno de los factores que en forma más clara contribuyeron a retrasar el desarrollo del balompié nacional. Por otra parte, cuando superaron sus problemas en Argentina o abrieron horizontes en Europa, las grandes estrellas del "dorado" se fueron, y dejaron un vacío que era muy difícil de llenar con jugadores nacionales a los que nunca se les había brindado una oportunidad. Claro que si algo se puede rescatar de esa época, aparte de las remembranzas, es que quedó una pauta según la cual el fútbol debía ser vistoso, elegante si se quiere, "El fútbol nacional se divide en antes y después de ese dorado -asegura Jaime Arroyave, entrenador de fútbol y responsable del descubrimiento de muchas figuras, entre ellas Willington Ortiz. "En esos años se vio fútbol del bueno y se dejó un ejemplo a seguir".
De todos modos, pasada esa inolvidable era los equipos tuvieron que resignarse a los jugadores criollos, en pleno proceso de aprendizaje. Fue entonces cuando los descalabros a nivel internacional empezaron a acabar con la paciencia de los aficionados. Colombia perdía siempre con Brasil, Argentina y Uruguay. Y casi siempre con Perú, Chile y Paraguay, pudiendo derrotar apenas a los más inexpertos, los ecuatorianos, venezolanos y bolivianos, en lo que respecta al concierto suramericano. Esa clara inferioridad frente a los grandes del sur se explicaba en la tradición que esos países tenían ya a fines de los cincuenta. Argentina contaba con clubes de fútbol desde finales del siglo pasado. A mediados del siglo, Brasil ya había celebrado un campeonato mundial en su territorio y tenía más de 60 equipos profesionales, cuyas divisiones inferiores eran una fábrica de jugadores a gran escala. Los uruguayos, por su parte, habían sido sede del primer mundial y desde entonces sus canchas estaban siempre copadas de una juventud apasionada por el fútbol.
Enfrentar a cualquiera de esos tres equipos era conseguir, casi automáticamente, una humillante goleada. Por eso mismo, los temerosos técnicos del seleccionado nacional optaron por entrenar a sus jugadores en el juego defensivo, implantando una tradición que aún hoy se aprecía en equipos como el América de Cali, conjunto que con la presencia de algunas estrellas del continente, ha hecho de su juego conservador y mañoso, una especialidad. En ese ambiente de acomplejados, los jóvenes valores que en los potreros de cualquier ciudad se habían destacado por su juego agresivo y habilidoso, cuando tenian la oportunidad de llegar a un equipo profesional, eran transformados por sus entrenadores en tímidos jugadores que se asustaban ante cualquier rival extran)ero y que, por temor a una goleada, se iban a la defensiva para tratar de perder decorosamente por uno o dos goles. Esta actitud, que fue la pauta del fútbol colombiano de los sesenta y los setenta, sacrificó el virtuosismo y la vocación para el ataque y para el gol que se podía ver en los partidos de aficionados. La prueba de que ésta era la causa del fracaso internacional del fútbol colombiano, es que las pocas veces que se trató de jugar diferente, de tocar el balón con fuerza y personalidad, se obtuvieron algunos triunfos. Fue el caso de la selección aficionada del Valle del Cauca que, entre 1954 y 1956, deslumbró a los aficionados con un fútbol talentoso que le permitió, a pesar de su condición de equipo aficionado, derrotar al River Plate, de Argentina, uno de los grandes clubes profesionales del continente que visitó Cali en aquellos días. Esa selección fue la base del equipo nacional que luego clasificó, por primera y única vez en la historia de las selecciones colombianas, al Mundial de Chile en el 62, y en el que se contaban figuras como Marino Klinger, Delio "Maravilla" Gamboa y el "Cóndor" Valencia. Después de esa selección, el juego defensivo se impuso hasta bien entrada esta década.

UN PASO ADELANTE
Tal vez la primera señal de que algo importante estaba por suceder en el fútbol colombiano, la dio el seleccionado juvenil que participó en el torneo Juventud de América de 1979, que se celebró en Paysandú, Uruguay. Esa vez, con jugadores que hoy en día están en la selección de mayores de gira por Europa, el equipo nacional venció 2-1 al encopetado conjunto brasilero. Pero a pesar del triunfo, fueron pocos los que creyeron que estaban soplando nuevos vientos para el balompié colombiano, y como luego volvieron las derrotas, se pensó que esa sola golondrina no había hecho verano.
