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MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES

Los comentaristas anunciaron el triunfo y el público lo esperaba. El contendor no parecía peligroso, pero Miranda perdió.

18 de octubre de 1982

Hacía mucho tiempo que un boxeador colombiano no despertaba tanta confianza entre los entendidos: muchos aspirantes al título mundial pasaron casi desapercibidos antes y después de la derrota. Otros, como Ricardo Cardona, obtuvieron su corona al otro lado del mundo mientras el país dormía, y el mismo Pambelé sorprendió a Colombia cuando, en 1972, le dio el primer título mundial de boxeo. El caso del barranquillero Miranda fue muy distinto. Desde hace un año los comentaristas del boxeo venían denominándolo el futuro campeón de Colombia, y el entusiasmo se acrecentaba cada vez que enviaba a la lona a cuanto rival se atreviera a desafiarlo. Su estatura, su inteligencia y su técnica lo convirtieron pronto en la promesa número uno del boxeo nacional. Miranda era la garantía máxima de un país que se acostumbró a tener, al menos, un título mundial vigente. Y por eso, cuando Prudencio Cardona entregó su cetro al defenderlo por primera vez, la tristeza duró menos que su reinado. En el corazón de cada colombiano estaban ya instalados el optimismo y la confianza que dejaba Mario Miranda cada vez que levantaba sus brazos. El lógico final parecía ser consagrarse como el rey de la categoría pluma.
Pero una cosa es inventar una historia, antes de que esta ocurra, y otra que la fantasía y la realidad coincidan. Este año ocurrió con Brasil en el mundial de España. Y se repitió con Mario Miranda, para desgracia de los colombianos. Algunos expertos notaron que la última pelea de Miranda en Colombia, ante Marcos Villasana, era un mal presagio que valía la pena atender. Aquella vez, Mario no fue el mismo, a pesar de un resultado favorable. Sin embargo, cuando la trágica muerte de Salvador Sánchez obligó a definir la pelea entre Miranda y Laporte, para ver quién se quedaba con el trono vacante, el carnaval y la algarabía eclipsaron las dudas que había dejado en su última pelea. Mario Miranda, dadas sus condiciones, su estatura y su inteligencia, tenía que ganarle a ese oscuro portorriqueño que se abrió paso en la vida a puño limpio en los callejones de Brooklyn y que, en el ring, se la juega toda buscando siempre el cuerpo a cuerpo, tratando de ocultar con su exceso de coraje ese discreto nivel técnico que caracteriza a los fajadores de su estirpe.
Como en las películas tristes, ganó Laporte y la corona nunca aterrizó en Barranquilla. Y aquellos que endiosaron a Mario ya han señalado los errores que impidieron otra victoria más del boxeo colombiano. Que se quedó parado, que se agachó, que por tratar de dar un lindo espectáculo se ganó una paliza y, sobre todo, que no supo aprovechar sus cualidades ante un rival que estaba dispuesto a liquidarlo desde el primer instante. Ya se lavaron sus manos y Miranda se ha quedado solo con su desconcierto.
Ya pasó la pelea. También los días que separan la triste noche del Madison Square Garden del presente; la increíble historia de un gladiador que no usó sus armas, ya forma parte del pasado.
La corona no ha quedado en muy buenas manos. En menos de tres meses, el norteamericano Rubén Castillo se enfrentará con Laporte y, en su primera defensa el nuevo monarca tendrá que demostrar que sí es un digno sucesor del gran Salvador Sánchez. Mientras tanto, Mario Miranda tendrá que revisar su futuro que de pronto se ha complicado. Con sólo 22 años de edad, tendrá que buscar otra oportunidad. No hay que olvidar que Laporte lo intentó dos veces, pero Sánchez y Pedroza se lo habían impedido. El mismo Pambelé no pudo destronar a Nicolino Loche y diez meses más tarde inició su reinado que partió en dos la historia de los welter ligero.
Barranquilla siempre ha tenido que esperar el momento de la gloria. Esperó durante largos años el primer título del Junior y varios de sus boxeadores han partido en busca de un hueco en la historia, pero regresaron siempre con las manos vacías. Y Mario Miranda, de todos modos, ya ha demostrado que le sobran condiciones para llegar algún día a su ciudad con la faja dorada que distingue a los campeones mundiales de boxeo.