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EN PICADA

Sin solución a la vista, la crisis asiática sigue conmocionando los mercados financieros mundiales.

16 de febrero de 1998

Las escenas transmitidas por la televisión internacional desde diferentes puntos del sureste asiático la semana pasada eran patéticas. El optimismo con tintes de exuberancia que había caracterizado en la última década a las economías de mayor crecimiento en el mundo parecía un vago recuerdo. En un pueblo remoto de la isla de Sumatra turbas de campesinos indonesios vaciaban los mercados de arroz, aceite, leche y otros productos básicos. En Bangkok decenas de yuppies organizaban ventas de garaje para disponer de sus Mercedes, sus Rolex y sus teléfonos celulares. En Seúl elegantes señoras en abrigos de piel se despojaban de aretes, pulseras y anillos para donarlos a una campaña ciudadana de "salvación nacional". El llamado milagro asiático, que por muchos años había maravillado a propios y extraños, se desvanecía frente a los ojos del mundo.Los llamados tigres asiáticos recibieron el año con un nuevo desplome de sus bolsas y divisas y anuncios de más quiebras de empresas e instituciones financieras. En los primeros 15 días de 1998 las bolsas de varios países de la región cayeron más del 10 por ciento en dólares, destacándose la de Indonesia con un descenso del 37 por ciento. Sumando estas pérdidas a las sufridas durante el segundo semestre del año pasado las bolsas de Hong Kong y Singapur han caído cerca de 40 por ciento, la de Corea más de 60 por ciento, las de Tailandia y Malasia 70 por ciento y la de Indonesia un aterrador 85 por ciento. Además sus repercusiones comienzan a desbordar el ámbito económico y a inundar la arena social y política. En una población que no está acostumbrada al desempleo los despidos que está generando la crisis podrían convertirse en una bomba de tiempo. El caso de Indonesia es particularmente grave por su pobreza relativa, las diferencias étnicas y religiosas de su población, su historial de transiciones violentas del poder y el hecho de que está atravesando la peor sequía en los últimos 50 años. La corrupción y el nepotismo del régimen del presidente Suharto, que en las épocas de vacas gordas eran pasados por alto por la opinión pública, hoy se convierten en el foco de los ataques de un movimiento de oposición cada vez más vociferante y audaz. Muchos analistas temen que las dificultades económicas, el desprestigio del régimen y la ausencia de instituciones democráticas puedan llevar a un vacío de poder y a una erupción de violencia similar a la que hace 32 años hundió el régimen de Sukarno y consolidó el poder del actual mandatario, cobrando 500.000 vidas.
Causas de la crisis

Hoy en día muchos observadores se preguntan por qué una región que ha experimentado crecimientos económicos espectaculares durante más de una década, baja inflación, altas tasas de ahorro interno, políticas fiscales prudentes y a excepción de Tailandia balanzas comerciales relativamente equilibradas se puede ver repentinamente sumida en una crisis de estas proporciones. Una de las teorías que parece tener más acogida entre los expertos es la que propone Paul Krugman, profesor de economía de la Universidad de Stanford en California, quien hace dos años venía diciendo que el acelerado crecimiento de los países asiáticos no era sostenible. Para Krugman, el eslabón más débil del modelo económico asiático y el principal responsable de la crisis es un sector financiero demasiado protegido por el gobierno y muy mal supervisado. En concepto del economista, debido a sus estrechos vínculos con la clase política y a un marco regulatorio que los favorece, el patrimonio de los bancos asiáticos está implícitamente garantizado por el gobierno. Esto significa que pueden prestar sin evaluar adecuadamente los riesgos y sin reflejarlos en las tasas que cobran a sabiendas de que si los proyectos que están financiado son exitosos saldrán beneficiados y si no lo son el gobierno cubrirá sus pérdidas. Este fenómeno se ve agravado por la falta de supervisión eficaz por parte de las entidades reguladoras, que les permiten tomar riesgos excesivos y limitan su obligación a divulgar información detallada sobre su situación financiera. En varios de los países del área los bancos no están ni siquiera obligados a revelar detalles sobre la calidad de su cartera. La carencia de información adecuada también impide que los mercados financieros cumplan una función fiscalizadora sobre el sector.En este contexto los