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ALTO VOLTAJE

Por segunda vez en menos de un mes, Gaviria se juega la carta de la responsabilidad aún a costa de su popularidad

15 de octubre de 1990


Por segunda vez en menos de un mes, Gaviria se juega la carta de la responsabilidad aún a costa de su popularidad. El corrientazo resultó sorpresivo. Cuando apenas el país se estaba recuperando del alza en la gasolina, el gobierno se encargó de recordarle a los colombianos que las malas noticias a veces son mejores juntas. El miércoles pasado en una rueda de prensa, el jefe del Departamento Nacional de Planeación, Armando Montenegro, anunció una revisión a fondo de las tarifas de energía las cuales se incrementaron hasta en un 80 por ciento, pero sólo para los estratos de mayores ingresos.
De un plumazo, el kilovatio-hora para la clase alta de Bogotá, para sólo citar un caso, pasó de 24.25 pesos a 37.2ó. En cambio, para los cuatro estratos más bajos no hubo variaciones.
Semejante revolcón en las tarifas tiene, según el gobierno, varios propósitos. Por una parte, que las cosas en promedio se cobren a lo que cuestan.
En el caso de la energía, mientras que al país le vale 30 pesos la producción de un kilovatio hora, todos los sectores residenciales venían pagando menos. Aunque ese subsidio es justificable en el caso de las clases más pobres, no sucede lo mismo con los sectores de mayores ingresos. Y el problema no termina ahí, porque buena parte de ese subsidio venía siendo asumido por la industria y el comercio que, en algunas ciudades, pagan tarifas hasta un 80 por ciento por encima del costo de generación.
Tal situación había producido inmensos desequilibrios. Por el lado de las industrias, se estaba presentando un desestimulo al montaje de fábricas consumidoras de electricidad. Y en el caso de las que decidieron seguir adelante, algunas optaron por montar sus propias plantas eléctricas, o, en el más extremo, rebuscar la forma de robarse la energía.
Pero no sólo eso. Las tarifas, según la estructura que existía, contribuían a hacer más grande el enorme hueco financiero que tiene hoy el sector eléctrico colombiano. Desde hace años se ha visto que la conjunción de factores tales como la mala administración, las hidroeléctricas costosas, el encarecimicnto de los préstamos en dólares y las altas pérdidas de energía, han llevado a la postración al sector mencionado. Según las cuentas del gobierno, para el cuatrienio 1990-1994, el faltante asciende a 2.200 millones de dólares. Aunque una parte se puede financiar con crédito externo, es indudable que el país tiene que poner de su parte para disminuir el déficit.
El enfermo empezó a ser tratado desde la administración Barco. En materia de tarifas, el gobierno adoptó un esquerna de incremenlo mensual que buscaba mantener su valor en términos reales y anualmenle se producía un incremento adicional, del orden del 4 por cienlO, para tratar de disminuir el subsidio que se le otorgaba a los consumidores.
Adicionalmente, el país se comprometió en un programa de ajuste del sector, que incluía una reducción en las pérdidas de energía la diferencia entre lo que se produce y lo que se paga y una recuperación de la cartera de las electrificadoras, que se había convertido en otro de los factores de la crisis. Pero eso no fue suficiente para que el Banco Mundial, que ha sido clave en la financiación del sector, aceptara seguir con el desembolso de un préstamo que había ofrecido si funcionaba el ajuste.
Cuando llegó la administración Gaviria, el lema del sector eléctrico volvió a encabezar la agenda económica. Al fin y al cabo, la deuda de las empresas relacionadas con el área se acerca a los 5.000 millones de dólares y su manejo es un elemenlo clave de la política macrocconómica. Más aún, el déficit registrado hace que mantener la buena salud fiscal del país -que tiene que cubrir el faltante de una manera u otra- sea especialmente difícil.
Dentro de esa línea de pensamiento, la continuación del ajuste y el buen manejo externo se combinaron para justficar las medidas de la semana pasada. No obstante, lo curioso fue la reacción del público. Mientras que con el alza de los combustibles, que en principio afectaba por parejo a todo el mundo, hubo una especie de resignación general, en la de las tarifas eléctricas las protestas se multiplicaron. Hasta los sindicatos salieron a decir que tenían la intención de convocar a un paro nacional, lo cual, según un observador "es quizás la única ocasión en el mundo en la cual los pobres protestan porque se lesionan los intereses económicos de los ricos.
La explicación de tanto alboroto está más relacionada con el manejo de la prensa, que con cualquier otro factor objetivo. El gobierno, cuya nueva política de información había resultado impecable, tuvo su primer gran resbalón. La filtración de un documento de la Junta Nacional de Tarifas alborotó el avispero antes de tiempo, con lo cual las especulaciones sobre el contenido de las medidas se pusieron al orden del día. Cuando se intentó aclarar el panorama con la rueda de prensa del miércoles, el daño ya estaba hecho.
Para el común de la gente quedó la impresión de que las tarifas de la luz estaban subiendo mucho y para todo el mundo.
Pero aparte de ese gran malentendido, lo hecho la semana pasada deja varias lecciones. Por lo menos en lo económico es evidente que, como lo dijo el propio ministro de Hacienda, "al gobierno no le temblará la mano para tomar las medidas que sean necesarias" . Y que tal como le dijo a SEMANA un funcionario estatal "es preferible la responsabilidad sobre la popularidad" .
Por otra parte, es evidente que se está implementando toda una serie de decisiones dolorosas, con el fin, en último término, de disminuir la inflación. SEMANA se ha enterado de que en el mes de octubre, el ministro Rudolf Hommes dará a conocer su plan antiinflacionario para 1991 el cual tendría como objetivo limitar el aumento de precios a niveles cercanos al 20 por ciento, 8 puntos menos que lo esperado para este año. Dos de las bases de dicho plan eran precisamente el alza en la gasolina y la reestructuración de tarifas. Una vez salidos de ese trance, los miembros del equipo económico insisten en que los sobresaltos son ya cosa del pasado. "Ya hicimos el trabajo sucio", dijo uno de ellos.
Ahora, por lo tanto, a la administración Gaviria le tocará algo irónico para un gobierno recién estrenado: recuperar el prestigio perdido en los primeros días. Aunque eso pueda parecer difícil, lo cierto es que los que saben están convencidos de que los resultados se verán dentro de unos meses. Si eso es así, Gaviria y su equipo habrán confirmado esa máxima que dice que es mejor un buen final con mal comienzo, que un buen eomienzo con lánguido final.