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Con las alzas de los cuatro primeros meses, es poco probable que la inflación baje del 28% en 1990.

11 de junio de 1990

Indudablemente, el panorama en materia de precios no pinta nada bien para el presente año. La tradicional cuestecita de los primeros meses se transformó en un pesado premio de montaña. Y las etapas que faltan, aunque son mucho más planas, no dejaran de tener columpios y vientos de costado.
Mirada en perspectiva, la situación es preocupante, aunque no tan grave como piensan algunos analistas. Con un aumento del costo de vida de 13.29% en sólo cuatro meses, es prácticamente imposible que se cumplan las metas del gobierno en materia de precios. Vaticinar una inflación por encima del 50%, sin embargo, resulta exagerado y contraproducente.
Diferentes estudios han demostrado que la economía colombiana tiene una especie de memoria inflacionaria que permite predecir con cierta veracidad, a partir de los aumentos ocurridos en el primer trimestre del año, cuál será el incremento final en el índice de precios. De acuerdo con esos estudios, la inflación de 1990 no será inferior al 28%, pero no pasará tampoco del 30%, de no presentarse alguna circunstancia excepcional.
El gobierno, no obstante, tendrá que estar atento para que los factores que hasta el momento han presionado el costo de vida a uno de sus niveles más altos en los últimos diez años, no se conviertan en una bola de nieve que coloque al país en la ruta de una situación similar a la de muchos de sus vecinos latinoamericanos.
Y lo primero es el campo. Según los datos del DANE, después de un largo período en el cual los alimentos fueron el grupo que menor presión ejerció sobre los precios de la canasta familiar, en abril del presente año volvieron a estar entre los principales causantes de la inflación.
La carne de res, en particular, que tiene un peso muy grande dentro de la canasta, sufrió un incremento sustancial (5.66%), que podría significar el comienzo de una crisis largamente anunciada. El año pasado los alimentos subieron menos que el promedio de la canasta, debido básicamente a que los precios de la carne se mantuvieron estables por el hecho de que muchos ganaderos, acosados por la violencia y el boleteo, decidieron sacrificar un alto número de hembras y machos de bajo peso. Como los factores de violencia no han cambiado, la escasez de carne no tendría una explicación diferente al agotamiento de algunos hatos, con las graves consecuencias que dicha situación tendría para el futuro.
Las evaluaciones preliminares de las cosechas parecen indicar, por otra parte, que tampoco en materia de productos agrícolas el gobierno las tiene todas consigo. Aunque no ha trascendido a la opinión, existen, al parecer, agudas discrepancias en torno de las cifras relacionadas con la producción final de varios de los alimentos que componen la canasta familiar.
En relación con la producción industrial tampoco hay ningún acuerdo. Desde hace varios meses, los productos manufacturados vienen presionando el índice de precios, sin que haya consenso sobre cuáles son las razones de dicha situación. Para algunos analistas la explicación es simple: los industriales, aprovechando el altisimo nivel de concentración de su sector, estarían fijando los precios a su amaño, buscando recuperar con utilidades lo que dejan de ganar cuando disminuyen las ventas. En apoyo de tal hipótesis se mencionan los buenos resultados que arrojaron los balances industriales en 1990, a pesar de las bajas observadas en la demanda.
Para otros observadores, sin embargo, el problema podría ser más grave. La falta de inversión industria en los últimos años estaría conduciendo a una baja considerable en la productividad, que se reflejaría en uno mayores costos de producción y, por tanto, en mayores precios para los productos terminados. Dicha situación se remediaría en el mediano plazo con las presiones generadas por la apertura económica, pero podría convertirse en un obstáculo para rebajar la inflación en el corto plazo.
Otro factor que se menciona como causante de los aumentos observados en el nivel de precios es el ritmo de de devaluación aplicado por el gobierno a partir del ajuste económico de mediados de los años 80. El rápido incremento en la tasa de cambio, sumado a los recientes aumentos en el índice de precios de países como los Estados Unidos, estaría presionando también los costos en el sector industrial.
En un nivel diferente, pero igualmente perturbador, los analistas colocan la política de precios administrados del gobierno nacional. A pesar de que casi todos los productos de la canasta familiar están hoy bajo el régimen de libertad de precios, hay algunos sobre los cuales el gobierno mantiene, en la forma de "libertad vigilada", algún tipo de control. Es el caso de los medicamentos, la leche, la cerveza, las gaseosas, etc. Paradójicamente, varios de esos bienes figuran entre los principales responsables de los recientes aumentos en el ritmo de inflación.
El último ingrediente en esa larga cadena es el dinero en circulación. Contra lo que afirma el gobierno, empero, este no parece haber sido un factor decisivo en los problemas recientes. Si bien es cierto que en el último mes se dio un salto importante en los llamados medios de pago, como consecuencia de los bajos niveles de giros por concepto de importaciones, en el primer trimestre su comportamiento se ajustó a las metas previstas, sin que con ello se hubiera logrado reducir las presiones inflacionarias derivadas de los problemas que ya fueron mencionados.
La verdad es que aparte de la política monetaria, no se ve que el gobierno tenga una política que se pueda calificar como antiinflacionaria. Quizás porque, en opinión de un experto en la materia, cada gobierno se acuesta con su propio nivel de inflación, dejando que los precios se ajusten de acuerdo con los condicionamientos generales de su política económica. Y en esa materia la verdad es que a la actual administración le ha tocado bailar con una fea. Sólo queda esperar que en lo poco que le resta, la pista no se incline demasiado.