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LA MAQUINA DE HACER PLATA

Los cajeros automáticos están revolucionando las costumbres bancarias de los colombianos.

4 de marzo de 1985

"La escena -recuerda el ingeniero Sergio Tovar-, parecía sacada directamente de la propaganda de la televisión. Estaba acabando de arreglar un cajero automático a la media noche de un sábado en el centro de Bogotá cuando de un taxi se bajó un hombre quien aliviado me dijo: "siquiera la reparó porque no tenía con qué pagar la carrera"".
La anécdota anterior ilustra a la perfección el nuevo amor de los colombianos por los cajeros automáticos. Al cumplirse ocho años desde que la primera máquina de esta especie fuera instalada en el país, se ha comprobado que, así sea cojeando, algo se recibe en el territorio patrio de la revolución tecnológica. Quizás usted, como miles de personas más, tenga en su poder la tarjetica que le permite retirar o depositar fondos de su cuenta bancaria o UPAC a cualquier hora del día o de la noche, sin tener que preocuparse por tumultos y atafagos o verse obligado a llegar a cualquier sucursal "antes de que cierren". Paulatinamente, la figura de ir a la tienda de la esquina "a cambiar un cheque" será reemplazada por la de ir a la maquinita a realizar ésta y varias operaciones más. Sin embargo, esa predicción no se cumplirá en la próxima década, sino que está a la vuelta de años, e incluso meses. Para finales de 1985, las instituciones financieras colombianas deberán haber duplicado el número de cajeros automáticos en el país, acercándose a los 150, y la cantidad de entidades con el servicio llegará a una cifra cercana a las 15.
El éxito que los aparatos tienen ahora, contrasta con los problemas de las primeras épocas. Inicialmente, fue el Banco de Colombia el que le compró a la compañía norteamericana Burroughs varias máquinas que fueron instaladas en Bogotá, las cuales, debido a problemas de diseño, duraban mucho tiempo fuera de servicio. Además, el acceso a una tarjeta era limitado y sólo se le otorgaba a clientes muy especiales, dentro de cientos de precauciones.
En ese tiempo, cada cajero trabajaba independientemente y entregaba el dinero después de "leer" la información sobre el usuario, la cual estaba contenida en una cinta magnética al reverso de la tarjeta, donde se encontraban datos como número de la cuenta, cupo de retiro y la clave secreta que permitía el acceso al sistema. Al final de cada día, un empleado del banco recogía el recuento de las transacciones, que había sido grabado en un cassette, y con éste se actualizaba el saldo de las cuentas de las personas que hubiesen retirado dinero.
Ese sistema cambió cuando llegaron al país modelos que trabajaban "en línea", donde los cajeros se conectan a un computador central y el usuario opera directamente sobre su saldo. Amén de funcionar mejor, tal innovación le permitió a entidades como las Corporaciones de Ahorro y Vivienda, ofrecer el servicio sin preocuparse de que un usuario incurriera en sobregiros, lo cual está terminantemente prohibido.
Al cabo de un tiempo, en el que se logró vencer el recelo de las demás instituciones financieras, los planes para instalar cajeros automáticos se han multiplicado. Desde el punto de vista de la entidad crediticia, la existencia de la máquina le ahorra costos de servicio al público y contribuye a que el cliente mantenga promedios más altos en su cuenta. Fuera de ello, se considera que es un servicio que puede atraer a nuevos usuarios. Como ejemplo, los especialistas señalan a Conavi, la entidad que tiene la red más extensa del país, la cual orientó su estrategia de mercadeo a hacer énfasis en las ventajas que otorgan sus cajeros automáticos.
Según los miembros de las instituciones consultadas, los resultados hasta la fecha han sido "altamente satisfactorios". Pese a lo que se pudiera creer, las máquinas no han sido objeto de actos de vandalismo y, para evitar "tumbes", el usuario no puede retirar más de cierta suma al día ($50.000 o menos) así tenga millones en su cuenta. Curiosamente, la experiencia revela que la gente hace más depósitos que retiros, circunstancia que ha impulsado a varias entidades a colocar "depositadores" (máquinas que sólo reciben dinero) para aliviar las penurias de quien quiere hacer una consignación menor. En un día atareado, un cajero automático es objeto hasta de 300 transacciones y alcanza a entregar varios millones de pesos. Si, por alguna casualidad, el sistema de computador falla, el cajero puede seguir funcionando solo, tal como sucedía con los primeros modelos.
En el futuro, se cree que aparte de las funciones que se realizan hoy (de pósitos, retiros, saldo a la fecha), se podrá llegar a pagar los servicios públicos y realizar transferencias entre diferentes cuentas e instituciones. Si bien hasta el momento, cada entidad tiene sus propios cajeros, la experiencia indica que se formarán conglomerados de entidades. De hecho, el primer pool, llamado Servibanca, ha entrado en servicio cobijando a varios bancos nacionales. La respuesta del público ha sido tan buena, que aun en estos tiempos de recesión y cierre de importaciones, las entidades de crédito reúnen los cincuenta mil dólares que cuesta un cajero automático con el fin de satisfacer la demanda de los usuarios.