bancos tienden a prestar más de lo prudente y sus clientes a invertir más de lo debido, lo cual conduce a un alza 'artificial' en los precios de los activos, particularmente la propiedad raíz. Además el fácil acceso a capital extranjero y la presencia de tasas de cambio fijas, que lo hacen más atractivo desde el punto de vista económico, no permiten que suban las tasas de interés internas y, por lo tanto, contribuyen a la sobreinversión. Durante la década pasada el vertiginoso crecimiento de las economías asiáticas camufló las cuestionables prácticas de los bancos y la creciente burbuja especulativa. Sin embargo esta situación no es sostenible y la burbuja se tiene que reventar. Según Krugman, ésto ocurre cuando los proyectos comienzan a dar rendimientos inferiores a los requeridos por los bancos y el costo de rescatar a las entidades insolventes reduce la disposición del gobierno a asistir a otras que puedan entrar en dificultades. En este momento la confianza en el sistema se derrumba y los precios de los activos comienzan a caer, deteriorando aún más la posición de los bancos que tienen grandes inversiones en valores y propiedad raíz y llevando a una espiral deflacionaria. Esta situación se agrava cuando los inversionistas extranjeros, atemorizados por el inminente desplome del precio de los activos, comienzan a sacar sus fondos del país, lo cual precipita una devaluación y aumenta los costos financieros de los bancos y otras compañías con deudas en moneda extranjera. Con un sector financiero inoperante las fuentes de crédito se agotan, la inversión se contrae y la economía entra en recesión. Si bien otros sectores de las economías asiáticas también presentan problemas de fondo, la precaria condición de los bancos de la región parece darle la razón a Krugman sobre las causas del descalabro asiático. Mientras que en Tailandia el gobierno ha tenido que liquidar 56 compañías financieras con activos por más de 20.000 millones de dólares, el gobierno indonesio ha cerrado 16 bancos, incluidos dos controlados por parientes del presidente Suharto. Por otra parte, en Corea del Sur, los nueve mayores bancos tienen préstamos vencidos por entre 94 y 376 por ciento de su capital total, lo cual implica que casi todos están técnicamente quebrados. En la actualidad el total de préstamos vencidos de los siete países más afectados de la región ascienden a 73.000 millones de dólares, un 13 por ciento del PIB del área. A pesar de la evidente necesidad de adelantar reformas a los sistemas financieros de la región para que una crisis como la actual no se vuelva a repetir, lo más apremiante para las economías asiáticas en este momento es lograr estabilizar sus monedas. Un panorama cambiario estable es condición sine qua non para detener el desangre de capital que están experimentando estos países, poder enfocar esfuerzos y recursos a desarrollar las reformas a largo plazo que necesitan las economías de la región _no sólo en el sector financiero sino en otros que han permanecido protegidos por mucho tiempo_ y restablecer el crecimiento económico.

El rol del Fondo Monetario Hasta ahora, los paquetes de asistencia anunciados por el Fondo Monetario Internacional _hasta la fecha el FMI ha comprometido fondos por más de 120.000 millones de dólares para aliviar las dificultades financieras de Corea del Sur, Indonesia, Tailandia y Filipinas_ y los esfuerzos _algunos más serios que otros_ de los gobiernos de la zona por resolver sus problemas financieros no han logrado recobrar la confianza de los mercados internacionales, elemento fundamental para truncar el círculo vicioso de devaluaciones y fugas de capitales. Desde julio del año pasado las divisas de las cuatro economías más afectadas por la crisis: Indonesia, Corea del Sur, Tailandia y Malasia, han perdido entre el 40 y el 70 por ciento de su valor y la volatilidad de los últimos días no permite dilucidar un fin a esta situación en el futuro cercano. En los países industrializados de Norteamérica y de Europa y en el Japón existe gran preocupación porque la crisis se extienda más allá del sureste asiático y ponga en jaque la estabilidad de la economía mundial. Si bien las economías de esta región representan un porcentaje reducido de la actividad económica global, la posibilidad de que afecten a la China y agraven la difícil coyuntura por la que atraviesa el Japón_dos naciones que tienen amplios vínculos comerciales y financieros con los países de la zona y cuyo peso en la economía mundial es considerable_ preocupan a muchos analistas.
