Home

Deportes

Artículo

FÚTBOL

Heysel: la sombra de la vergüenza

Los hechos del partido de este miércoles entre Al Masry y al Al Ahly de Egipto, traen a la memoria uno de los peores episodios del fútbol mundial, la tragedia del estadio de Heysel.

1 de febrero de 2012

Los hechos del partido de este miércoles entre Al Masry y al Al Ahly de Egipto han hecho recordar la muerte de 39 personas en una de las mayores tragedias deportivas que se recuerde: la del estadio Heysel, en Bruselas, el 29 de mayo de 1985, cuando la Juventus de Turín y el Liverpool de Inglaterra se encontraron en la trigésima final de la Copa de Campeones (Champions League).
 
Juventus y Liverpool eran los mejores equipos europeos; el partido se anticipaba como una legendaria final, un carnaval de fútbol ofensivo que pasó a la historia por las razones equivocadas.
 
Los ingleses venían de ganar en Roma frente a los dueños de casa su cuarto título europeo el año inmediatamente anterior superando un agresivo ambiente en la capital italiana. Juventus -con Marco Tardelli, el polaco Zbigniew Boniek y el francés Michel Platini- era tal vez el único equipo capaz de hacerle contrapeso al dominio europeo de los rojos.
 
El partido más importante del fútbol del viejo continente había sido programado con unas medidas de seguridad insuficientes en un viejo estadio que, según los testimonios, se caía a pedazos.
 
Una atmósfera excepcionalmente hostil, que algunos hinchas del Liverpool explicaban como la revancha de lo que habían encontrado el año anterior en Roma, se apoderó del estadio. Cuando faltaban unos 90 minutos para el inicio del partido estalló la violencia.
 
Los problemas se concentraron en el sector Z, que estaba destinado para los hinchas neutrales. Las boletas se habían vendido sólo para los aficionados locales, pero muchos hinchas italianos las compraron revendidas.
 
Sólo una cerca los separaba de los tristemente celebres hooligans ingleses que azotaron los estadios dentro y fuera de las islas británicas durante décadas. Embriagados, cientos de ellos, que claramente superaban en número a la policía, saltaron las barreras y fueron tras los hinchas mediterráneos que huían atemorizados. Ante el ímpetu de los perseguidos, un muro cedió.
 
Treinta y nueve personas murieron, incluyendo niños, y cerca de 600 quedaron heridas. Los mil policías dedicados inicialmente a preservar el orden fueron insuficientes, 40 hospitales de Bruselas quedaron saturados y junto a las pilas de ropa y zapatos, un sacerdote daba los ritos finales al lado del terreno de juego.
 
"La gente suele preguntarme como pude fotografiar personas muriendo. Bueno, sentí una increíble presión para registrar lo que ocurrió. Posiblemente es la misma motivación que sienten los corresponsales de guerra. Pero la tragedia vivió conmigo por años. Había visto cuerpos antes, pero siempre recordaré el color azul de aquellos en Heysel" evocaba en The Guardian, Eamonn McCabe, fotógrafo del Observer testigo de aquella noche.
 
A medida que la violencia y los rumores sobre los muertos escalaban, la información se filtraba a los vestuarios, donde los jugadores esperaban el pitazo inicial. A pesar de todo, la UEFA, temiendo un baño de sangre todavía peor, decidió jugar el partido, que comenzó con hora y media de retraso. En medio de la confusión y el caos, las víctimas no se anunciaron por los altoparlantes por el temor a la reacción de los 58.000 hinchas. Los jugadores, que desconocían la verdadera dimensión de la tragedia pero sabían que había muertos de por medio, fueron forzados a jugar.
 
Esos cuerpos se apilaron al lado del terreno de juego y durante el partido fueron visibles para muchos aficionados, incluyendo las esposas de los jugadores en una escena propia de campos de concentración en tiempos de guerra, no de un estadio de fútbol. El partido fue transmitido a 77 países.
 
"Algo murió en mi interior" declaró al final del partido Michel Platini, el autor del solitario penalti que le dio el título a Juventus. Y sin embargo en medio del luto hubo celebraciones.
 
"¿Como puede Europa, representada por dos antiguos pueblos de cultura centenaria, como el italiano y el inglés, mirarse a la cara después de esa bochornosa falta de sensibilidad"afirmaba el editorial de El País de Madrid al día siguiente.
 
En Italia, la embajada y otros intereses británicos fueron atacados. Todo el incidente terminó en una prohibición indefinida para los clubes ingleses para participar en competiciones europeas, prohibición que contaba con el aval del gobierno de Margaret Thatcher, la primera en proponerlo. En la práctica fueron cinco años (y uno extra para el Liverpool). El estadio de Heysel, símbolo de la vergüenza, fue demolido y en su lugar se levanto otro que sirvió como sede de la Eurocopa 2000.
 
Heysel cambió todo en la cultura del fútbol inglés. Unos años después, el 15 de abril de 1989, vino el incidente de Hillsborough, en Sheffield, durante la semifinal de la Copa Inglesa.
 
Por insuficientes medidas de seguridad, aunque sin mediar tal grado de violencia, murieron 96 hinchas del Liverpool. La suma de las dos tragedias llevó al 'reporte Taylor' que implantó la reforma en el fútbol inglés hasta convertir a la Premier League en una de las mejor organizadas del mundo. El hooliganismo ha sido extirpado en gran medida y, aunque todavía existe, nunca se acerca a los niveles de aquella época.
 
Aunque la violencia continúa siendo el dolor de cabeza de muchos espectáculos deportivos fue desde aquel momento cuando comenzó a ser perseguida en los estadios. El trabajo de inteligencia policíaca, los escenarios con silletería en todas las tribunas, la cuidadosa separación de las hinchadas, la prohibición del alcohol y los circuitos de televisión que ayudan a identificar y erradicar a los violentos son algunos de los legados de aquel punto de quiebre.
 
Hoy, cuando es común que un partido se suspenda porque el árbitro es agredido por un objeto que cae desde las tribunas pocos recuerdan aquella tarde en el estadio belga.
 
Pero ese fue el gran campanazo de alerta para el fútbol mundial. Es en gran medida gracias a esa dolorosa lección que cualquier estallido de violencia, racismo o intolerancia es ampliamente condenado. La vergüenza fue el motor de una transformación que todavía tiene mucho terreno por recorrer.