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Impuesto de guerra

El comercio y el turismo comienzan a sentir los efectos de la batalla que libra el gobierno contra el narcotráfico.

16 de octubre de 1989

En Colombia son muchas las cosas que ya no se pueden hacer de noche, y pescar es tan solo una de ellas. El resto constituye una larga lista que se volvió más numerosa desde hace unas semanas, cuando comenzó la guerra contra el narcotráfico. El nuevo clima de incertidumbre ha venido afectando una serie de actividades que se resienten apenas la gente se atemoriza. Para demostrarlo, basta con recorrer después de las 9 de la noche las calles de Medellín o Bogotá y sentir la soledad en dos ciudades que antes de la guerra se destacaban por bulliciosas.
La disminución en la actividad de bares y restaurantes es quizás el primer indicador de la anormalidad de la situación. Porque de resto buena parte del país se sigue moviendo con la misma normalidad de antes. Por lo menos eso es lo que se puede decir de la economía nacional que, contra muchos pronósticos, continúa navegando por aguas tranquilas.
Y la verdad es que, aparte de la vida nocturna, son pocas las actividades que se han resentido seriamente. La más notoria es sin duda el turismo de extranjeros, un área que venía creciendo con fuerza pero que se ha detenido en las últimas semanas. No obstante, es complicado todavía medir el impacto de la situación. Se sabe, por ejemplo, que en 1988 ingresaron al país 752.690 turistas, que dejaron divisas por 260 millones de dólares. Del total de gente, 568.500 eran suramericanos, seguidos por 97.036 norteamericanos y 54.046 europeos. Esa distribución le hace pensar a los especialistas que una disminución eventual no será tan grande. Se considera que, con excepción de unos cuantos miles de norteamericanos, los demás acabarán viniendo.
Esa reducción, sin embargo, le ha dolido a los hoteleros en zonas del país como Cartagena, donde el turismo canadiense había entrado con pie derecho. Pero la verdad es que, aun así, queda todavía campo para aguantar el golpe. La Corporación Nacional de Turismo estima que, de los 12.7 millones de noches de hotel que se pagaron en Colombia en 1988, tan sólo 1.27 millones de noches le correspondieron a turistas extranjeros. Esa es una cifra importante, pero demuestra que el turismo en Colombia sigue siendo de origen eminentemente interno.
Más aún, los especialistas en turismo dicen que el shock de los últimos días es una cuestión temporal. La experiencia de otras naciones donde ha habido actos terroristas sugiere que hay un período de enfriamiento, al cabo del cual todo vuelve a la normalidad. El caso más citado es el de la ETA, en España, la cual no consiguió atemorizar a los miles de europeos que iban a la península ibérica en busca del sol. Como es de suponer, todo eso depende de la duración e intensidad de la guerra pero, sin llegar a escenarios extremos, parece que no hay motivo para esperar lo peor.
Algo similar se puede concluír en los demás frentes de la economía. Tanto el comportamiento de la producción como el del sector externo ha sido relativamente normal. No se puede decir todavía que el nerviosismo haya aumentado dramáticamente. Incluso el nivel del dólar negro, que es muy sensible a estas situaciones, no es exagerado. La semana pasada la prima sobre el cambio oficial fue de 2%, nada extraordinario si se tiene en cuenta que hace apenas unos años esta llegó a ser hasta del 10% en momentos de crisis.
Lo anterior no quiere decir que los empresarios no sean impermeables a la situación del país. Todo lo contrario. Una encuesta hecha por Fedesarrollo a finales de agosto indicó que las perspectivas de los ejecutivos eran francamente pesimistas. Curiosamente, esa respuesta contrastó con las cifras sobre el comportamiento de la producción, las cuales revelan una ligera reactivación a finales del primer semestre del año. Esa combinación lleva a los expertos a pensar que aún es muy temprano para concluir sobre los posibles efectos de la guerra, pues las señales son antagónicas.
Claro que la parte sicológica cuenta. El clima de nerviosismo a nivel del público es clave para el comportamiento del comercio, un área que necesita que la gente esté en la calle para que pueda comprar cosas. Sondeos informales sugieren que, por ejemplo, en los centros comerciales la actividad se ha reducido notoriamente, un fenómeno que todavía no ha podido ser comprobado con cifras confiables. En cualquier caso, eso llevó a los gremios especializados a pedir una vez más, la semana pasada, el desmonte de la medida sobre la cancelación de un 30% del valor de las compras con tarjeta de crédito en un término inferior a 30 días. Los críticos de esta decisión dicen que eso ha conducido a una disminución en el consumo, con efectos finales sobre el comportamiento de la producción.
Todas esas discusiones dejan en claro que el común denominador sigue siendo la incertidumbre. Eso ocurre también en el campo de la ayuda externa. No sólo hay dudas sobre la resurrección del Pacto Cafetero (ver recuadro), sino también sobre cualquier otra posibilidad de dinero proveniente del exterior. Pero, a nivel interno, hay evidencias de que los empresarios están aplazando sus planes de inversión, con la esperanza de que la situación se aclare dentro de poco. Esa demora se suma a las otras bajas -por ahora temporales- que ha dejado la lucha. No obstante, como diría un militar, la verdad es que el grueso de las tropas no ha entrado en combate y que, si este ya comenzó, la mayoría de los batallones de la economía nacional todavía no se han dado por enterados.-