A mediados de esta década, cuando todo el mundo en el país había perdido ya las esperanzas de tener un fútbol nuevo que acabara con los esquemas ultradefensivos, apareció en el torneo suramericano juvenil una selección de muchachos desconocidos, dirigidos por un hombre excepcional: Luis Alfonso Marroquín. Esa selección logró, en enero del 85, un honroso tercer lugar en ese campeonato, y una casilla para el mundial de la Unión Soviética. Pero más allá del tercer lugar, lo importante fueron los comentarios de la crítica: no hubo un solo comentarista del continente que hubiera visto al seleccionado colombiano, que no destacara que Colombia había jugado en ese torneo el fútbol de mejor calidad, el más vistoso y habilidoso, caracterizado por lo que Marroquín llamaba "el buen trato del balón". De esa selección, al igual que de la del 79, salieron figuras que hoy son estrellas en el equipo de mayores, como el arquero René Higuita, Luis Carlos Perea y J. J. Tréllez. El empuje de ese y de los equipos juveniles que vinieron después, a pesar de las resistencias que causaron inicialmente en los viejos técnicos colombianos que no creían en el fútbol ofensivo que mostraban los jugadores juveniles, terminó por convencer a los aficionados y -lo más importante- a los directivos de que había que tomar la decisión política de inaugurar un nuevo fútbol colombiano.
El primer equipo profesional en darle carta de ciudadanía a ese nuevo balompié fue el Atlético Nacional de Medellín, el mismo que a mediados de los setenta y bajo la batuta del fallecido técnico argentino Oswaldo Juan Zubeldia, comenzó a darle al jugador nacional lo que otros equipos le negaban. "Zubeldía fue el hombre que rompió el fútbol profesional colombiano en dos. Antes de él, no se confiaba en el jugador criollo y no se le daban oportunidades. Jugaban siete extranjeros y sólo cuatro colombianos. Zubeldía confió en los colombianos y les dio buenas bases técnicas", dijo a SEMANA el comentarista Jaime Ortiz Alvear. Entre esos criollos a quienes Zubeldía apoyó, se encontraba un estudiante de odontología llamado Francisco Maturana, que en 1987, convertido ya en técnico y después de haber conducido a una selección nacional juvenil a los preolímpicos de Bolivia, se hizo cargo de la dirección del Nacional. De Zubeldía, Maturana aprendió que el jugador nacional podía estar al mismo nivel de cualquier otro del continente o del mundo, en la medida en que se le pusiera a hacer lo que sabia: tocar el balón, enfrentar con personalidad al contrario y hasta darse el lujo de hacer algunas florituras.
Gracias a Maturana y a los demás técnicos que han encabezado la revolución del fútbol colombiano (Finot Castaño, Jorge Luis Bernal, etc.), es posible ver hoy a jugadores como Carlos Valderrama, armando un equipo, ordenando el juego en el medio campo y diseñando jugadas de ataque, con la tranquilidad de que atrás, en la defensa, hay hombres fuertes, serenos y aplomados, que no sólo cumplen sus labores de marca, sino que respaldan el medio campo y el ataque.
El prototipo del nuevo jugador colombiano es aquel que toca el balón a un compañero, cuando se ve acosado; que lo pelea si se lo quitan; que releva a un compañero si éste se queda rezagado en la marca; y que, sin egoísmo, entrega el balón si ve a un compañero mejor ubicado para anotar un gol. Ver al seleccionado juvenil o al de mayores hoy en día, es ser testigo de un juego disciplinado, casi místico que, a pesar de esa disciplina y de esa mística, permite que los jugadores creen, inventen y se luzcan en busca no sólo de ganar, sino de cautivar a la tribuna.
