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MUNDIAL SUDÁFRICA 2010

Sudáfrica será irrepetible

El periodista y escritor inglés describe cómo la Copa Mundo evolucionó desde Italia 90. Hasta entonces, según él, cada edición no era más que una feria de pueblo.

Simón Kuper *
10 de junio de 2010

 
Una tarde, hace cerca de 20 años, estaba en un bar cerca de mi universidad en Gran Bretaña cuando se me acercó un amigo. Faltaban días para el pitazo inicial de Italia 90.
–“Si tuvieras boletas para el Mundial –me preguntó–, ¿irías?”.
– “Si tuviera boletas para el Mundial –dije–, no sólo iría, sino que le conseguiría también a mis amigos de verdad”.
– “Bueno, no hay problema –sentenció–, puedo conseguir tantas boletas como quiera”.

Resulta que el papá de un amigo suyo trabajaba para Mars, patrocinador de la Copa del Mundo. La compañía se había quedado con boletas para invitar a sus clientes preferenciales a los partidos. Pero había descubierto que ellos no estaban muy interesados.

Dos días después, tres de nosotros viajábamos en tren a Italia. Ninguno había ido nunca a una Copa del Mundo. Cruzamos el Canal de la Mancha por barco, y gastamos unos dos días en un vagón de un tren del que nos bajaron para pasar los controles en la frontera italiana. Mostramos confiados nuestros pasaportes a dos oficiales. Después nos dijeron, en un inglés enredado: “No pueden entrar a Italia”.
–“¿Qué!”, dijimos.
– “Ustedes pueden ser ‘hooligans’ también”, señalaron.
–“¡Somos estudiantes! ¡Estudiantes deOxford!”, lloramos.

Nos dejaron entrar a Italia. Las boletas eran para tres partidos sin importancia rechazados por los socios de Mars, pero lo que pudimos notar una vez entramos a los estadios es que mucha gente los había rechazado también. Las gradas en Colombia-Emiratos Árabes o Estados Unidos-Checoslovaquia estaban medio vacías. Era la Copa del Mundo, pero no parecía gran cosa.

El Mundial de Sudáfrica es tan ‘Mundial’ como lo fue el de Italia hace 20 años. Sin embargo, son dos animales diferentes. Como decía George Orwell: “¿Qué tienes en común con el niño de 5 años cuya foto posa en la repisa de tu madre? Nada, excepto que resulta que eres la misma persona”. He ido a todas las Copas del Mundo desde 1990, y he visto al torneo crecer, globalizarse y profesionalizarse hasta un punto irreconocible. En retrospectiva, el Mundial de Italia fue una feria de pueblo. El evento que se realizará en Sudáfrica este año no tiene precedentes.

Una mañana en Johannesburgo, Danny Jordaan, presidente del Comité Organizador de Sudáfrica 2010, me habló de la historia de los mundiales desde el 90. Si el Mundial que viene tiene un padre, ese es él. Su país le encargó el trabajo de conseguir la sede del torneo y lo logró.

Aunque tiene 58 años, nunca había visto un Mundial en vivo por televisión antes de aquel campeonato en Italia. Durante el apartheid, explicó, “Sudáfrica fue expulsado de la Fifa, entonces no dejaban pasar los partidos en el país”.

¿Entonces Jordaan no vio a Cruyff o a Maradona en un Mundial? “No. Vimos los videos de los partidos después”.

Y explicó cómo ha cambiado el torneo con el tiempo. “El principio del proceso de cambio para la Copa del Mundo empezó en 1990”, dice. El Muro de Berlín acababa de caer, la globalización estaba arrancando y nuevos países, incluido Sudáfrica, se unían a la Fifa. En pocos años, el organismo pasó de tener 97 a 200 miembros. Después, en 1994, la Fifa decidió expandir el Mundial a 32 equipos.

Yo vivía en Boston durante el Mundial de Estados Unidos, y recuerdo que el torneo parecía estar teniendo lugar en una pequeña isla de fervor en medio del mar de indiferencia que era Estados Unidos. Vi muchos partidos en un bar donde se reunían colombianos, búlgaros, nigerianos e ingleses, unidos por el lenguaje común del fútbol. Un día en el bar, un mexicano me dijo que estaba complacido de que los estadounidenses no hubieran descubierto el Mundial. “Quiero un campo de la vida que no sea controlado por Estados Unidos”.

