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LA COPA ROTA

La euforia por la victoria y luego el anunciado retiro de Nacional de la Libertadores sepultaron en cuestión de horas la crisis del fútbol colombiano.

15 de octubre de 1990

El anuncio de las directivas del Atlético Nacional de retirarse de la Libertadores de América por la negativa de la Confereración Suramericana de Fútbol de levantar la sanción al estadio Atanasio Girardot para que el equipo paisa jugara su primer partido de la semifinal frente al Olimpia de Paraguay, fue la gota que rebosó la copa. La decisión se tomó el viernes en la noche y al cierre de esta edición todo parecía indicar que los dirigentes no darían un paso atrás.
El desenlance final de este episodio parece una de las tantas repeticiones de una película. Después de azarosos días marcados por denuncias, destapes, goles y autogoles en torno a la participación del Atlético Nacional en la Copa Libertadores, la euforia producida por el triunfo sobre Vasco da Gama en Chile, tuvo la capacidad de sepultar, como por arte de magia, el problema de fondo del fútbol colombiano. Una historia calcada que se vive en ese deporte desde hace dos años: después de cada escándalo, como el asesinato de un árbitro o la parálisis del campeonato interno, surge un catalizador, como la conquista del título suramericano de clubes o la clasificación al Mundial de Italia, capaz de hacer olvidar las penas.
Mientras hace una semana se hablaba de nuevo, como hace dos años, de "limpiar" la actividad de los "dineros calientes", de los apostadores, de los arbitrajes amañados y de los manejos oscuros de algunos encuentros, a las seis de la tarde del pasado jueves la cortina del olvido volvió a tapar la realidad. El que hasta hace una semana era un partido (Nacional-Vasco) que reflejaba en toda la magnitud los problemas del fútbol nacional, durante el pasado fin de semana se convirtió en "el encuentro de la dignidad". Atrás quedaron los incidentes reiterados que desde 1988 acompañan la actividad y que no son ajenos al fenómeno del narcotráfico que sacude al país.
Nadie duda de que en lo deportivo el balompié colombiano está en uno de sus mejores momentos. Los resultados en el campo de juego así lo ratifican y el partido Nacional-Vasco en Chile es la clara confirmación del asunto, lo mismo que la decorosa participación en Italia y los resultados a nivel de selecciones en los últimos años. Sin embargo, dígase lo que se diga, los triunfos han sido suficientes para acallar los sinsabores vividos dentro y fuera de muchas canchas colombianas, dentro y fuera de los equipos, dentro y fuera de sus dirigentes.
Hace una semana el técnico del América, Gabriel Ochoa Uribe, denunció tras un encuentro con el Medellín que el árbitro Jorge Zuluaga pitó con miedo en la capital antioqueña. Horas después se unió al coro el técnico del Santa Fe, Héctor Javier Céspedes, quien insinuó la misma situación. Esa situación fue corroborada por varios silbatos consultados por SEMANA quienes admitieron que dirigir un partido en Medellín "es como ganarse una novia fea". Según ellos, desde su arribo a esa ciudad no cesan las llamadas de apostadores y otros personajes para presionar resultados o para lanzar advertencias.
Y en los últimos días, mientras se discutía el que sin duda fue un amañado fallo de la Confederación Suramericana de Fútbol sobre el encuentro Nacional Vasco, ocurrieron tres hechos que pasaron imperceptibles a la opinión pública colombiana, pero que tienen que ver mucho con el lío. En Suiza fue detenido Edgar García Mantilla, uno de los grandes accionistas del América de Cali (posee 30 derechos sociales) y miembro de su Comité Ejecutivo. Según informes confirmados por la Interpol de Colombia, fue atrapado cuando intentaba "lavar" una millonaria suma de dólares.
Mientras tanto, en la Superintendencia de Control de Cambios se conocieron decisiones en torno a accionistas y directivos de dos clubes: Unión Magdalena y América de Cali.