No hay que creer por esto que ya se llegó a la cima. Lo que está sucediendo debe ser el principio de algo muy grande para el fútbol colombiano. Para que esta nueva edad dorada perdure, habrá que perseverar en las escuelas infantiles y en el apoyo a los equipos juveniles que fueron los que abrieron las compuertas que permitieron la entrada de vientos nuevos. Cuarenta años después de la implantación del fútbol profesional en Colombia, se tiene la mejor de todas las oportunidades para afianzar un fútbol propio, un fútbol colombiano. Según el técnico argentino César Luis Menotti, el fútbol de un país debe ser fiel reflejo de su idiosincrasia. Si esto es verdad, Colombia está empezando a tener el suyo: alegre, agresivo y dispuesto al sacrificio.

COMO JUEGA COLOMBIA
1. El arquero, ante la implantación de la defensa en línea, que permite jugar al fuera de lugar y evitar sorpresas con jugadores hábiles de los otros equipos, ha pasado a jugar un poco afuera del arco. Se convierte en un defensa más que sale a jugar fuera del área chica, en una modalidad que se llama la del "arquero líbero".
2 y 4. La línea defensiva habilita a los dos marcadores de punta como delanteros, para que apoyen en la función de ataque. Mientras tanto, los dos defensas centrales recuperan la pelota y se la entregan a un volante de enlace.
3. El volante de enlace transporta el balón de la media cancha hacia arriba, a la vez que está pendiente de colaborar en funciones defensivas.
5. Los otros mediocampistas o volantes, en el momento del avance se convierten en delanteros. Generalmente dos de ellos se abren hacia las puntas, mientras los otros dos les cubren la espalda.
6. Una vez que se ha logrado conformar una jugada de ataque, con el apoyo de los marcadores de punta que se van al ataque, y el de los volantes que tratan de abrirse hacia las puntas, se hace una abertura en la parte central de la defensa contraria para permitir que, por lo menos uno de los atacantes, llegue con libertad al arco rival.

UN NUEVO TIPO DE PORTERO
"¡Que portero tan bruto! ¡Cómo se salió así y dejo el arco solo!", son algunos gritos de los aficionados que, al ver los partidos de la Selección Colombia, se indignan cuando René Higuita -en las mayores- u Oscar Córdoba -en la juvenil- abandonan el área chica para salir a enfrentar a los atacantes del equipo contrario.
Lo que pasa es que, aunque a simple vista parece un desatino, ese estilo de juego practicado por los porteros colombianos, responde a una táctica que le da a los arqueros otras responsabilidades distintas a la de quedarse bajo el arco a detener los disparos. La institución del libero, un jugador que se quedaba detrás de la línea de defensa y que estaba encargado de recorrer toda el área chica para cubrir los posibles errores de sus compañeros de zaga, ha ido desapareciendo con el tiempo. La razón es sencilla. Ese jugador que se quedaba atrás, imposibilitaba al equipo para al fuera de lugar y, en la mayoría de casos, habilitaba a uno o más jugadores contrarios para que llegaran a enfrentar al portero, en condiciones desventajosas para éste. Ademas, el libero es un jugador en el que se deben mezclar una buena estatura y corpulencia, fuera de excepcionales cualidades técnicas y de velocidad, condiciones difíciles de encontrar en un jugador.
Por eso, se ha regresado a la defensa en línea (ver el otro recuadro), en la que los cuatro defensas avanzan al mismo tiempo para dejar al contrario en fuera de lugar. Esto ha obligado a que el portero oficie de líbero,jugando a lo largo y ancho del área de 18 yardas, para que, en caso de que un contrario le gane la espalda a la defensa, pueda achicarle el ángulo de tiro oportunamente, o derribarlo antes de que entre en el área de penalty. Así mismo, puede obligar a que el contrario frene su carrera mientras decide cómo enfrentarlo, lo que posibilita la llegada de sus compañeros de zaga para hacer el relevo.
Una de las épocas en la historia del fútbol en las que más florecieron los defensas líberos tuvo lugar en el mundial Alemania-74. Pero el furor no duró mucho y se empezó a imponer la modalidad del portero que oficia como líbero (último hombre), que tiene en el portero Hugo Orlando "el loco" Gatti, a uno de sus inventores y, seguramente, su mejor oponente.