En el siguiente Mundial, en Francia, el torneo parecía seguir siendo de segunda. No existía un gran fervor, el campeonato tuvo lugar en su mayoría en estadios viejos. Los franceses no habían visto el punto en construir nuevos palacios sólo para una Copa del Mundo.

Pero para entonces, dice Jordaan, la Copa del Mundo ya estaba despegando. “En el periodo posterior al 90, virtualmente cada Copa fue vendida en su totalidad”. A cada torneo entraba más dinero por los derechos de televisión, que por muchos años la Fifa había vendido por unos miles o cientos de millones de dólares, pero desde 1998 las sumas subieron y subieron.

Como prueba de que el Mundial se había convertido de verdad en el ‘Mundial’, el evento de 2002 fue organizado en Asia. Los anfitriones, Japón y Corea del Sur, invirtieron en nuevos estadios –aun sabiendo que seconvertirían en elefantes blancos en el segundo en que se acabara la Copa– porque sabían que el Mundial podía cambiar su ‘marca país’ ante el mundo.

Sin embargo, hasta 2002 había una sombra sobre el Mundial, la misma sombra que casi me deja a mí por fuera de Italia. La sombrano era tanto el hooliganismo, un fenómeno menos amenazador y frecuente de lo que la prensa sugería, sino el miedo al hooliganismo.

Ese miedo disminuyó por mucho tiempo la alegría de los mundiales, pero este se ha desvanecido, lo que ayuda al crecimiento de la Copa del Mundo.

El último Mundial, Alemania 2006, fue el mejor si olvidamos el fútbol soso. En los últimos días del torneo encontré la calle en la que solía vivir en Berlín. Después de 15 años sin ir, me tomó unos minutos estar seguro de que era la misma calle. Las banderas ondeaban en todas las casas –banderas de Alemania made in China, pero también de muchos otros países– y niños jugando por todos lados, aunque supuestamente los alemanes pararon de procrear. La Copa del Mundo parecía haber sustituido un país sombrío por uno feliz.

Dos noches antes de la final, en el lobby del hotel Adlon de Berlín, el organizador del Mundial, Franz Beckenbauer, desfiló por el lugar aceptando aplausos. Cada metro que caminaba recibía el abrazo de un mesero o el piropo de una señora elegante.

Jordaan me dijo que Alemania les puso la vara muy alta como parte del proceso que empezó en el 90: “Somos el primer país en vía de desarrollo en recibir la Copa del Mundo en el periodo pos 90. Aun si en 1930 o 1986 países en desarrollo organizaron el Mundial, este periodo es diferente”.

Sudáfrica ahora debe organizar el evento logístico más visible a largo plazo. Como dice Danny: “El 11 de junio de 2010 a las 6 de la tarde, el árbitro saltará al campo y el mundo entero debe verlo”. Esta obsesión por los detalles sorprendería, dice, a los organizadores de Alemania 74, que empezó tarde debido a que no pusieron las banderas de tiro de esquina para la final.

El resultado del crecimiento de la competición es que Sudáfrica ha invertido más en este Mundial de lo que se hubiera imaginado jamás. Al final de cuentas, estadios y otras obras costaron 4.284 millones de dólares.

Con esta cantidad, Sudáfrica podría construir cientos de miles de casas para las personas que viven en este momento en tugurios. En lugar de hacer esta inversión, ha construido estadios magníficos en lugares poco futboleros como Ciudad del Cabo, Polokwane o Port Elizabeth, donde nadie verá fútbol después del Mundial. La Fifa hizo que Sudáfrica hiciera esto porque es lo que exige el nuevo modelo de la Copa del Mundo.

Los brasileños deben preocuparse pues el proceso será cada vez peor. Para el momento en que reciban la Copa del Mundo de 2014, el torneo deberá cumplir unos estándares que nadie imagina. Ya se dice que gastarán el doble de lo que gastó la organización de Sudáfrica 2010. ¿Volveremos a Estados Unidos?
 
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* Simon Kuper
Es el columnista deportivo del Financial Times. Se graduó de Historia en la Universidad de Oxford y fue becario en la Universidad de Harvard. Con su aclamado libro El fútbol contra el enemigo (1994), obtuvo el premio William Hill Sports Book. Luego publicó El fútbol en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (2003) y Retourtjes Nederland (2006). Este británico apasionado por la pelota, nacido en Uganda pero criado entre Londres y Holanda, hace en esta edición una radiografía de la evolución de los mundiales.