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Los tres principales arquitectos de esta reforma en el Congreso -los senadores Gabriel Zapata, Luis Guillermo Vélez y Antonio Guerra- se la jugaron por la opción del crecimiento económico y del empleo

Finanzas

El empujón fiscal

A pesar de las críticas, la reforma tributaria puede acabar estimulando el crecimiento económico.

6 de enero de 2007

Al terminar el año 2006 se pensó que si hubo alguna buena noticia en materia económica, esta fue la de la cifra de crecimiento. Según todos los pronósticos, el país logró en 2006 crecer el 6,4 por ciento, el mejor índice de los últimos 25 años. E igualmente se pensó que si hubo alguna mala noticia en este frente, tal vez fue el incumplimiento del gobierno en materia de reforma tributaria. Lo que se obtuvo finalmente poco tenía que ver con lo que se ofreció originalmente.

Sin embargo, a pesar de sus deficiencias, muchos empresarios coinciden en que el sostenimiento del crecimiento económico dependerá en buena parte de la reforma tributaria que acaba de ser aprobada. Si bien ésta no producirá un aumento en los recaudos, sí tiene algunos elementos necesarios para que el sector privado adquiera un dinamismo que no tenía en el pasado.

Se podría calificar de reforma "desarrollista", para utilizar el término empleado por Álvaro Gómez cuando se refería a la necesidad de crecer antes de distribuir. Y como en este momento en Colombia reina cierto optimismo, no sólo de los inversionistas nacionales sino también de los internacionales, asegurar la continuidad en este proceso era una prioridad. En 2006, la inversión tuvo un comportamiento particularmente dinámico, al alcanzar un nivel superior al 25 por ciento del PIB. La inversión privada extranjera neta (luego de descontar las inversiones de empresas colombianas en el exterior) fue del orden de 5.000 millones de dólares, la segunda más alta en la historia del país.

Concretamente, la reforma tributaria aspira a generar empleo a través de crecimiento en la inversión. El empleo ha sido el punto más débil en los resultados económicos de la administración de Álvaro Uribe. Actualmente la tasa de desempleo se encuentra en el 11,3 por ciento. Para bajarla se incluyeron varias medidas en la reforma tributaria.

La más importante de todas es la disminución del impuesto a la renta. Se quitó la sobretasa del 10 por ciento y se acordó una disminución gradual de la tarifa base en tres puntos más. Se pasa así de tener un impuesto en la actualidad del 38,5 por ciento, uno de los más altos de toda Latinoamérica, a uno de 34 por ciento este año y de 33 por ciento en 2008.

A esto se suma el incremento del beneficio tributario por adquisición de activos, que aumenta del 30 al 40 por ciento la deducción en renta. Una medida paralela a la anterior es el porcentaje permitido para la acumulación de pérdidas, que también aumenta del 30 al 40 por ciento. Además se redujo el porcentaje de renta presuntiva al 3 por ciento y se introdujo la deducción parcial del 4 por mil, el gravamen a las transacciones financieras. Esto último permite a las empresas deducir el 25 por ciento de este gravamen, cuyas implicaciones en plata son enormes.

Finalmente, se eliminaron el impuesto de timbre y los impuestos sobre remesas y dividendos. El de remesas, en particular, generaba malestar a los inversionistas extranjeros.

Los tres principales arquitectos de esta reforma en el Congreso -los senadores Gabriel Zapata, Luis Guillermo Vélez y Antonio Guerra- consideran que la coherencia de esas medidas contradice la versión según la cual la reforma era una colcha de retazos. Esto significa que el Congreso, el cual generalmente es sometido a todo tipo de presiones durante la aprobación de una reforma tributaria, adoptó en esta ocasión una actitud más pragmática que populista. El país económicamente va bien, y consolidar este proceso puede dar a mediano plazo mejor resultado que otras alternativas. Obviamente esta decisión tiene costos. Fue necesario ampliar la base del IVA a algunos productos de la canasta familiar y volver permanentes impuestos temporales como el 4 por mil para poder cubrir el faltante fiscal.

A corto plazo, el gobierno y los congresistas esperan que la reforma beneficie enormemente a las empresas, las cuales hacía muchos años no tenían tantos estímulos para la generación de inversión y de empleo. A mediano plazo se espera que ese crecimiento acabe beneficiando a las clases menos favorecidas y disminuyan los índices de pobreza. El mundo de las reformas tributarias es muy complejo y , dados todos los intereses que

entran en juego, el resultado final pocas veces coincide con las aspiraciones iniciales. La perfección no existe y los responsables de tramitarlas siempre tienen que escoger entre el menor de los males. En este caso, el Congreso se la jugó por una fórmula que busca impulsar el crecimiento económico y generar empleo. Muchos sectores quedaron insatisfechos con esta decisión, pero solo el tiempo dirá quién tiene la razón.