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EL FIN DE UNA ERA

Pasaran muchos años antes de que el precio de una libra de café vuelva a estar por encima de un dólar.

21 de septiembre de 1992

ES LA PEOR CRISIS EN LA HISTORIA DEL PAIS. Los colombianos, sin embargo, no se han dado cuenta de su magnitud. El café alcanzó en días pasados el precio más bajo desde que, hace 160 años, comenzó a negociarse en los mercados internacionales. De acuerdo con la mayoría de los expertos, pasarán muchos años antes de que el precio de una libra del grano logre colocarse nuevamente por encima de un dólar. Si es que alguna vez alcanza ese nivel. Y eso significa, ni más ni menos, que se acabó la era del café. O, por lo menos, la era en que sembrar café, como se dijo alguna vez en el país, era el mejor negocio del mundo.
Como por primera vez la caída en los precios del grano no vino acompañada por una crisis cambiaria, gracias a la bonanza producida por las amnistías y por el proceso de apertura, el país no parece haber captado la gravedad del problema. No para la economía en su conjunto, pues bien que mal el café ha perdido participación en el Producto Interno Bruto, y en este año representará menos del 20 por ciento del total de las exportaciones (ver gráficos). Pero separa el país, por sus implicaciones políticas y por su contribución al deterioro del clima social. No hay que olvidar que de los 1.024 municipios que existen en Colombia 597 dependen casi totalmente de la economía del café. Y que si todavía no se ha sentido el impacto de la crisis, es por el efecto amortiguador que han jugado las finanzas del Fondo Nacional del Café y por el inusitado incremento en las cosechas.
Pero como van las cosas, nadie puede garantizar que a la vuelta de un año -o inclusive de menos- se agoten los recursos y el sector cafetero tenga que dejarse, como se dice popularmente, "de la mano de Dios". En ese momento nadie sabe lo que puede pasar. Sin ir muy lejos, los salarios de los recolectores de café es, tarán este año muy por debajo de los del año pasado. Mientras que en la cosecha que se empezó a recoger en septiembre de 1991 se pagaban 45 pesos por kilo de café recogido, en la que se avecina la remuneración puede ser inferior a los 30 pesos (ver artículo). Y ellos son apenas la punta del iceberg.
Por debajo están por lo menos tres millones de colombianos que derivan su sustento del café y cuyo gasto representa buena parte de la demanda agregada del país. Tanto que, de acuerdo con los primeros cálculos, la baja en el precio real del grano que se ha presentado a lo largo de este año puede tener un efecto sobre la economía similar al del racionamiento de energía eléctrica, dado que, los cafeteros, por idiosincrasia, reducen considerablemente sus gastos cuando los precios están malos. Y no hay que olvidar que una cosecha cafetera mueve cerca de 4.5 veces el presupuesto de Bogotá, 4.3 veces el presupuesto de la Policía Nacional y 3.3 veces el presupuesto del Ministerio de Defensa.
Pero además de eso, y como consecuencia de las crisis y de la menor disponibilidad de recursos del sector cafetero, el Estado colombiano va a tener que asumir, con cargo al Presupuesto Nacional, toda una serie de labores en el campo de la educación, de la salud, de la construcción de obras públicas y del sector energético, que hasta ahora venían siendo desempeñadas por los comités departamentales de cafeteros.
Y, como se sabe, en estos momentos las arcas del Estado no están precisamente boyantes.
Todo lo cual significa que, a diferencia del pasado, ahora el mayor precio del café se necesita para remunerar la economía cafetera local y no para mejorar la situación de divisas del país.
Por eso es tan importante un nuevo Pacto Cafefero. Porque lo cierto es que, a pesar de sus altibajos, el café vivió sus mejores momentos durante los 27 años en los cuales estuvo en vigencia el Acuerdo Internacional. Desafortunadamente, sin embargo, y cuando todo hacía presagiar que en este mismo año se podría firmar un nuevo Pacto, los Estados Unidos se interpusieron con sus exigencias en materia de controles. Pero a pesar del escepticismo reinante, la celebración de un nuevo Pacto es todavía posible por el inmenso contenido político y social que tiene para el Tercer Mundo. Aunque de entrada, según todos los expertos, tendrá un nivel de precios muy inferior al de los acuerdos anteriores. Con el agravante de que ya los cafeteros no podrán esperar una bonanza como las registradas en años anteriores por culpa de las heladas o sequías ocurridas en Brasil. Dicho país, en efecto, ha diversificado sus riesgos, sacando buena parte de los cultivos de café de los estados propensos a ese tipo de fenómenos, y atomizando las siembras en todo su territorio.
