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LLEGO LA HORA

Superados los primeros dramas aparece la montaña y reviven las esperanzas colombianas

11 de agosto de 1986

Fue una paradoja: desde hace mucho tiempo el día señalado para el sufrimiento era el sábado 12 de julio, por esos 61 kilómetros planos contra-reloj alrededor de Nantes, pero ese día, preciso, fue cuando volvieron las sonrisas a la delegación colombiana en el Tour de Francia, después de una semalla de dramas.

Desde cuando se conoció el recorrido de esta 73 edición del evento (récord en participantes con 210 ciclistas) los cálculos más generosos de los colombianos fijaron en diez minutos el tiempo que se perdería hasta esa etapa número 9, mientras que los infaltables detractores franceses, entre ellos el astro Laurent Fignon, vaticinaban una pérdida superior a los quince minutos y, por ahí derecho, el fin de las ilusiones.

Y llegó la contra-reloj del sábado.
Y llegó en momentos en que el estado animico de los ciclistas estaba por debajo de lo previsto y las esperanzas de los aficionados se habían derrumbado por el abismo de los desastres de los primeros días, cuando siete colombianos fueron eliminados por llegar fuera de tiempo y otro más-Fabio Parra-tuo que abandonar por una lesión antigua y nada bien curada.

La catástrofe, pues, se había presentado antes, en esas etapas en apariencia anodinas, a las que nadie temía, sobre las que se pronosticaron meros paseos. La segunda etapa, por ejemplo, que parecía un obstáculo inocente, dejó fuera de competencia a seis colombianos que, en escasos 56 kilómetros, sucumbieron ante la velocidad de moto (47 kilómetros 600 metros por hora) que impuso el equipo ganador en la contra-reloj colectiva. Después de eso, en otro tramo nada temible, sucumbió el irregular Pacho Rodríguez, también por llegar fuera de tiempo y al día siguiente, para completar el cuadro de desahucio Parra abandonó la competencia al recrudecérsele una dolencia y el equipo nacional quedó privado de uno de sus más completos integrantes.

Semejante hecatombe no sólo diezmó a la representación nacional, sino que por ella surgieron los previsibles chismorreos en el ambiente que hablaban de discrepancias entre los técnicos del equipo Varta-Café de Colombia, el francés Rafael Geminiani y el colombiano Jorge Tenjo acusaban de descoordinación a la parte médica y, en fin, insistían en una indisposición interna de tal tamaño que se avecinaba el descalabro en el Tour 86.

A todas estas, el único colombiano que parecía dar muestras de ecuanimidad y de optimismo era Lucho Herrera. Pero ni sus declaraciones de buen ánimo ("estoy mejor que en el 85", "tranquilos que ahí vamos") ni sus figuraciones sorpresivas (segundo en una meta volante), lograron ocultar la gravedad del desastre del retiro masivo de los primeros días, ni acallar los rumores de líos internos entre los seleccionados.

Pero llegó el sábado 12 de julio.
Desde el amanecer, de todas maneras, los colombianos aficionados al ciclismo comenzaron a seguir la lenta partida de los competidores en la contrareloj individual y a escuchar el conteo de segundos y de minutos entre ciclista y ciclista.
Con esa expectativa en Colombia, porque para los franceses el día era clave para saber en qué andaba de verdad Bernard Hinault y qué tenía en realidad Laurent Fignon, Lucho Herrera salió, recorrió con su cicla aerodinámica, su rueda lenticular y todos los "aliños" ultramodernos, los 61 kilómetros en solitario y su distancia frente al ganador-Hinault fue de tres minutos 47 segundos,que es mucha, cierto, pero que no es nada si se le compara con las premoniciones y si se tiene en cuenta que el año pasado, en una distancia similar, su atraso fue de siete minutos 22 segundos. Y no sólo la pérdida de tiempo estuvo por debajo de lo calculado, sino que Herrera se dio un lujo: ganarle a Laurent Fignon en la contrareloj, etapa que, de paso, sepultó prácticamente las aspiraciones de este rubio y gafufo ciclista francés.

Así que el día del Tour donde se debía llorar este año, se sonrio y esa sonrisa se volvió casi carcajada entre los fanáticos de Herrera porque ya se estaba saliendo de las mortificantes etapas planas y la montaña estaba ahí, a partir de este 15 de julio, lista para servir de sala de fiestas al jolgorio colombiano, porque es en la montaña donde debe comenzar la gran ventura.

El ánimo que respiraba la afición ciclística al cierre de esta edición era el mejor. Se había olvidado el dolor del retiro de Parra, la sorpresa y la decepcion de los retiros masivos parecían algo del pasado y se pintaba en los rostros un optimismo revitalizado por la actuación en la temida contrareloj individual.

Se había pasado, pues, del pesimismo más colombiano al optimismo también más colombiano, ese que llegaba, incluso, a hacer pensar que la gran carta nacional en el Tour, el fusagasugueño Herrera, podría darles a los europeos la gran lección y a sus compatriotas la gran emoción.
Los especialistas eran más cautos.
Los siete minutos diez segundos que en la clasificación general Herrera perdía con Hinault permitían, es cierto, la resurrección del optimismo, pero faltaban por verse muchas cosas, subirse a muchas cumbres, bajar a muchos abismos, planear por muchas llanuras y, sobre todo, ver ya en ese terreno, cuánta falta hacen los que tuvieron que dejar la prueba cuando apenas comenzaba.

En dos cosas parecían estar de acuerdo tanto expertos como aficionados: en que cuando la prueba enfrente a los Pirineos, es posible que los colombianos en general y Herrera en particular, no lancen ataques a fondo, sino que se reserven para los grandes picos de los Alpes que se levantarán en el recorrido a partir del viernes 18 de julio. El segundo punto del consenso estaba en la identificación de los rivales más peligrosos para Herrera, aparte del pentacampeón Bernard Hinault. Esos contrincantes son Robert Millar, escocés y Urs Zimmermann, suizo, dos grandes escala dores que, además, corrieron con fuerza y suerte en las etapas planas estaban perfectamente ubicados en la tabla general.

Con esos pronósticos y muchas expectativas, la segunda semana de Tour se abría con más esperanzas incluso, que cuando la prueba partió. La racha de retiros, la cadena de de sastres de los primeros días, eran cosas archivadas porque, después de lo plano, la carretera se empezaba a empinar y los colombianos se preparaban para revivir las alegrías del año pasado. --