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La unión hace la fuerza

Expectativa y preocupación en el mundo ante la posibilidad de una Alemania unificada.

18 de diciembre de 1989

Después de referendos en la antigua República Democrática Alemana y en la República Federal de Alemania, un nuevo Estado federal ha sido fundado, el Bundesstaat Deutschland.
Con su población cercana a 80 millones y su poderío económico, empequeñece a sus vecinos. Su capital Berlín, largamente aislada durante la guerra fría, es ahora (el pasaje obligado) de Europa Central". Esas palabras, dichas hace algunas semanas por la revista inglesa The Economist, ya no parecen tan fantasiosas. Lo que hace apenas unos meses era una idea irrealizable, es ahora una posibilidad previsible: la creación de una gran Alemania, que indudablemente cambiaría la balanza de poder político y económico -sin hablar del deportivo- en el mundo.
Ese tema es hoy en día la obsesión de los pensadores en Europa, Norteamérica y el Japón. La eventualidad de una gran Alemania trae de vuelta recuerdos de guerra y poderío. No faltan las casandras que hablan de los peligros de un cuarto Reich, que podría volver a poner en riesgos la paz del planeta. Hoy por hoy, la cuestión germana es causa, al tiempo, de sueños y pesadillas.
Todo eso, claro está, ha sido motivado por los vertiginosos cambios de los últimos días. Aunque la verdad es que no se puede con certeza hablar todavía de reunificación, lo que sí parece evidente es que en términos económicos las posibilidades de integración son enormes, aún si en términos políticos la RDA y la RFA siguen por caminos diferentes. Esa impresión es compartida por los inversionistas. El día en que se supo la noticia sobre el derribamiento del muro de Berlín, un fondo de acciones de compañías alemanas que se cotiza en la bolsa de Nueva York subió dramáticamente. Algo similar le pasó a empresas como Volkswagen (una de cuyas principales plantas se encuentra a 10 kilómetros de la frontera con la RDA), cuya acción subió 5.8% en un solo día.
Esos acontecimientos mejoran inmensamente las posibilidades del bloque germano. Este, como se sabe, ya es toda una potencia. Alemania Federal tiene no sólo la economía más grande de Europa, sino que es el principal exportador del mundo, con un superávit comercial estimado en 75.300 millones de dólares para 1989. El poderío de los germano-occidentales es evidente en el Viejo Continente, donde no sólo sus empresas están en primera línea, sino donde sus habitantes se ven como los más adinerados.
Algo similar ocurre al otro lado de la Cortina de Hierro. Alemania Democrática es el país más industrializado y el de mejor nivel de vida del bloque comunista. Según las cifras oficiales -cuya validez se pone en duda pero que sirven de parámetro de comparación-, el ingreso por habitante de los alemanes del Este fue de 12.480 dólares en 1988, mientras que el de la Unión Soviética fue de 8.850 y el de Rumania -el más pobre del grupo- fue de 5.490 dólares.
Frente a esas cifras, es evidente que el eje Berlín-Bonn tiene con qué si desea seguir creciendo. Hasta el momento, y pese a algunos intentos de cooperación, la verdad es que lo que se había alcanzado no era mucho. Las firmas de Occidente decían que la RDA ponía una cantidad de trabas burocráticas que hacían difícil trabajar en equipo. No obstante, se tiene la impresión de que eso va a variar. Los cambios políticos incidirán seguramente en una mayor búsqueda de inversión extranjera y en ese escenario quienes más pueden ganar son las compañías de la RFA. Tanto la vecindad como el hecho de hablar la misma lengua y tener la misma cultura, se conjugan para que las empresas de Alemania occidental puedan aprovechar al máximo una fuerza de trabajo bien educada, pero donde el atraso tecnológico es evidente.
