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A VECES LLEGAN CARTAS

Después de haber jugado durante casi 30 años un político inglés y un preso estadounidense <BR>deciden poner fin a la serie de partidas de ajedrez más larga de la historia.

8 de marzo de 1999


EL ASUNTO BIEN puede servir de argumento para un guión cinematográfico. Los rivales, un concejal inglés y
un presidiario estadounidense que durante 28 años disputaron el más extenso juego de ajedrez del que se
tenga conocimiento, decidieron, junto al jaque mortal de la partida, interrumpir el intercambio constante y
recíproco de correspondencia y así por fin descubrir la cara de su adversario tras casi tres décadas de una
amistad entrelíneas.
John Walker, de 50 años, concejal laborista en Durntwood (Staffordshire), anunció que en las próximas
semanas viajará hasta la prisión estadounidense en la ciudad de Richmond, Virginia, para conocer y jugar una
partida cara a cara con su rival, Claude F. Bloodgood, condenado por matricidio a prisión perpetua hace algo
más de 30 años.
El acercamiento entre ambos jugadores nació en 1968 cuando Bloodgood, poco tiempo después de llegar al
presidio, publicó en una revista de ajedrez un aviso en la búsqueda de un ocasional rival. El desafío despertó el
interés del ajedrecista inglés y en 1971 se dispusieron a la apertura del juego. Aquella primera partida se
extendió hasta 1978 y finalizó empatada tras 27 movimientos. Desde entonces Walker y Bloodggod se
enfrentaron en nueve ocasiones, consiguiendo el estadounidense imponerse en cada uno de los juegos. "Es
un jugador despiadado, implacable, verdadera mente fuerte. Quizá cuando estemos frente a frente logre
influenciarlo sicológicamente y ganarle al menos una vez", dijo esperanzado Walker al Times de Londres,
mientras anunciaba su viaje a Estados Unidos.
La práctica del ajedrez por correspondencia está hoy en día algo devaluada. El importante avance informático,
fax, e-mails y la red de servicios de Internet potenciaron el desarrollo de las partidas a través de estos
sistemas, obviamente mucho más veloces, correspondiéndose con los tiempos modernos de la inmediatez y la
celeridad y sepultaron con ello el uso de la endeble estampilla.
Todavía algunos maestros y aficionados se resisten al abandono de esta práctica por considerarla la más
cercana al perfeccionamiento del juego, a la verdadera esencia del ajedrez. Sostienen que sin la presencia
perturbante del reloj, traicionero rival durante la partida viva, el jugador, en soledad y distendido, consigue un
mßs alto grado de concentración y hurga con mayor profundidad en el cálculo de la búsqueda de las mejores
jugadas.
Entre las definiciones más extensas y espectaculares del ajedrez por correspondencia perdura la final
protagonizada, a lo largo de nueve años 1983 a 1992, por dos ex campeones mundiales de la especialidad, el
estonio Oim y el norteamericano Palciauskas, en el Memorial Axelxon, en Suecia.
Por ello cuando los protagonistas de esta historia de casi tres décadas, John Walker y Claude Bloodgood,
pongan el punto final a esta historia, tras el formal saludo del encuentro y la disputa de una partida cara a
cara, cada uno, en silencio, seguramente descubrirá algo más que el envejecido rostro de su imaginario rival
postal. También comprenderán que ni siquiera el ajedrez pudo esquivar el inexorable paso de los años.