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Las cuentas de la lechera

El multimillonario fraude del grupo italiano Parmalat muestra que todas las medidas que se tomaron después de Enron para depurar el mundo empresarial se quedaron cortas.

12 de enero de 2003

Mientras Estados Unidos realizaba grandes esfuerzos para arreglar el desastre causado por Enron y otros escándalos corporativos, adoptando nuevas normas como la Ley Sarbanes-Oxley, los europeos se felicitaban por haber evitado tan grandes y lamentables fraudes. Ahora, con Parmalat, Europa tiene un escándalo empresarial de proporciones similares al de Enron. En cuestión de semanas, la firma italiana de alimentos pasó de ser una de las historias de éxito más brillantes de Europa a uno de los mayores fraudes corporativos de la historia. Los fiscales dicen que el agujero contable de Parmalat podría ser de 13.000 millones de euros, lo que pone al grupo italiano al mismo nivel de los escándalos estadounidenses de Enron y WorldCom. Aún no se sabe con exactitud cuándo se inició el manejo fraudulento de los libros de contabilidad, pero es un hecho que Parmalat, en su ambición de crecimiento rápido, pagó demasiado por algunas empresas adquiridas. Luego, cuando la economía mundial empezó a flaquear, simplemente no pudo recuperar las grandes cantidades de dinero invertido. La incapacidad para pagar los intereses de las deudas que crecían sin freno llevó a los directivos de Parmalat a intentar recuperar dinero mediante trucos financieros. La dirección fingió la existencia de muchos millones de euros en sus arcas, pero lo cierto era lo contrario. La compañía prácticamente no tenía caja y se encontraba al borde de la quiebra. Sus directivos tenían instrucciones de maximizar el valor de las acciones, aunque para ello tuvieran que facilitar información engañosa. Todo lo que importaba era que los libros tuvieran buen aspecto. El colapso de Parmalat es el último y más estrepitoso de una serie de crisis relacionadas con la parte contable de empresas europeas como la francesa Vivendi y el minorista holandés Ahold. El asunto ha indignado a los inversionistas de todo el mundo, y ha traído demandas en Estados Unidos contra Parmalat, sus auditores y sus bancos. La quiebra El pasado 8 de diciembre comienza el principio del fin para Parmalat cuando incumplió el pago de un bono por 150 millones de euros. La empresa, que había reportado a finales de septiembre 4.200 millones de euros en efectivo y equivalentes, debió recurrir a un préstamo de sus bancos acreedores para pagar los 150 millones de euros a sus tenedores de bonos. Las dudas se acrecentaron el 17 de diciembre cuando incumple un pago por 400 millones de euros a inversionistas minoritarios en una filial brasileña. La empresa justificó este hecho argumentando que no había podido retirar unos 500 millones de euros que tenía en un fondo en las islas Caimán. Pero la verdadera crisis estalló días después cuando se descubrió que Parmalat falsificó un documento del Bank of América, el tercer banco de Estados Unidos, en el que certificaba la existencia de 4.000 millones de dólares en efectivo en una cuenta en las islas Caimán. Parmalat había utilizado el documento para convencer a los auditores de que el grupo tenía miles de millones de euros en efectivo y en inversiones. Las agencias de calificación de riesgo reaccionaron de inmediato y castigaron los bonos de la empresa con el peor de los grados, "basura". La acción pasó de valer 2,5 euros a 10 centavos de euro. La peor parte vino cuando los fiscales italianos encargados del caso encontraron un agujero contable de unos 13.000 millones de euros en deudas no contabilizadas. Un enorme agujero en su pasivo, que había pasado inadvertido durante varios años. En cuestión de días Parmalat se desmoronó como castillo de arena. El 27 de diciembre las autoridades italianas arrestaron a Calisto Tanzi, fundador y jefe de la compañía, quien ya reconoció haber desviado 500 millones de euros de la empresa a compañías familiares. El grupo italiano se declaró en bancarrota y se acogió a un procedimiento similar al capítulo 11 de la ley de quiebras de Estados Unidos. Esto significa que puede seguir operando pero debe llegar a un acuerdo con sus acreedores. Cuentas de lechera Lo que ahora quieren saber las autoridades italianas y norteamericanas es cómo Parmalat consiguió prestados casi 9.000 millones de euros poco antes del escándalo. Los interrogatorios han llevado a conclusiones preliminares: Citibank estructuró una operación llamada "bucco nero" -hueco negro, en italiano- para ocultar el monto real adeudado por la compañía; Bank of America organizó una ronda de contactos entre ejecutivos de la firma (algunos hoy presos) e inversionistas estadounidenses para conseguir fondos; Deutsche Bank manejó la colocación de un bono por 350 millones de euros y Banco Santander guardó en su filial de las islas Caimán una parte del dinero desviado de las arcas del conglomerado italiano. Aparentemente mientras los analistas bancarios pregonaban la compra de valores de la firma, los banqueros colaboraban con Parmalat en establecer entidades poco solventes en paraísos fiscales que le ayudaron a ocultar sus obligaciones. Como en el caso Enron, el escándalo de Parmalat ha puesto de manifiesto la ineficaz supervisión y falta de controles en la contabilidad del grupo. Bajo investigación están la compañía Deloitte Touche, que supervisaba las cuentas consolidadas de Parmalat, y Grant Thornton, que auditaba a varias subsidiarias del grupo. ¿Cuántas empresas más reconocerán en los próximos días o semanas un escándalo de este estilo? ¿Será que existen otras compañías multinacionales que han recurrido descaradamente al maquillaje contable y a la inflación de sus ganancias para contar con su respaldo económico? Estas son preguntas que quedan en el aire y que se hacen diariamente los inversionistas de todo el mundo. Nadie tiene la respuesta. El derrumbe de Parmalat subraya la importancia de mirar con lupa aquellas compañías que se involucran en operaciones complejas y poco transparentes. Sólo unos pocos observadores de Parmalat se preguntaron por qué si todo estaba tan bien, la empresa necesitaba de una compleja estructura extraterritorial o varios millardos de dólares en efectivo. También queda claro que las prácticas locales sí importan. Para los inversionistas internacionales es común pensar en Europa como un solo mercado de inversión. Pero las normas que rigen el mercado bursátil en Italia son débiles. "El mismo primer ministro del país, Silvio Berlusconi, administra un complejo y sombrío imperio de negocios y recientemente introdujo leyes para que divulgar información falsa en la contabilidad de una empresa fuese un delito civil y no penal", explica la revista The Economist. La realidad es que aún falta mucho camino por recorrer para alcanzar una armonización de los mercados financieros.