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Las grandes empresas colombianas están dejando de ser colombianas. Una legión de firmas extranjeras está tomando el control de las compañías. ¿Por qué esta súbita ofensiva?

28 de febrero de 2005

En los ultimos meses una legión de empresas extranjeras ha desembarcado en Colombia en busca de riquezas. No es precisamente El Dorado. Llegan al país para comprar empresas que son apreciadas joyas en los mercados en los que operan. A diferencia de los conquistadores de hace 500 años que venían sólo cargados de ambición, los de ahora traen una abultada chequera con muchos millones de dólares para invertir y una estrategia de conquista de mercados bien pensada.

El caso más reciente es el de la venta de Bavaria. El miércoles pasado, el presidente de la compañía, Ricardo Obregón, reconoció que varias empresas internacionales están interesadas en comprar la cervecera colombiana y que uno de sus principales accionistas, Energetic and Financial Investments -holding panameña del Grupo Santo Domingo-, contrató a banqueros de inversión para que exploren todas las posibles alternativas de venta. Esto, pese a que hasta hace apenas 20 días Obregón había negado que Bavaria estuviera a la venta, a raíz de una información publicada en el diario londinense The Financial Times, en la cual se decía que el grupo cervecero SABMiller estaría interesado en comprar la empresa.

El anuncio de que Bavaria está a la venta no sorprende a nadie. El negocio cervecero mundial se está concentrando en manos de unos pocos gigantes: en 2000 las cinco mayores cervecerías manejaban el 28 por ciento del mercado global; para 2004 las cinco mayores tenían el 45 por ciento. Quien compre Bavaria tendrá la llave para conquistar el mercado cervecero suramericano, dado que esta empresa es el principal jugador en cuatro países: Colombia, Ecuador, Perú y Panamá.

El interés extranjero en Bavaria no es un fenómeno aislado. Durante el último año varias compañías locales han sido adquiridas por empresas internacionales. Coltabaco, la tradicional tabacalera paisa, fue vendida a los estadounidenses. Avianca, la aerolínea bandera de Colombia, ahora es parte de un conglomerado brasileño. Bellsouth, que nació del Grupo Santo Domingo, fue adquirida en su totalidad por españoles, y la siderúrgica colombiana Diaco es ahora propiedad de brasileños. Y, con el anuncio de una eventual venta de Bavaria, la empresa privada más grande del país podría pasar a manos extranjeras.

La recuperación económica mundial y el mejor clima de los negocios en Latinoamérica, y particularmente en Colombia, ha revivido el apetito de los inversionistas extranjeros de crecer por la vía rápida de las adquisiciones en estos lados del mundo.

En todas las industrias el nombre del juego se llama globalización. Para competir se necesita cada vez mayor tamaño, y una de las formas preferidas por las multinacionales para alcanzarlo es comprar, con una abultada chequera en el bolsillo, a otros jugadores con una posición sólida en su negocio y en mercados de rápido crecimiento.

OFENSIVA FEROZ

El desembarco de extranjeros al país comenzó en el sector financiero, a mediados de los 90. El primero en pisar tierras colombianas fue el Banco Bilbao Vizcaya -Bbva-, uno de los más grandes de España. El Bbva arribó a Colombia a través del Banco Ganadero, en una operación en la que compró el 40 por ciento de las acciones por 328 millones de dólares (posteriormente amplió su participación hasta más de 63 por ciento). Luego llegó el Banco Santander, que compró el 60 por ciento del Banco Comercial Antioqueño (Bancoquia) por 151 millones de dólares. Y a fines de 1999 el Grupo Santo Domingo cedió el control de Colseguros a la alemana Allianz.

En el sector eléctrico la Empresa de Energía de Bogotá (EEB) fue vendida al Grupo Endesa de España y su asociada Enersis de Chile por 2.170 millones de dólares. La primera se quedó con el negocio de distribución de energía, hoy bajo el nombre de Codensa, y la segunda, con los activos de generación eléctrica agrupados en Emgesa. Así mismo, en el sector de infraestructura, Aguas de Barcelona entró a Colombia con la participación mayoritaria de nuevas empresas locales que contrataron la operación y el mantenimiento del acueducto y el alcantarillado de Cartagena y luego, los de Barranquilla y Santa Marta. Otras firmas españolas llegaron a operar las principales concesiones ferroviarias, de carreteras y puertos del país.

En telecomunicaciones el cambio de manos comenzó con el traspaso de Celumóvil a la estadounidense Bellsouth y posteriormente, con la venta de Comcel a las mexicanas Telmex y América Móvil, ambas del magnate Carlos Slim. El año pasado Telefónica Móviles de España compró las operaciones latinoamericanas de Bellsouth, incluida la de Colombia.

En radio, el grupo español Prisa entró a Caracol en circunstancias especiales y contra la voluntad de sus dueños. Julio Mario Santo Domingo, que quería un socio estratégico minoritario, le había vendido al grupo español Prisa el 19 por ciento de las acciones de Caracol Radio. Esta transacción se hizo con un contrato que tenía una cláusula de ajuste de precio basada en los resultados financieros de los tres años posteriores a la firma. Estos coincidieron con la recesión y fueron tan catastróficos, y el ajuste de precio se volvió tan grande, que Santo Domingo prefirió pagar el resto de la empresa en efectivo.

Al sector industrial también ha llegado la arremetida extranjera. En 2003 la compañía automotriz Sofasa pasó a ser propiedad de los franceses de Renault y de los japoneses de Toyota. El año pasado la multinacional Philip Morris llegó a un acuerdo de compra para adquirir Coltabaco, la compañía tabacalera más grande y antigua del país, en un monto cercano de los 300 millones de dólares y el grupo Sinergy/Ocean Air del Brasil se quedó con Avianca. En enero de este año el grupo brasileño Gerdau, el mayor productor de varillas de acero de toda América, compró las siderúrgicas colombianas Diaco y Sidelpa, en unos 130 millones de dólares.

La pregunta que muchos se hacen es si eso es bueno o malo para el país. La arremetida extranjera despierta resistencias de algunos colombianos nacionalistas, pero no hay mucho que se pueda hacer al respecto. La globalización es un fenómeno irreversible que viene dándose desde hace casi dos décadas en todo el planeta. Desde que la economía mundial empezó a mejorar, una nueva ola mundial de fusiones y adquisiciones volvió a tomar fuerza y nadie se escapa de ella.

Además, la experiencia indica que, salvo contadas excepciones como la mexicana Cemex o la brasileña Embraer, el desarrollo y la expansión de la mayoría de las empresas latinoamericanas alcanza un límite, y para no estancarse no les queda más alternativa que asociarse con un gigante global.

El hecho de que una multinacional compre una compañía colombiana no es entonces ni bueno ni malo en sí mismo. Depende del objetivo del comprador, que puede ser desde hacerse al mercado local hasta montar en Colombia un centro de operaciones para atender otros países. En la medida en que genere más competencia, atraiga más inversión, nuevas tecnologías y empleo, es positivo para la economía.

Pero quizás el mayor interrogante es cómo invierten los empresarios colombianos el dinero que reciben por estas transacciones multimillonarias. El ideal, por supuesto, es que inviertan en los negocios centrales que aún tengan en el país, y con estas nuevas inversiones mantengan la riqueza y la generación de empleo colombiano.