Paises claves
Si la China y el Japón lograr salir avantes de la crisis que aflije a sus vecinos, el orden económico mundial no se verá materialmente trastornado por los acontecimientos del sureste asiático. Por el contrario, si China se ve obligada a devaluar por presiones especulativas o para poder competir con sus vecinos en los mercados de exportación y la situación del sistema financiero japonés se deteriora significativamente a causa de su importante exposición a los países del sureste asiático, la economía mundial se podría desacelerar considerablemente. Por esta razón los gobiernos del mundo industrializado han apoyado la iniciativa del Fondo Monetario Internacional de ofrecer a los países afectados préstamos destinados a remediar sus problemas de iliquidez a cambio de que se comprometan a imponer medidas de austeridad y a realizar reformas económicas estructurales. Sin embargo los esfuerzos del FMI están siendo ampliamente cuestionados en la actualidad. Los segmentos más conservadores de la sociedad estadounidense piensan que el FMI no debe utilizar recursos provistos por los contribuyentes de los países miembros para rescatar a economías mal manejadas y ampliamente corruptas y a ricos especuladores internacionales. En su concepto, lo que hace que los gobernantes de estas economías no tomen las medidas necesarias para prevenir este tipo de debacles y que los inversionistas extranjeros de portafolio sigan inyectándoles capital es la certeza de que la comunidad financiera internacional vendrá en su ayuda cuando la situación se torne grave. Por este motivo ayudar a los países del sureste asiático, como se hizo con México hace unos años, lo único que hace es contribuir a que este tipo de crisis se vuelva a repetir. Esta posición, sin embargo, sólo la detenta una pequeña minoría. La mayoría de los analistas coinciden en que el riesgo de que la crisis asiática contamine a la economía mundial, unido a la perspectiva de inestabilidad política en la zona, hacen indispensable la intervención activa de Occidente. Además argumentan que una intervención eficaz podría ahorrar mucho sufrimiento a los habitantes de la región y reactivar uno de los principales dinamos de crecimiento de la economía mundial. Sin embargo quienes favorecen una participación activa de Occidente en la resolución de la crisis difieren sobre la estrategia que se debe adoptar. En concepto de The Wall Street Journal y otros observadores, las medidas de austeridad impuestas por el Fondo sólo sirven para ahondar la crisis pues contribuyen a aplastar el bajo nivel de demanda que ya está afectando a estas economías. Para ellos el problema es de confianza y no de liquidez, y por lo tanto hay que buscar por todos los medios estabilizar la tasa de cambio. Entre las propuestas que más han sonado para lograr este objetivo se destaca la idea de utilizar un sistema similar al de Hong Kong _con China, la única economía de la zona que ha logrado mantener su divisa en los niveles en que estaba antes de la crisis_ y Argentina para fijar la tasa de cambio al dólar.
El Fondo y sus defensores contraatacan diciendo que la única manera de contener la caída de la tasa de cambio y las fugas de capitales es con políticas fiscales y monetarias austeras. Sólo con tasas de interés altas y confianza en que el gobierno no malgastará sus escasos recursos se podrá garantizar el retorno del capital extranjero. En estos momentos es difícil predecir cuánto durará la crisis asiática y hasta qué punto terminará afectando al resto de la economía mundial. Lo que sí parece claro es que el modelo económico asiático de desarrollo económico no volverá a ser el mismo. Para garantizar que la región vuelva a la senda del crecimiento, la nueva estrategia económica tendrá que incluir los conceptos anglosajones, hasta ahora bastante ajenos a la región, de la competencia, la transparencia y la separación entre la actividad política y la económica.

El rol del Fondo Monetario Hasta ahora, los paquetes de asistencia anunciados por el Fondo Monetario Internacional _hasta la fecha el FMI ha comprometido fondos por más de 120.000 millones de dólares para aliviar las dificultades financieras de Corea del Sur, Indonesia, Tailandia y Filipinas_ y los esfuerzos _algunos más serios que otros_ de los gobiernos de la zona por resolver sus problemas financieros no han logrado recobrar la confianza de los mercados internacionales, elemento fundamental para truncar el círculo vicioso de devaluaciones y fugas de capitales. Desde julio del año pasado las divisas de las cuatro economías más afectadas por la crisis: Indonesia, Corea del Sur, Tailandia y Malasia, han perdido entre el 40 y el 70 por ciento de su valor y la volatilidad de los últimos días no permite dilucidar un fin a esta situación en el futuro cercano. En los países industrializados de Norteamérica y de Europa y en el Japón existe gran preocupación porque la crisis se extienda más allá del sureste asiático y ponga en jaque la estabilidad de la economía mundial. Si bien las economías de esta región representan un porcentaje reducido de la actividad económica global, la posibilidad de que afecten a la China y agraven la difícil coyuntura por la que atraviesa el Japón_dos naciones que tienen amplios vínculos comerciales y financieros con los países de la zona y cuyo peso en la economía mundial es considerable_ preocupan a muchos analistas.