Se decretó el archivo de una investigación, debido a que no se tomó decisión durante los cuatro años de que dispone la administración para multar o exonerar, en un proceso en el que Ricardo de Jesús Dávila Armenta (accionista del Unión Magdalena) aparecía implicado, al lado de Edgar Gerardo Guerrero, en el manejo ilegal de dólares en unos 700 mil dólares en una cuenta corriente en el Banco Ganadero de Panamá. Al mismo tiempo la Supercambios confirmó una sanción por $ 20.2 millones contra Isidoro Esquenazi Cheres, uno de los grandes propietarios del América, por exportaciones ficticias y posesión e ingreso ilegal de divisas al país.
A primera vista puede decirse ¿y eso qué tiene que ver con el fútbol? Directamente no, pero indirectamente desnuda en qué andan quienes tienen intereses en ese deporte. Hechos nada nuevos en la actividad, pero que unidos muestran la magnitud del asunto. No hay que olvidar que uno de los grandes accionistas del Nacional, Hemán Botero Moreno, fue extraditado desde Colombia hacia Estados Unidos acusado de "lavado de dólares". Y la lista de clubes y accionistas de esas instituciones sancionados por manejo ilegal de divisas se ha hecho interminable en los últimos tiempos.
Precisamente el más grave de los interrogantes que se teje sobre el balompié tiene que ver con la infinidad de "mecenas" que mueven los hilos de los principales clubes de ese deporte. "Los "mecenas" son quienes financian los equipos, los que apuestan y los que han generado la corrupción en el fútbol", aseguró Francisco Santos Calderón en su columna de El Tiempo, la semana pasada. No descubría que el agua moja, pero nada más exacto.
A comienzos de 1989 salió a luz pública el libro "Los amos del juego" en el que se advirtió que "detrás de la polémica siguen dominando el balón "los amos del juego". Unos sindicados, otros sospechosos, otros limpios, algunos empresarios, industriales o políticos y muchos hinchas y mecenas. Una amalgama de personajes que ha logrado reunir el fútbol en torno suyo. Esa mezcla ha provocado enfrentamiento y es una de las causas de la crisis que vive el deporte".

El reportaje periodístico provocó con su aparición la paralisis parcial del inicio del campeonato en 1988 y con numerosos documentos certificó que los hermanos Gonzalo y Justo Pastor Rodríguez Gacha aparecían como propietarios de Millonarios, Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela dominan en el Arnérica de Cali, Eduardo y Ricardo Dávila Armenta manejan el Unión Magdalena y los hermanos Arizabaleta en Santa Fe, para citar algunos ejemplos. También advirtió la publicación sobre la relación dólares negros accionistas de equipos de fútbol (citó los casos de la maleta de Fonseca, las sanciones a Millonarios, Nacional, Bucaramanga y sus accionistas), y a la vez demostró que en el manejo de los contratos con los futbolistas se esta viviendo una gran mentira.
Muchos meses después, a pesar de todas las denuncias conocidas y de expedientes repletos de documentos corroborativos que reposan en varias entidades estatales, todo sigue igual. "De allí que haya sucedido lo que sucedió. Nuestro fútbol no se ha limpiado...El esfuerzo del gobierno pasado fue en vano. Se suspendió un campeonato para nada. Y la famosa comisión de notables pasó sin pena ni gloria. Nunca aportaron nada. Por eso al actual gobierno le va a tocar volver a meterle la mano a nuestro fútbol", agregó Santos Calderón.
La "intervención" del gobierno en el fútbol durante 1989, la misma que culminó con la cancelación del campeona 10 y la verguenza de un país con el mejor fútbol de Suramérica pero sin campeón que lo represente, se quedó en la forma y no tocó el fondo. El entonces ministro de Educación, Manuel Francisco Becerra, ex directivo del América de Cali, dijo a comienzos del año pasado que "no tengo pruebas de que por ejemplo el señor Rodríguez Gacha sea socio de Millonarios, ya que el informe de la Superintendencia no lo dice" . Se trataba, ni más ni menos, de una salida diplomática. En ese momento, en dos dependencias gubernamentales, la Superintendencia de Control de Cambios y la Alcaldía Mayor de Bogotá reposaban pruebas suficientes sobre la situación contraria a la que sugería el vocero del gobierno en la cuestión del fútbol.
