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PERO SIGO SIENDO EL REY

Para llegar a ser el mejor ciclista de todos los tiempos, Miguel Indurain debió someterse no solo a los fuertes entrenamientos sino también a una carrera profesional marcada por la paciencia.

13 de noviembre de 1995

AL LEER ESTE ARTICULO MEDIO mundo ya sabrá si Miguel Indurain tuvo o no éxito en su intento por romper el récord mundial de la hora. El suizo Tony Rominger ya estará preparando un plan de entrenamiento para recuperarlo o simplemente seguirá en algún pacífico paraje de la campiña francesa, celebrando el fallido intento del español.
Pero más allá de intentar hacer un análisis detallado de las condiciones atmosféricas y de la sofisticadísima bicicleta Espada IV, en la que el navarro devoró kilómetros durante una hora en la mañana del domingo anterior en el velódromo Luis Carlos Galán de Bogotá, lo valioso de la visita del caballero hidalgo a territorio americano radica en que no sólo miles de colombianos pudieron ver en vivo a una leyenda casi mítica, sino además en el hecho de poder conocer los pormenores del proceso que llevaron a Miguel a ser el rey indiscutible del ciclismo mundial. Y no sólo eso, sino también apreciar cómo una persona, que pese a haber conseguido prácticamente todo en la vida, nunca ha perdido su sencillez y caballerosidad, tanta que hasta sus mismos rivales lo adoran.
Hace mucho tiempo quedó atrás la época en la que 'Miguelón', como lo llaman en su tierra, corría por el simple placer de hacerlo sin ningún tipo de control sobre esas piernas que pueden mover hasta 550 vatios de potencia -es decir, energía suficiente para poner en funcionamiento, al mismo tiempo, una nevera, un televisor y un bombillo de 100 v.-. Epocas en las que corría completamente solo sobre una bicicleta de plomo que sus padres le regalaron. Motivado únicamente por el enorme espíritu deportivo que desde siempre lo ha caracterizado, y por el refresco y el bocadillo que varias veces recibió como premio por ser el mejor.
Desde siempre tuvo condiciones. Pero hoy en día nadie pone en tela de juicio que la forma como Eusebio Unzúe, el hombre que lo descubrió, y José Miguel Echavarri, director deportivo de su equipo, Banesto, planearon su incursión a la gloria, ha sido la mejor.
Fue sin duda un proceso de perfeccionamiento lento, como el de los buenos vinos, que arrancó en 1985 cuando Miguel se convirtió en profesional. La idea de sus entrenadores desde un comienzo fue convertirlo, no sólo en un buen escalador, sino en un gran rodador. Para esto Indurain tuvo que reducir más o menos seis kilos de su peso normal y dedicarle varios años a mejorar su punto débil: la montaña.

LA METAMORFOSIS
Echavarri ha dicho que si se hubieran conformado con las condiciones que Miguel mostraba, tal vez habría sido un buen corredor de clásicas, pero nunca un campeón del Tour de Francia. El Tour del Porvenir que corrió a los 22 años y en el cual salió ganador, se encargó de confirmar las sospechas de que, lentamente, Indurain podría llegar muy lejos.
Ninguno tenía afán. Y es precisamente en este simple hecho en el que se encuentra el secreto del rey. La experiencia del ciclista Julián Gorospe les había dejado a los españoles la valiosa enseñanza de que las cosas había que hacerlas con calma. A Gorospe lo subieron de un momento a otro al cielo y cuando se enfrentó al monstruo del momento, Bernard Hinault, fracasó estruendosamente.
Con Miguel todo fue diferente. Comenzó por ser tan sólo una pequeña sombra detrás de la rueda del gigante español del momento: Pedro 'Perico' Delgado. En 1985 debutó en el Tour de Francia, y a la semana ya estaba de regreso a casa. Al año siguiente duró 15 días en el Tour y se retiró cuando éste llegó a los Pirineos. Nadie daba una peseta por él en su país. La prensa lo atacaba. Pero lo soportó porque todo era parte del plan de sus entrenadores.
En 1987 terminó por primera vez la carrera francesa y se ubicó dentro de los 100 primeros. Un año más tarde Delgado ganó en Francia, y para ese entonces Miguel dejó de ser una pequeña sombra y se convirtió en el hombre que hizo el trabajo pesado pára que el 'Perico' triunfara. Tres años más tarde, en 1991, la paciencia de Indurain, Unzúe, Echavarri y toda España daría el primero de sus frutos: Miguel campeón del Tour de Francia. Desde ese momento hasta hoy la gloria y la sencillez siguieron corriendo con el campeonísimo. La historia de sus triunfos, con su nombre al lado de los inmortales (ver recuadro), es conocida hoy en día por muchos.

LA MORALEJA
Apartándose del hecho de que Miguel Indurain duró 50 días preparándose en la altura de las montañas de Colorado, Estados Unidos, para el pasado Campeonato Mundial de Ciclismo y el intento de romper el récord de la hora, y de que contó con lo último en tecnología deportiva para mantenerse en un elevado nivel y mostrar una vez más que es el rey del ciclismo, su visita al país deja una valiosa enseñanza para los colombianos: la paciencia.
Si a él le tomó seis años llegar al sitio en donde se encuentra, es hora de empezar a esperar calmadamente que los pedalistas criollos cumplan con los ciclos normales de aprendizaje. Aquellos superdotados como Luis Herrera o Fabio Parra ya no están y su época fue otra, una que ya sólo hace parte de los recuerdos gratos.
Ahora llegó el tiempo de Oliverio Rincón y de Alvaro Mejía y es imposible pretender que con menos de cuatro temporadas en el exterior ya hagan parte de la élite del ciclismo mundial. Sin duda alguna la historia de porqué Miguel Indurain sigue siendo el rey, no sólo es una luz de esperanza para el futuro del ciclismo nacional, sino lo mejor que quedó de su paso por Colombia.