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El millonario del año

Los anteriores escándalos por pagos excesivos a ejecutivos palidecen frente al salario extravagante de Richard Grasso, presidente de la Bolsa de Nueva York.

15 de septiembre de 2003

Todo el mundo quedo con la boca abierta el pasado 27 de agosto cuando se supo que el presidente de la Bolsa de Nueva York recibió una bonificación laboral de 140 millones de dólares. Si quedaba alguna duda sobre la desproporción del pago basta con tener en cuenta que la remuneración de este empleado fue más grande que las utilidades acumuladas de la plaza bursátil durante los últimos tres años.

El afortunado se llama Richard Grasso, de 57 años, quien entró a trabajar a la bolsa en 1968 y llegó a ser su presidente en 1995. Se trata de un ejecutivo muy admirado y respetado en su país (hasta hace poco), quien también había tenido la ocasión de darse a conocer en Colombia, pues en la época de los diálogos de paz del ex presidente Andrés Pastrana vino al país, viajó hasta el Caguán y hasta se entrevistó con 'Tirofijo'.

El hecho es que ahora Grasso está metido en un escándalo mayúsculo y ya se están escuchando voces que piden su renuncia. El asunto empezó cuando la Securities and Exchange Comission (SEC), que es como la Supervalores de Estados Unidos, presionó a la Bolsa de Nueva York para que revelara información sobre la remuneración de su presidente. Fue ahí cuando se supo que Grasso había recibido los 140 millones no en acciones sino en dólares contantes y sonantes.

Lo que más molestia causó a la SEC, y especialmente a su director, William Donaldson, quien ocupó la presidencia de la Bolsa de Nueva York antes que Grasso, fue el hecho de que a este último se le haya renovado el contrato antes de terminar una revisión que se está haciendo a las prácticas de gobierno corporativo de la bolsa. Una de estas políticas habla, precisamente, de la forma como son remunerados sus directivos.

Todavía más molestos están muchos comisionistas de la bolsa y muchas empresas que transan sus acciones en ella. Mientras los índices accionarios caían en Nueva York desde 1999, Grasso seguía 'engordando' su cuenta de beneficios. No sólo eso: el documento que entregó la bolsa a la comisión de vigilancia revela que dentro de los privilegios pactados en su contrato de trabajo estaba el de viajar en un jet privado e invitar a su esposa para que lo acompañara en los viajes de negocios, todo, claro está, por cuenta de la bolsa. Mientras esto sucedía a los comisionistas les subían las cuotas que tenían que pagar para hacer sus transacciones con la disculpa de que había que adquirir "nueva tecnología".

Ante esta revelación la SEC envió un largo cuestionario a la bolsa. La respuesta, que llegó el 9 de septiembre, trajo aún más sorpresas. En esta ocasión las autoridades se enteraron de que Grasso había renunciado voluntariamente a un pago adicional de 48 millones de dólares, al que tenía derecho, para evitarle más problemas a la bolsa.

Después de semejante perla aumentó la preocupación sobre la forma como se gobierna la plaza bursátil. El asunto es de la mayor importancia pues la bolsa no es una empresa como cualquiera otra. Se supone que la de Nueva York es una entidad sin ánimo de lucro y además es la supervisora de las firmas comisionistas que transan y de las compañías que cotizan en ella sus acciones. Por eso la bolsa no puede sino dar ejemplo en materia de gobierno corporativo.

Ahora la SEC quiere saber qué hacían y cómo se nombraban los miembros de la junta de la bolsa que decidían la remuneración del presidente. Todo indica que se trata de los directivos de las grandes comisionistas que él debía supervisar. Como quien dice "yo te superviso, tú fijas mi salario". En esas condiciones no sorprende que hayan terminado diciéndose "hagámonos pasito". Ahora se han metido en un lío judicial que va para largo.