Para convencer a Berlín de que el ensayo vale la pena, Bonn está agitando la zanahoria de la ayuda económica. Hasta ahora se ha hablado de un paquete de 2.500 millones de dólares, que se le prestarían a aquellos empresarios interesados en invertir en la RDA, incluyendo a los propios alemanes del Este. También se han mencionado esquemas de cooperación técnica y de rebajas eventuales de impuestos para la venta de ciertos productos. No obstante, lo cierto es que toda la estrategia no se ha definido. Tal como dijo el ministro de la Economía de la RFA, Helmut Haussmann, "hay muchas más preguntas que respuestas. El anuncio de billones en ayuda no tiene ahora ningún sentido".
Mientras ese esquema toma cuerpo, la RFA ha empezado a beneficiarse de los cambios. El más apreciable de todos ha sido la llegada de los refugiados que, aunque ha agravado el problema de la vivienda, ha aliviado las presiones en el mercado laboral.
Porque la verdad es que Alemania occidental ha experimentado en carne propia el envejecimiento y disminución de su población. Las proyecciones indican que los 61 millones de habitantes con que cuenta la RFA hoy en día, serán unos 50 millones a mediados del próximo siglo, por la sencilla razón de que la tasa de natalidad es muy baja. Ese hecho ya está creando problemas de falta de mano de obra calificada. Tal como le dijo a The Wall Street Journal un funcionario de la firma MAN Roland, "con nosotros no se trata de cuatro aspirantes a un puesto, sino de cuatro puestos para un aspirante".
En consecuencia, con el arribo de los refugiados -la mayoría de los cuales está capacitada- se está solucionando ese problema, al tiempo que hay un incremento notorio en la demanda de cierto tipo de bienes debido al aumento de la población.
Ese primer impacto es el preludio de una mayor integración económica que beneficiará tanto a los habitantes de Oriente como de Occidente. Las posibilidades son tan grandes que Krafft Holtz, un analista de una firma de Londres, sostiene que "para el año 2000, la economía de Alemania Oriental será casi imposible de distinguir de la Alemania Occidental". Si eso es así, el poderío de ambos países rivalizará con el de Estados Unidos y Japón, al tiempo que reafirmaría la dominación económica del bloque germano en toda Europa.
Es precisamente esa eventualidad la que tiene preocupados a paises como Francia, Italia o Inglaterra. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Viejo Continente quedó dividido en potencias de poderío similar, con lo cual se logró un balance de poder relativamente armónico. Pero ahora, si a la fortaleza de la RFA se le suman los 16 millones de alemanes orientales, las cosas cambian. Esa perspectiva es especialmente clara para los 12 miembros de la Comunidad Económica Europea, que se reunieron la semana pasada en París a tratar el tema.
Todo eso suponiendo que la reunificación política no se dé. Sin embargo, si la integración económica es exitosa y los sistemas comienzan a parecerse, ese paso se ve como inevitable. Tal como dijera Otto Reinhold, un ideólogo de la RDA, "¿ qué razón para existir tendría una (Alemania oriental) capitalista al lado de una (Alemania) federal capitalista? Naturalmente ninguna".
Con ese pensamiento en mente, los europeos que abogaban por la reunificación alemana cuando esta parecía imposible, ya están viendo las cosas de otra manera. No sólo una gran Alemania dominaria económicamente al resto de Europa occidental, sino que estaría en posición inmejorable para pisar especialmente duro al otro lado de la Cortina de Hierro, sobre todo ahora que la perestroika está cambiando tantas cosas. Por esa razón, cada vez comienza a ser más escuchada la frase de Francois Mauriac, quien decía: "Amo tanto a Alemania que estoy feliz de que haya dos". Sin embargo, es poco probable que esas opiniones antigermanas logren detener un proceso de dos paises cuyo destino parece cada vez más el mismo. Aunque la reunificación política puede tardarse, lo cierto es que la económica parece inevitable, en medio de una evolución que tomará años. El poderío alemán se está asomando y en este escenario sólo se espera que la fuerza que en un tiempo hizo tanto daño, sirva ahora para que el bienestar aumente, no sólo en Europa, sino en el resto del mundo.