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Las caras de la dolarización

La decisión de Ecuador de adoptar el dólar como moneda oficial ha suscitado un enérgico debate en América Latina acerca de las bondades y los peligros de una medida tan drástica.

16 de octubre de 2000

Desde que Ecuador decidió abandonar su moneda, el sucre, la semana pasada, y adoptar el dólar como moneda oficial, el debate sobre la dolarización de los países de América Latina se ha caldeado notablemente.

Desde cuando el gobierno de Argentina optó por abandonar la autonomía monetaria de su país como parte de las medidas para frenar una inflación galopante el debate ha venido aumentando en intensidad. Ha involucrado a economistas de gran renombre internacional, como Paul Krugman y Rudiger Dornbusch.

Abandonar la moneda nacional y adoptar una moneda extranjera fuerte tiene consecuencias no sólo económicas y financieras sino también políticas, culturales y hasta filosóficas. Primero, equivale a renunciar a la capacidad de determinar autónomamente la unidad de transacción; es ceder parte de su soberanía para ponerla en manos de una autoridad extranjera.

Además la dolarización implica renunciar a una parte de la identidad nacional. Inclusive países como el Reino Unido han optado por estudiar más detalladamente la adopción del euro como moneda regional, puesto que ello implica la desaparición de la libra esterlina, símbolo importante de la identidad británica.

Poner a circular una moneda extranjera también crea dificultades a la hora de hacer transacciones y entender el valor del dinero, como sucedió entre las comunidades indígenas ecuatorianas.



La estabilidad

En el campo puramente económico la dolarización implica eliminar la función del banco central como autoridad monetaria. En Colombia, donde la Constitución y la ley consagran como única función del Banco de la República la defensa de la estabilidad de la moneda, la dolarización implicaría que no se podrían volver a suceder fenómenos como el observado durante 1998, cuando por defender la banda cambiaria y la estabilidad del peso el Emisor aumentó las tasas de interés hasta niveles superiores al 50 por ciento.

Adicionalmente, en una economía dolarizada, la cantidad de moneda circulante depende de la entrada de dólares. Por eso implicaría mantener disciplinas fiscales muy estrictas, algo positivo para los partidarios de la dolarización, puesto que obliga a los países a mantener una política fiscal ortodoxa y de austeridad. Dichas políticas incentivarían la inversión extranjera y la actividad económica privada en general.

Para los detractores de la dolarización, en cambio, es un problema que la estabilidad fiscal sea un requisito de obligatorio cumplimiento. En el caso de Colombia, por ejemplo, donde la situación fiscal es también producto de realidades como el conflicto armado, la adopción de una política fiscal austera es un asunto de gran complejidad que depende de factores que a veces se escapan a la voluntad política de controlar el gasto público.

Los opositores de la dolarización argumentan también que ésta impide manejar las crisis. “Es como quitarle los amortiguadores al carro”, dice uno de los analistas. En efecto, la devaluación de la moneda es muchas veces la respuesta de una economía a fenómenos inesperados, como una súbita crisis de confianza en el sistema financiero. Cuando algo así sucede la devaluación incentiva actividades alternativas, como la exportación de bienes y servicios, que a su vez contribuye a impulsar la economía que estaba en recesión.



Las finanzas

Los defensores de la dolarización sostienen que no es fácil para los empresarios privados conseguir financiación en países donde la tasa de cambio es inestable y la inflación creciente. Argumentan que en tales circunstancias es difícil prever el valor de los activos a futuro y, por lo tanto, las entidades financieras optan por recortar los plazos de los créditos para reducir el riesgo de pérdidas.

Al adoptar el dólar como moneda local se puede financiar la actividad privada a largo plazo, algo fundamental para el éxito de actividades como la construcción de vivienda y, sobre todo, para que un país pueda acometer grandes proyectos de inversión en generación de energía o telecomunicaciones, que requieren de muchos años para ser rentables.

Los críticos de la dolarización arguyen que sólo se justificaría semejante medida cuando la inflación esté muy alta. Con una inflación de un dígito, como la que hoy tiene Colombia, la posibilidad de predicción de los precios futuros de los activos mejora sustancialmente, y por consiguiente se abre la posibilidad de financiar proyectos productivos a más largo plazo. Así que cuando las autoridades monetarias sean exitosas en su esfuerzo de reducción de la inflación la dolarización se hace irrelevante. La evidencia, dicen estos analistas, está en que la dolarización sólo ha sido adoptada por países con grandes desequilibrios macroeconómicos y fuerte inestabilidad de precios.



Comercio exterior

En el terreno del comercio exterior está la idea de que dolarizar es revaluar y, por tanto, hace mucho más difícil la capacidad de los exportadores de competir en los mercados internacionales.

Quienes defienden la dolarización arguyen que, lejos de deteriorar la capacidad competitiva del aparato productivo del país, genera un incentivo muy fuerte para la modernización y la reingeniería. Los empresarios serían competitivos no por factores externos, como la devaluación o la protección arancelaria, sino por su eficiencia productiva. Así, en el mediano plazo, la producción del país se concentraría en aquellos productos que realmente son competitivos en el mundo.

En resumen, existen argumentos válidos a favor y en contra de la dolarización. Pero más que de las razones teóricas que justificarían o no una medida de tan hondo calado, son las condiciones específicas de cada país las que, en últimas, determinan si es o no deseable. Si en algo coinciden opositores y defensores es en que la dolarización no puede ser adoptada por los gobiernos como un principio general, como receta para solucionar los diversos y complejos problemas económicos que tengan sus países.