Paises claves
Si la China y el Japón lograr salir avantes de la crisis que aflije a sus vecinos, el orden económico mundial no se verá materialmente trastornado por los acontecimientos del sureste asiático. Por el contrario, si China se ve obligada a devaluar por presiones especulativas o para poder competir con sus vecinos en los mercados de exportación y la situación del sistema financiero japonés se deteriora significativamente a causa de su importante exposición a los países del sureste asiático, la economía mundial se podría desacelerar considerablemente. Por esta razón los gobiernos del mundo industrializado han apoyado la iniciativa del Fondo Monetario Internacional de ofrecer a los países afectados préstamos destinados a remediar sus problemas de iliquidez a cambio de que se comprometan a imponer medidas de austeridad y a realizar reformas económicas estructurales. Sin embargo los esfuerzos del FMI están siendo ampliamente cuestionados en la actualidad. Los segmentos más conservadores de la sociedad estadounidense piensan que el FMI no debe utilizar recursos provistos por los contribuyentes de los países miembros para rescatar a economías mal manejadas y ampliamente corruptas y a ricos especuladores internacionales. En su concepto, lo que hace que los gobernantes de estas economías no tomen las medidas necesarias para prevenir este tipo de debacles y que los inversionistas extranjeros de portafolio sigan inyectándoles capital es la certeza de que la comunidad financiera internacional vendrá en su ayuda cuando la situación se torne grave. Por este motivo ayudar a los países del sureste asiático, como se hizo con México hace unos años, lo único que hace es contribuir a que este tipo de crisis se vuelva a repetir. Esta posición, sin embargo, sólo la detenta una pequeña minoría. La mayoría de los analistas coinciden en que el riesgo de que la crisis asiática contamine a la economía mundial, unido a la perspectiva de inestabilidad política en la zona, hacen indispensable la intervención activa de Occidente. Además argumentan que una intervención eficaz podría ahorrar mucho sufrimiento a los habitantes de la región y reactivar uno de los principales dinamos de crecimiento de la economía mundial. Sin embargo quienes favorecen una participación activa de Occidente en la resolución de la crisis difieren sobre la estrategia que se debe adoptar. En concepto de The Wall Street Journal y otros observadores, las medidas de austeridad impuestas por el Fondo sólo sirven para ahondar la crisis pues contribuyen a aplastar el bajo nivel de demanda que ya está afectando a estas economías. Para ellos el problema es de confianza y no de liquidez, y por lo tanto hay que buscar por todos los medios estabilizar la tasa de cambio. Entre las propuestas que más han sonado para lograr este objetivo se destaca la idea de utilizar un sistema similar al de Hong Kong _con China, la única economía de la zona que ha logrado mantener su divisa en los niveles en que estaba antes de la crisis_ y Argentina para fijar la tasa de cambio al dólar.
El Fondo y sus defensores contraatacan diciendo que la única manera de contener la caída de la tasa de cambio y las fugas de capitales es con políticas fiscales y monetarias austeras. Sólo con tasas de interés altas y confianza en que el gobierno no malgastará sus escasos recursos se podrá garantizar el retorno del capital extranjero. En estos momentos es difícil predecir cuánto durará la crisis asiática y hasta qué punto terminará afectando al resto de la economía mundial. Lo que sí parece claro es que el modelo económico asiático de desarrollo económico no volverá a ser el mismo. Para garantizar que la región vuelva a la senda del crecimiento, la nueva estrategia económica tendrá que incluir los conceptos anglosajones, hasta ahora bastante ajenos a la región, de la competencia, la transparencia y la separación entre la actividad política y la económica.