¿Industrializarse? ¿En los años veinte, era posible formularse esta pregunta como antesala de una decisión voluntaria calculada? ¿Existía la posibilidad de hurgar en la maraña de las teorías económicas de la época y encontrar, de pronto, la justificación precisa para tomar alguna resolución al respecto? ¿Don Marco Fidel Suárez, Abadía Méndez o inclusive Enrique Olaya, tenían acceso a la consulta técnica y política como lo conocemos hoy?
Colombia, que asomó al siglo XX asolada por la guerra civil, nación más parecida a un rompecabezas que precariamente tomaba forma a lado y lado del Magdalena, mutilada al norte por el gran bastón de Rooselvet, con un fisco en rojo, comenzó a resolver la cuestión a fuerza de hechos. Sin que mediara algo así como una conciencia nacional de la necesidad de industrializarse, contaba el país con una condición esencial: un incipiente mercado interno. Ese-torrente de acontecimientos trágicos que trajo consigo la colonización antioqueña a lo largo del siglo XIX, los pesos repartidos entre cultivadores de café, arrieros, transportadores y, claro, intermediarios, y esa inaplazable necesidad de unir una comarca con otra--en circunstancias en que trasladarse de la provincia de García Rovira a Bogotá tomaba el mismo tiempo que dos siglos antes, es decir, catorce días--, marcaron la pauta de la nueva época que se abría para el país: crear riqueza a la manera moderna, al modo industrial.
La producción artesanal, aquella que hizo florecientes a los santanderes, ya se encontraba históricamente sepultada, abatida por la División Internacional del Trabajo.
Los bienes de consumo europeos, producidos en gran escala a unos costos que resistían los diez mil kilometros del Océano Atlántico, la habían derrotado. De aquella no podían surgir las fábricas, sus personaJes no podían convertirse en el industrial ni en el obrero fabril. Había sin embargo, mercado interno... Pretender abastecerlo era sólo posible con base en la aplicación de capitales de cierta envergadura, alrededor de una nueva unidad productiva: la fábrica.
Vino, entonces, la historia que ya conocemos.
La gran depresión aceleró notablemente un-proceso que ya se desenvolvía con dinámica propia: el de la sustitución de importaciones.
Las divisas provenientes de la exportación de café se orientarían de ahora en adelante hacia la compra de maquinaria y el equipo necesarios para producir internamente los textiles, artículos domésticos, materiales de cuero y caucho, materiales impresos, manufacturas metálicas, drogas, alimentos manufacturados que antes se importaban.
Las ciudades crecieron. La demanda se multiplicó. El campo, a trancazos, mejoró su productividad.
Había, empero, un pecado original en nuestra industrialización: la dependencia frerte a los países productores de bienes de capital, los propietarios de la tecnología. Era ingresar al carrusel de la economía moderna con la ayuda de unas muletas que aún al cabo de cinco décadas conservamos. En Inglaterra o en Francia el origen mismo de la industria se había localizado en la producción de bienes de capital. La Revolución Industrial sintetizó el acervo de la tecnología que permitió saltar de la producción con medios artesanales a la industrial... Colombia protegió su producción de bienes de consumo y facilitó la importación de bienes de capital.
Hoy, como nunca a lo largo de este siglo en Colombia, se pone sobre el tapete de las decisiones una inquietud que involucra el futuro del aparato productivo en su totalidad: si debe o no fomentarse la industria de bienes de capital. La inquietud no es teórica. Cinco años sucesivos en que la tasa anual de crecimiento de la industria manufacturera es cada vez menor (negativa en 1981 y muy probablemente en 1982) obligan enfrentar el problema cara a cara: ¿quienes deciden en el país quieren o no una industria nacional? El mundo de hoy es más complejo que el de 1920, la recesión mundial nos afecta hasta la médula. Pero existe el Estado, que puede hacer uso de su voluntad para propiciar las condiciones que pueden reactivar la industria por el mejor de los caminos: la producción interna de bienes de capital, que hoy sólo representa el 2.2% de la producción manufacturera nacional.
Agotado el esquema tradicional de la sustitución de importaciones, una industria nacional de bienes de capital representa la profundización del proceso industrial, la posibilidad de acopio de tecnologías propias, la dotación de una infraestructura material productiva que a la postre tendrá que devenir en una reconquista del mercado interno y en una participación eficiente en el externo.
Si se acepta que buena parte del problema radica en la voluntad política, ella debe concretarse, al menos, en cuatro aspectos urgentes: las compras oficiales, el crédito de fomento, la reestructuración arancelaria y los incentivos fiscales.
Para llevar a cabo sus proyectos el Estado demanda bienes de capitai que adquiere en el exterior. En 1979 el gobierno importó US$ 488 millones de bienes de capital. Reformar el estatuto de compras oficiales y satisfacer la demanda estatal con producción nacional hasta donde ello sea posible, constituiría un buen comienzo que sería seguido por la promoción de nuevas lineas de producción.
La resolucion 8 de la Junta Monetaria, de febrero de 1982, que establece una linea de credito de fomento para la industria de bienes de capital por valor de $5.000 millones, es una pauta que debe seguirse aplicando con mayores recursos.
Es repetitivo decirlo, la protección debe ser selectiva. Los bienes de capital en cuya producción se comprometa el país, deben ser protegidos.
Ya las primeras medidas del equipo económico del doctor Betancur se refieren a incentivos fiscales. La redefinición del CAT augura una reactivación de la industria en su conjunto y puede estimular la de bienes de capital.
Falta comprender que, además de estímulos concretos, se requiere el diseño de una estrategia global de desarrollo industrial en la que la industria de bienes de capital juegue un papel claro.
Economista de la Universidad de los Andes, actualmente es el Director Seccional para el centro del país de FEDEMETAL. -
EL CARRUSEL DE LA ECONOMIA
Por: Rafael Orduz Medina