FALSA ILUSION
es un sueño demasiado hermoso para ser verdad. Sin embargo, le sirvió a los más optimistas para ilusionarse, cuando la semana pasada una carta del subsecretario de estado norteamericano, Lawrence Eagleburger, avivó las esperanzas sobre una eventual resurrección del Pacto Cafetero. "Estos problemas son bien conocidos (...) y, con buena voluntad, podríamos solucionarlos para nuestra mutua satisfacción" anotó Eagleburger en un mensaje dirigido al canciller colombiano Julio Londoño, al término de una serie de reuniones en la Organización de Estados Americanos.
Quienes leyeron entre líneas se apresuraron a decir que se estaba confirmando una nueva posición de flexibilidad de la delegación norteamericana frente al Acuerdo Cafetero. Los más entusiastas llegaron a creer que en la reunión de Londres a final de este mes se superarían las diferencias que explotaron a mediados de este año, cuando las cláusulas económicas del Pacto se suspendieron, liberanda así el mercado cafetero.
Pero fue precisamente el mercada el que se encargó de decir la verdad. A pesar de tantas expresiones de júbilo en torno a la carta de Eagleburger, los precios del café cedieron en la bolsa de Nueva York hasta cerrar el viernes cinco centavos por debajo del nivel de comienzos de semana. En contraste con los optimistas en Colombia, el mensaje del funcionario norteamericano fue interpretado como una reafirmación de la política de la Casa Blanca hacia el grano. Es decir, que mientras no se solucione los dos factores que según los Estados Unidos desvirtúan el mercado de cuotas, no habrá razón para renegociar el Pacto. Tales puntos son el problema del doble mercado de café para miembros y no miembros del Acuerdo, y el de la preferecia creciente por cafés suaves. La solución de este último implicaría redistribuir las cuotas, una idea a la que Brasil se ha opuesto repetidamente y que fue la gran culpable del fracaso de las negociaciones anteriores.
Esos obstáculos fueron reconocidos por los principales representantes del gremio en Colombia. El miércoles pasado el gerente de la Federación de Cafeteros, Jorge Cárdenas, dijo ante la comisión III de la Cámara de Representantes que veía muy difícil cualquier arreglo. Dicha opinión fue compartida por el canciller Londoño y en general por los conocedores, quienes subrayaron que el Pacto Cafetero no consiste en poner de acuerdo a Estados Unidos con Colombia, sino a 50 países productores con 24 consumidores. Por lo tanto, una carta de buena voluntad no soluciona nada, pues al fin y al cabo quedan faltando las otras 73.