Por eso, de acuerdo con los expertos consultados por SEMANA, no es fácil que el mercado se recupere, ni siquiera con la firma de un nuevo acuerdo. Y lo paradójico es que Colombia siendo el país que más ha impulsado el regreso al Pacto, será el que más se demore en ver sus beneficios, puesto que antes de que los precios vuelvan a niveles del orden de 85 centavos de dólar por libra no se notará la diferencia. Toda la economía cafetera colombiana está estructurada con base en dicho nivel de precios, lo que quiere decir que los primeros incrementos irán aliviando las finanzas del Fondo Nacional del Café, pero éste sólo empezará a acumular patrimonio a partir de 85 centavos.
La verdad es que el Fondo Nacional del Café, que ha permitido aplazar la crisis, ya no está en condiciones de dar mucho más. Cuando se rompió el Pacto Cafetero Internacional, el 4 de julio de 1989, el patrimonio del Fondo ascendía a 1.600 millones de dólares. Pero a partir de ese momento, en que los precios comenzaron a caer en forma dramática, el Fondo ha comprometido sus recursos y su patrimonio en amortiguar la disminución del ingreso real de los cafeteros. A eso se suma el hecho de que, a partir de 1990 -y como resultado de los estímulos producidos por el incremento real de precios de los años anteriores- empezó a entrar una cosecha más grande de lo normal. Y con ello se acentuó el proceso de acumulación de inventarios y de disminución patrimonial.
En los tres años que han transcurrido desde que se acabó el Pacto, del Fondo ha consumido 6OO millones de dólares de su patrimonio. Aunque todavía cuenta con activos por valor de 1.325 millones de dólares y tiene un patrimonio de 1.000 millones de dólares, más de 600 millones están representados en inventarios de café, y su endeudamiento es del orden de los 300 millones de dólares.
Pero lo verdaderamente preocupante es la velocidad con que el Fondo se comería su patrimonio de mantenerse los precios actuales. En efecto, con cotizaciones del orden de 55 centavos de dólar por libra de café, y dados los precios internos de sustentación, el Fondo está perdiendo casi 30 centavos de dólar por libra vendida en el exterior. Si se tiene en cuenta que cada centavoaño de disminución en el precio tiene un costo para el Fondo de 19 millones de dólares, 30 centavos equivaldrían a 570 millones de dólares por año. Es decir, que si los precios no reaccionan de manera significativa y rápida, el Fondo consumiría todo su patrimonio en menos de dos áños, salvo que se disminuya de manera dramática el precio interno, que es el principal componente dentro de los costos de exportación del café. Con los niveles actuales del precio internacional no se debería pagar más de 60.000 pesos colombianos por carga de café. Lo que quiere decir que en cada carga el Fondo está transfiriendo 25.000 pesos de su patrimonio a los cafeteros. Y Colombia produce casi 10 millones de cargas al año.
La situación, en otras palabras, es poco halagadora, y le da la razón a quienes sostenían que la liberación del mercado sería un suicidio para los países productores. Porque lo cierto es que el mercado cafetero resultó ser menos predecible de lo que se pensaba y que la mayoría de los estudios que respaldaban el libre comercio resultaron equivocados. Incluyendo, por supuesto, el estudio que para el Banco Mundial realizó el señor Akiyama, el cual se equivocó en el impacto que iba a tener el traslado de más de 13 millones de sacos en inventarios de los países productores a los países consumidores. Ese traslado masivo se prestó para que los comerciantes internacionales de café suspendieran compras de origen y especularan en todos los mercados.
El inventario histórico que había existido en manos de los países consumidores era del orden de siete a ocho millones de sacos y de esa cifra se pasó a 20 millones, con lo cual se aumentaron los promedios de dos meses de consumo mundial a cuatro meses. En consecuencia, el mercado pasó a ser un mercado de compradores y no de vendedores, Y no por culpa de los últimos, sino de los primeros. Porque a raíz de la ruptura, del Pacto Cafetero Mundial, y de la consecuente caída en los precios, a los productores no les quedó más alternativa que exportar todas sus existencias. Colombia, que hasta entonces exportaba alrededor de 10 millones de sacos al año, pasó a exportar 13 millones en el año cafetero 9091 y 14.5 millones de sacos en el año 9192. Ante la imposibilidad de financiar de otra manera sus caficulturas, los países productores han tenido que incrementar de manera sustancial su volumen de exportaciones. Pero esa decisión ha contribuido todavía más a deprimir el precio internacional, por la mayor oferta y por el aumento en los inventarios en manos de los consumidores, que siguen aumentando. Como siguen aumentando, a pesar de todo, sus ganancias. Porque lo cierto es que el menor valor del café no se ha trasladado, al menos en la misma propor ción, a los consumidores finales. Lo que dejaron de ganar los países productores ha quedado en manos de los tostadores (ver cuadro).