Pero ese no fue el único lunar. Cuando el pasado 22 de noviembre el ministro de Educación envió una carta suspendiendo el campeonato por el asesinato del árbitro Alvaro Ortega, exigió claros requisitos para reiniciar la actividad. Uno de los puntos advirtió tajantemente que "para la iniciación del campeonato de 1990, si éste se hiciere, será indispensable la conformación de un Colegio Nacional de Arbitros, independiente de la Dimayor, con presupuesto y organización autónoma, encargado de administrar todo lo relativo al arbitraje" . El torneo de 1990 comenzó y la Comisión no aparece por parte alguna. En conclusión, no se cumplió con uno de los requisitos.
Pero si eso fuera poco, se dio una "manifestación voluntaria y expresa de los directivos, árbitros, jugadores y cuerpo técnico que están libres de coacción intimidadora de cualquier índole". Hace apenas ocho días se comprobó que ese requisito tampoco se atiende ya. Las denuncias de los técnicos Grabriel Ochoa Uribe y Héctor Javier Céspedes confirman esa aseveración. En todo el proceso de denuncia sobre malos arbitrajes tiene mucho que ver el caso de los apostadores. SEMANA logró confirmar que las apuestas se tomaron, incluso, el fútbol aficionado y que además de millonarias sumas de dinero, también, tras cada resultado está de por medio la transferencia de un jugador de uno a otro club.
Pero hay quienes van más lejos aún. Sutil e imperceptiblemente el grueso de los equipos participantes en el campeonato profesional de fútbol colombiano se ha ido dividiendo en bandos.
El mismo columnista Santos Calderón advirtió que bajo la órbita de los "mecenas" de Cali están el América, Bucaramanga y Santa Fe, e incluso algunos suman, en algún momento el Deportivo Pereira, tras la desaparición de su protector Octavio Piedrahíta. De ahí que no sean nada raras las denuncias de los técnicos de estos equipos contra lo que tenga que ver con Medellín.
Otros ven en el rendimiento de algunos clubes el reflejo de lo que sucede por fuera de las canchas. El campeón colombiano durante 1987 y 1988, que se perfilaba en la misma línea en 1989, vio caer dramáticamente su nivel de juego tras la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha. Por eso se asegura que en la mayor parte de los casos la producción futbolística ha sido directamente proporcional al ingreso de los llamados "dineros calientes" a los equipos de fútbol. En medio de la guerra al narcotráfico, que afecta especialmente al Cartel de Medellín, muy emparentado con el "narcoterrorismo", el América de Cali tomó de nuevo vuelo y se acerca a las épocas no muy lejanas en las cuales obtuvo cinco estrellas en línea.
Lo cierto de todo el asunto es que mucha agua ha corrido y poco o nada se ha hecho para detener la enfermedad. Hace ya diez años que un libro, "El imperio subterráneo", de James Mills, denunció la presencia del narcotráfico en el América de Cali.
Transcurrido todo ese tiempo todo sigue igual. La actividad estatal se ha limitado a revisar libros, contabilidades, estados financieros, certificados de buena conducta y en general meros formalismos. Desde diciembre de 1988, El Espectador alertó que "mientras los oscuros socios, los dólares negros y los contratos dobles sigan dominando este deporte, los apasionados hinchas seguirán asistiendo, en vez de a clásicos, a una guerra de carteles en la cancha" .
En todo el asunto se aplica y aplicará una curiosa regla. Mientras los socios oscuros no salgan de los clubes, incidentes como el sucedido con Nacional no se acabarán. Mientras el narcotráfico no sea erradicado de Colombia, el pasaporte verde de los colombianos seguirá despertando suspicacias en cualquier puerto del mundo. Esa es una verdad inobjetable que explica toda la controversia que acaba de pasar. Y como en la frase célebre, aquel que no recuerda su historia está condenado a repetirla.