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FLORES DE ACERO

Si bien han salido airosos de muchas batallas, los floricultores se enfrentarán a un 1996 plagado de espinas.

8 de enero de 1996

EL CORAZON DE LOS FLORIcultores late con fuerza. Nuevamente temen que los enamorados estadounidenses dejen de regalarse flores cultivadas en la Sabana de Bogotá, porque en medio del debate electoral norteamericano y con la pelea que hay casada entre Washington y Bogotá, los cultivadores encabezan la lista de los llamados a pagar los platos rotos. Cualquiera que quiera irse lanza en ristre contra Colombia va a encontrar en las flores la víctima perfecta.
Por una parte son los mayores beneficiarios de las ventajas arancelarias que Estados Unidos le ha dado al país por la lucha antidrogas, y por otra, son extremadamente sensibles a la imposición de cualquier traba aduanera: el menor retraso en un aeropuerto puede significar la pérdida de todo un cargamento de flores. Para no mencionar que en el pasado ya han sido objeto de demandas por dumping y de restricciones por compensación.
Los temores de los floricultores están fundados. Tal vez no sea necesario esperar a que la campaña electoral en Estados Unidos tome forma para que los ataques comiencen. Ya hay una pelea casada, y aunque a simple vista la guerra contra el banano colombiano no tiene nada que ver con las flores, los cultivadores están con el corazón en la mano esperando su desenlace final.
La relación es la siguiente: la firma del Convenio Marco de Banano entre el gobierno colombiano y la Unión Europea levantó ampolla entre algunas multinacionales productoras y distribuidoras de la fruta. En su concepto, este acuerdo es discriminatorio y lesiona los intereses comerciales de Estados Unidos en el viejo continente. Con este orden de cosas, las represalias no se hicieron esperar. La primera fue la demanda ante el Departamento de Comercio para aplicarle a Colombia la ley 301 por un acto discriminatorio contra los intereses norteamericanos, con lo que se eliminarían las preferencias comerciales; después siguió una propuesta parlamentaria para suspender el Andeann Trade Preference Act -ATPA-. Ahí es donde se perjudicarían las flores ya que serían abolidas de un tajo las ayudas comerciales de las que se benefician.
Lo más curioso es que ambas iniciativas provinieron del senador republicano Robert Dole. En un informe publicado el martes pasado el periódico, The New York Times explicó la razón por la cual el parlamentario las había presentado. La compañía bananera Chiquita Brands International, que puso la demanda, es uno de los mayores contribuyentes de la campaña de Dole.
Aunque hasta la fecha ninguno de los dos castigos se ha cristalizado, el peligro sigue latente. El Departamento de Comercio sólo se pronunciará sobre esta demanda en enero, y es muy probable, que el senador republicano vuelva a presentar una vez más su propuesta legislativa, la cual ya ha sido negada en dos oportunidades.
El peso del Robert Dole hace más dura la batalla para los floricultores. Se trata del aspirante republicano con más probabilidades para enfrentarse a Bill Clinton en el debate presidencial del próximo año. Además, como es el líder de su partido en el Senado, puede buscar el apoyo de sus compañeros de bancada en cualquier momento. Según The Journal of Commerce el lobby ya empezó: durante el vuelo a Israel para asistir al funeral de Yitzhak Rabin, Dole trató el tema con el presidente de la Cámara de Representantes, el también republicano Newt Gingrich.
Pero la importancia de Dole no es el único escollo que hay que superar. Como se trata de una pelea ajena, los legisladores estadounidenses no son conscientes del daño que la aprobación de la iniciativa le haría a esta industria colombiana. Con el propósito de ponerlos al tanto de ese riesgo, las directivas de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores -Asocolflores- han viajado en dos oportunidades a Estados Unidos. Según la agremiación, la acogida ha sido buena y los congresistas se han mostrado muy interesados en conocer los puntos de vista del sector privado colombiano y la importancia social de esta actividad; al fin y al cabo genera 75.000 empleos directos y 50.000 indirectos en áreas rurales, lo que ha amortiguado la migración campesina a Bogotá.
La suerte de la exportación de flores colombianas no sólo está en manos del Congreso y del Departamento de Comercio. La International Trade Comission debe pronunciarse a mediados de febrero próximo sobre la demanda por dumping que hay sobre las rosas. A principios de este año, el Departamento de Comercio falló a favor de Colombia y los productores norteamericanos apelaron esa decisión. Los claveles, los crisantemos y los pompones también tendrán que certificar su buena conducta. Sus cultivadores deben presentarse anualmente ante las autoridades comerciales estadounidenses, con libros en mano, para demostrar sus costos de producción y que no reciben ningún tipo de subsidio a sus exportaciones. Estos controles obedecen a que sobre estas tres variedades de flores existen sanciones por dumping.
Todo ello sin descontar, claro está, las consecuencias de una posible 'descertificación'. Las repercusiones de una decisión como esa sobre las exportaciones colombianas son difíciles de prever, pero para nadie es un secreto que cuando el Tío Sam somete a la condición de paria internacional a un país, el castigo va más allá de la suspensión de su cooperación en la lucha antidrogas.
Claro que cada nueva traba es sólo una cuenta más en el rosario de dificultades que los floricultores han tenido que superar para llegar al lugar que hoy ocupan a nivel internacional: sus exportaciones sumaron 426 millones de dólares en 1994, dos mil veces más que cuando iniciaron su labor hace 20 años. Y lo que más les duele a los competidores gringos es que de cada tres flores que se venden en Estados Unidos, dos provienen de la Sabana de Bogotá.