Cálculos muy preliminares permiten estimar que en los tres años largos que lleva la libertad de mercados a los países productores han dejado de ingresar más de 10.000 millones de dólares. No será fácil que los puedan recuperar. Porque a pesar de la baja de los precios, el consumo en los países industrializados no muestra señales de mejoría. Al contrario, el consumo de muchos hogares, como los norteamericanos, puede caer en el presente año. Y eso, por supuesto, afectará las ventas.
Para no mencionar el hecho de que algunos mercados que parecían muy prometedores, como los de Europa Oriental, no dan señales de incrementar la demanda. A pesar de los pronósticos, en efecto, el consumo de los países del área disminuyó de 8.9 millones de sacos al año a 5.5 millones.
Es por eso que se puede pronosticar que las vacas gordas demorarán. Si es que llegan. Y que la crisis actual marca el final de una era que sin reparos se podría llamar la era cafetera. Lo que de ninguna manera puede llevar a que el país se olvide que todavía existen tres millones de colombianos que viven directamente del café y que, por falta de opciones, lo seguirán haciendo durante muchos años.

LIMITES DE LA DIVERSIFICACION
CUANDO SE HABLA DE POSIbles soluciones al problema del café, indefectiblemente se llega al tema de la diversificación cafetera. Sin embargo, lo que se está poniendo en evidencia es que esa tampoco parece ser la panacea. La verdad es que la Fede ración Nacional de Cafeteros lleva más 30 años desarrollando programas de diversificación, pero como el cultivo del café supone una cultura muy enraizada no es obvio, ni fácil, alterar los hábitos de los cultivadores.
Se han adelantado programas de diversificación en muy diversos frentes: en caña de azúcar y caña panelera; en frutas tropicales como la piña, el banano, el maracuyá, los cítricos, la guanábana, la granadilla y la pitahaya; en productos exóticos como el cardamomo y la macadamia, y en industrias como la del gusano de seda. Para no mencionar los pastos para ganado, el caucho o el cacao.
En algunos casos se han obtenido resultados concretos, como en el Ingenio Risaralda, que permitió que 4.500 hectáreas de tierras con vocación cafetera se quedarán cultivadas con caña de azúcar. En otros, en cambio, los resultados son menos evidentes. En frutas tropicales, por ejemplo, se han adelantado programas de diversificación con éxito relativo en el campo de la produción y la transferencia de tecnología. Pero en casi todos los casos se ha tropezado con el cuello de botella del mercado.
Se trata, en general, de productos perecederos, con mercados limitados y cuyo consumo no es fácil de enseñar. Llegar al punto en que un consumidor alemán sepa que la pitahaya se come sin mascar las pepas, o que un japonés aprenda que la cáscara de una granadilla no se come, es una tarea de mercadeo y publicidad que puede tomar muchos años y costar mucha plata. De otra parte, la falta de una red de frío bien establecida, a lo largo y ancho del país, incrementa el riesgo de que las frutas se deterioren o se dañen antes de salir a los principales centros de consumo.
Y en los casos en que, con esfuerzos titánicos, esos productos se logran colocar en los mercados internacionales, se presenta el obstáculo de las barreras fitosanitarias o la competencia de otros países tropicales especialmente de los propios productores cafeteros dedicados a cultivar los mismos productos.
El consumo local tampoco ayuda. El caso del maracuyá es bien diciente. Colornbia, con 6.000 hectáreas sembradas, es el primer productor mundial, y los cultivadores ya están frente al problema de no tener a quién venderle esas cantidades, ni en Colombia ni en el exterior.
Es más, el programa que se acaba de lanzar para diversificar 30.000 hectáreas, con el fin de sacar de producción alrededor de 800 mil sacos de café al año, no sólo no parece fácil de realizar a corto plazo sino que resulta insignificante frente al total de los cafetales sembrados.