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LA MUJER MARAVILLA

Después de sufrir graves quemaduras en la tercera parte de su cuerpo, Ana Quirot, la mejor atleta de Cuba, regresó a las pistas y ha demostrado una sorprendente recuperación.

3 de julio de 1995

ALREDEDOR DE LAS DOS DE LA TARde del 23 de enero de 1993, la explosión de una estufa de querosene conmocionó a Cuba. Ese día, en un pequeño apartamento de La Habana, la atleta Ana Fidelia Quirot, consentida de Fidel Castro y una de las máximas glorias del deporte de la isla, se había quemado gravemente. Al conocer la noticia los cubanos dieron por perdida a una de su fichas claves para los olímpicos de Atlanta 96. Pero con lo que nadie contaba era con que ella renaciera de las cenizas.
Quirot había sido durante varios años la deportista más querida de su país, aun por encima del boxeador Teófilo Stevenson y del campeón mundial de salto alto Javier Sotomayor. Su amistad con Fidel Castro es bien conocida, al igual que la admiración que él tiene por la atleta. Y es que su hoja de vida deportiva respaldaba la devoción que por ella sienten los cubanos: en 1989 fue escogida por la IAAF como la mejor atleta femenina del año. Dos años más tarde, en los Juegos Panamericanos de la Habana, pulverizó los récords de los 400 y 800 metros planos y opacó a la estrella del momento, la norteamericana Florence Griffith Joyner. Y en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 se llevó para la isla una medalla de bronce en los 800 metros planos.
Al llegar de la península ibérica su futuro estaba lleno de prometedores planes, que se dividían entre juegos Centroamericanos, Panamericanos y campeonatos mundiales. Pero aún sin haber terminado de desempacar la maleta de los Olímpicos, su meta principal y la de su entrenador, Pedro Pérez, era Atlanta 96. Pero cuando Ana entró al hospital Hermanos Ameijeiras de La Habana, los médicos que la atendieron no se explicaban cómo estaba viva: tenía quemaduras de tercer grado en el estómago, el pecho, los brazos y gran parte de su rostro. Según ellos, jamás volvería a correr y nunca podría cumplir su meta.
Al despertar de la primera operación, lo primero que vio Quirot fue a Fidel Castro de pie, al lado de su cama, contemplándola con una mirada aterradora. Lo único que ella pudo decir al verlo fue que volvería a correr. Castro sonrió y después salió para que el entrenador pudiera verla. Ana repitió que volvería a correr, mostrándole sus piernas: la única parte de su cuerpo que no conoció el fuego.
Sin embargo, la promesa duraría poco. La primera vez que Ana se miró al espejo afirmó que no retornaría a las pistas así pudiera correr. Su vanidad, que anteriorinente la había llevado a las pasarelas de la moda, le impedían presentarse ante el público. Pero más allá de esto estaba la realidad que la acompañaba: no podía cerrar las manos y ni siquiera era capaz de levantar los brazos para beber agua.
Los días y algunas visitas de Fidel, que le daban ánimo, fueron cambiando lentamente su forma de pensar. Después de un mes empezó a realizar trabajos de recuperación cardiovascular. En el segundo, caminó durante varias horas al día por los pasillos del hospital. Al cuarto mes sorprendió a los médicos cuando, en un ataque de coraje, decidió volver a las pistas.
Ese día no lo olvidan en el medio deportivo cubano. Era 13 de mayo de ese 1993. Ana Fidelia pisó de nuevo la pista del estadio Juan Abrates de La Habana. Llegó a las 8 de la noche porque no podía estar expuesta a mucha luz. Corrió durante nueve minutos, y luego paró. La piel le picaba mucho y los brazos le dolían demasiado. Quienes la vieron esa noche estaban seguros de que Ana no sería la misma gran atleta. Pero seis meses después, ella sorprendió de nuevo a los cubanos: corrió su primera carrera en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Ponce, Puerto Rico, en donde volvió a ser la ganadora de antes: logró el segundo puesto en los 800 metros con un tiempo de 2:05 -antes del accidente los hacía en 1:54-.
Desde esa presentación en Ponce hasta hoy, Quirot ha repartido su tiempo entre las cirugías reconstructivas y las pistas. Está decidida a luchar por la meta que se fijó hace tres años: Atlanta 96, y sólo le falta un segundo para conseguirlo. Ha logrado bajar en los 800 metros planos de 2:05 a 1:58, pero necesita recorrer la pista en 1:57 para poder entrar de nuevo al equipo cubano de atletismo.
Hoy quienes conocen la historia de Ana Fidelia están convencidos de que bajar su tiempo en un segundo no será difícil. Por lo pronto en Cuba todos la apoyan porque ahora más que nunca esa atleta encarna la superación de las dificultades que últimamente se han convertido en el pan de cada día de todos los cubanos.