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Los peces ornamentales son una fuente de riqueza con gran potencial para Colombia. Suramérica debe defenderse en bloque del sabotaje comercial de los países ricos.

12 de febrero de 2006

Es muy probable que ese pez de colores vistosos que va de un lado a otro en un acuario de Londres venga de Colombia o de otro país del norte de Suramérica. Esta región es la principal productora mundial de peces ornamentales del mundo y se calcula que de allí viene el 87 por ciento de los peces ornamentales que se venden en Estados Unidos, Alemania, Bélgica, Dinamarca y Reino Unido. Esto se debe a que Brasil, Colombia, Venezuela, Guyana, Ecuador, Perú y Bolivia comparten las inmensas cuencas de la Amazonia y la Orinoquia. De acuerdo con un documento de la ONG ambiental World Wildlife Fund, "cada año el comercio de peces ornamentales de agua dulce extrae cerca de 100 millones de individuos de unas 400 especies de la extraordinaria diversidad de peces de agua dulce provenientes principalmente de las cuencas de los ríos Amazonas y Orinoco". Desde hace medio siglo la cacería de peces ornamentales ha sido un muy buen ejemplo de cómo aprovechar la biodiversidad del trópico para mejorar las condiciones de vida de la población. Se calcula que sólo en Colombia 2.300 familias viven de esta actividad. De acuerdo con cifras del Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (Incoder), en 2004 Colombia exportó 20 millones de peces ornamentales y recibió a cambio siete millones de dólares. Contrariamente a lo que se pensaría, en la gran mayoría de los casos se trata de una práctica sostenible, pues las poblaciones no se agotan y los distintos procedimientos de la cadena que comienza en un río y termina en un almacén de mascotas en Amsterdam o Nueva York garantizan que los ejemplares llegan vivos a su destino final. De hecho, varios biólogos y ecólogos reunidos recientemente en Bogotá en el taller internacional titulado 'Aspectos socioeconómicos y de manejo sostenible del comercio internacional de peces ornamentales de agua dulce en el norte de Suramérica: retos y perspectivas', afirmaron que esta es una muy buena alternativa económica para los habitantes de la región, por ser de muy bajo impacto para el ambiente y socialmente sostenible. Una práctica que contrasta con las alternativas económicas más comunes en selvas y llanos de Suramérica: extracción de madera, minería, agricultura de tumba y quema y cultivos ilícitos, que por lo general han generado graves impactos ambientales y sociales. Sin embargo, el panorama no es color de rosa. Los 50 expertos de Brasil, Colombia, Venezuela, Perú y Guyana que se reunieron en el taller detectaron varios problemas. Uno de ellos es la ausencia de normas comunes a los países. Cada país maneja temporadas de vedas diferentes, lo que genera diferencias en las condiciones de mercadeo y dificulta las labores de control del comercio legal. Otra amenaza viene de varios de los países compradores, que progresivamente han aprendido a reproducir especies provenientes de la Orinoquia y la Amazonia. Esto significa que pueden romper precios y, además, ya comienzan a adelantar campañas en las que tratan de convencer a los compradores de que es antiecológico adquirir ejemplares silvestres provenientes de los ríos de Suramérica. Esto quiere decir que los países del área deben ponerse de acuerdo y trabajar como solo un bloque. Desde ese punto de vista, el taller supuso un primer paso, pues reunió a pescadores, biólogos, comercializadores y exportadores de Brasil, Colombia, Guyana, Perú y Venezuela. No obstante, por tratarse de una actividad económica sostenible en los frágiles y cada vez más vulnerados ecosistemas de la Orinoquia y la Amazonia, no se le debería dar un tratamiento marginal y exótico, sino verlo como una alternativa para mejorar la calidad de vida en un territorio amenazado por el narcotráfico y la guerra.