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Más sabe el diabio...

Con el regreso de Gabriel Ochoa, América retoma su nivel y clasifica a la siguiente ronda de la Libertadores.

17 de octubre de 1988

La expectativa era grande. En sus dos partidos frente a Universitario de Deportes de Lima, el América se jugaba su paso a la siguiente fase de la Copa Libertadores de América, el torneo que ha estado a punto de ganar en los tres años pasados. A esto había que sumarle el regreso del técnico Gabriel Ochoa Uribe, que retomaba las riendas del conjunto luego de haber estado ausente durante toda la temporada 88.
América no había convencido del todo en los compromisos de la primera fase de la Copa y su rendimiento en el campeonato local venía siendo irregular. El regreso de Ochoa, con su disciplina prusiana, parecía que se iba a convertir en un factor desestabilizante pero, para sorpresa de todos, el técnico llegó con una mentalidad bastante distinta, después de haber viajado por Europa. En el primer encuentro, jugado en la ciudad de Cali América se vio en dificultades para poder vencer a los limeños por escaso 1-0. Sin embargo, se notaban cosas nuevas en el funcionamiento del equipo. A diferencia de lo ocurrido en años anteriores, los hombres de Ochoa salieron con la única mira de atacar el marco contrario. Ochoa se plantó con tres atacantes definidos --Antony de Avila, Ricardo Gareca y Juan Manuel Batagalia-- y puso un mediocampo creativo, con hombres de talento.
La sorpresa era grande. No sólo el equipo atacaba incesantemente, sino que su técnico hablaba amplia y amablemente con la prensa, hacía las paces con sus enemigos y para rematar, días después se amistó con su más enconado rival, el narrador barranquillero Edgar Perea, quien reconoció las virtudes del técnico y las bondades del nuevo esquema de juego. Ahora, la voz de Ochoa se ha vuelto familiar para los colombianos, que lo oyen por la radio, lo ven por la televisión y sienten que la imagen de ogro que tenía se ha cambiado por la de un abuelo venerable, sabio y amable, que dejó atrás las rabietas de juventud y su rechazo visceral hacia los periodistas.
Con ese saldo a favor el equipo caleño enfrentó el miércoles 14 al Universitario, en el viejo estadio de Lima. El cuadro de Ochoa salió con la firme intención de contragolpear a los peruanos, que estaban obligados a salir a ganar, única forma de quedar con vida en el torneo. América se vio sorprendido por un gol tempranero, que no sólo puso en veremos su clasificación, sino que dejó en claro que la línea defensiva es la que menos seguridad presenta. La pareja de defensas centrales, formada por Víctor Espinoza y Alvaro Aponte, fue lenta en los cierres, cometió reiteradas equivocaciones en la entrega del balón y, en los dos goles del contrario, tuvo su cuota de culpabilidad.
Cosa diferente ocurrió con la línea delantera, que tuvo en Ricardo Gareca el anotador de los dos goles con los que empató América, y en Antony de Avila al hombre encargado de armar las jugadas de riesgo, aprovechando las ventajas que dio la zaga rival. El mediocampo no mostró nada espectacular y el veterano Willington Ortiz dejó la impresión de estar viviendo sus últimos días en el fútbol y, muy seguramente, su última Copa Libertadores. Lo cierto es que el América clasificó porque atacó. Con una retaguardia débil, el técnico no podía darse el lujo de esperar al rival para especular con el empate.
Siguiendo el adagio que dice: "La mejor defensa es un buen ataque", Ochoa salió a ganar. No lo logró, pero el empate le bastó para pasar a la siguiente ronda, en la que se medirá al Oriente Petrolero de Bolivia, rival peligroso por su gran disciplina táctica.
Por el momento, todo el mundo espera que el ansiado título se dé por fin este año. Lo curioso es que sólo ahora, cuando la actual formación está acabando su ciclo y su rendimiento no es el de otros días, el técnico se ha decidido a salir en función atacante. Sin embargo, teniendo en cuenta la experiencia copera del equipo y el coraje de sus jugadores, es posible que el esquivo trofeo por fin adorne este año, las repisas de la sede roja.--