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¿Nos llevará el Fondo Monetario a la crisis?

El FMI reconoció su culpa en la debacle argentina. El debate sobre si Colombia puede seguir los mismos pasos no da espera.

29 de agosto de 2004

Cada tres meses el gobierno colombiano se somete al examen de uno de los médicos menos populares del planeta: el Fondo Monetario Internacional (FMI). El pasado martes 24 de agosto llegó el turno de un nuevo chequeo. Sin bata blanca pero con maletines cargados de tablas y cifras, ese día aterrizó en Bogotá una misión técnica del Fondo, encabezada por el estadounidense Robert Rennhack, con el propósito de revisar si Colombia está siguiendo con juicio el tratamiento que el organismo multilateral le recetó en enero de 2003 y que termina en diciembre de este año.

Esta visita se da en momentos en que el papel del FMI está siendo fuertemente cuestionado en el mundo. Las críticas más recientes se suscitaron a raíz de un informe divulgado hace un par de semanas en el que el propio organismo reconoce los errores que cometió en el caso de Argentina. En una valiente pero muy preocupante autocrítica, el Fondo acepta que sus actuaciones contribuyeron a la profunda crisis que todavía afronta ese país y que en 2001 disparó el desempleo y la pobreza y les hizo perder a miles de personas los ahorros de toda la vida. Colombia está hoy en sala de recuperación pero los signos vitales de su economía siguen estando muy frágiles y por eso en cualquier momento puede volver a cuidados intensivos.

Mea culpa

A mediados de los años 90, Argentina era el alumno estrella del FMI. Después de haber adoptado un modelo de tasa de cambio en el que un dólar valía lo mismo que un peso argentino, el gobierno del entonces presidente Carlos Menem -quien estuvo en el poder entre 1991 y 1999- logró poner fin a las épocas en que los precios en su país se duplicaban cada año. Para 1995, la inflación en Argentina era inferior a 5 por ciento, una reducción que se ganó el aplauso unánime de los funcionarios del FMI. Mantener la paridad entre ambas monedas, sin embargo, exigía que llegaran dólares suficientes para respaldar los pesos que circulaban en la calle. El gobierno argentino, en ese entonces, debía garantizar que, en caso de necesidad, podía pedir prestados dólares a sus acreedores externos, lo cual lo obligaba a ajustar sus deficitarias cuentas fiscales y, sobre todo, a no endeudarse hasta niveles que cuestionaran su capacidad de pago.

Aunque ya en ese momento había dudas sobre si era posible sostener la paridad en el mediano plazo, ni el gobierno argentino ni los funcionarios del Fondo les prestaron mucha atención. Al fin y al cabo, en los primeros años de la década de los 90 estaban llegando dólares a chorros. Argentina se convirtió en uno de los destinos preferidos de los inversionistas extranjeros, motivados por el aval del FMI a sus políticas económicas y atraídos por la ola de privatizaciones en la que se embarcó el gobierno de Menem. Vendió los puertos marítimos, los aeropuertos, el servicio de correos, la petrolera estatal y casi todas las empresas públicas.

Hasta 1998 todo parecía ir viento en popa. La economía argentina creció en esos años a una tasa promedio de 6 por ciento, por lo que muchos economistas se apresuraron a señalarla como un modelo para otros países latinoamericanos. Sin embargo, "esos impresionantes logros ocultaron la vulnerabilidad de Argentina, la que se hizo evidente cuando una serie de 'shocks' externos comenzaron a afectar su crecimiento", dice el informe autocrítico del FMI.

Las crisis de los países asiáticos y de Rusia, entre 1997 y 1998, hicieron entrar en pánico a los inversionistas extranjeros que decidieron salir en manada de los mercados emergentes. A esto se sumó la devaluación del real brasileño en 1999, que puso a los exportadores argentinos en enorme desventaja frente a Brasil, su principal socio comercial, y que hizo que Argentina recibiera menos divisas por sus ventas externas que las que gastaba en sus importaciones. En otras palabras, los dólares comenzaron a escasear y con ellos, la tranquilidad de los inversionistas sobre la capacidad del gobierno argentino para garantizar que el dólar y el peso valieran lo mismo. Sus temores no eran infundados. Ante una súbita devaluación de la moneda argentina, el valor de sus inversiones podía, de la noche a la mañana, quedar por el piso.

Mientras tanto, la deuda pública externa de Argentina crecía a pasos agigantados. Durante los 10 años del gobierno de Menem, pasó de 50.000 a más de 100.000 millones de dólares. Todos los años el sector público gastaba más de lo que recibía y, por tanto, el faltante debía cubrirlo incrementando la deuda. El derroche se acentuó en 1999, cuando Menem, que había conseguido permanecer en la presidencia un segundo período, intentó sin éxito hacerse reelegir por cuatro años más. Y aunque en sus discursos el gobierno repetía que era necesario hacer reformas estructurales para meter en cintura las finanzas públicas, la verdad es que poco se avanzó en ellas.

En este punto el FMI reconoce abiertamente que se equivocó. Argentina no era el alumno disciplinado que fue tan aplaudido a comienzos de los 90. "El principal error del Fondo fue su debilidad en hacer cumplir las metas fiscales", concluye el informe de la oficina de evaluación independiente del Fondo. Además, el FMI se enfocó principalmente en revisar cada año el descuadre entre los ingresos y los gastos del gobierno, sin medir los riesgos de la creciente deuda externa, del lento avance de las reformas estructurales y de las deterioradas finanzas de las provincias argentinas. Otro error que no menciona el FMI pero que fue señalado por el actual ministro de Economía argentino, Roberto Lavagna, en su respuesta al informe del Fondo, fue la falta de transparencia en las privatizaciones. Se crearon monopolios privados, por ejemplo, en la prestación de servicios públicos que terminaron aumentando las tarifas y que convirtieron a Argentina en "un lugar caro para hacer negocios".

En medio de este oscuro panorama y cuando era evidente que la economía argentina había entrado en recesión (en 1999 el PIB cayó casi 4 por ciento), llegó a la presidencia Fernando de la Rúa. Enfrentando una fuerte oposición en el Congreso, De la Rúa tomó una serie de medidas de austeridad, como recortes al gasto público, aumentos de impuestos y reformas laborales. El FMI, entre tanto, apoyó al nuevo gobierno desembolsándole casi 10.000 millones de dólares en 2000 y 2001, pese a que todo indicaba que el colapso era inminente. Los mercados internacionales no estaban dispuestos a prestarle un dólar más a Argentina, en momentos en que sus reservas internacionales caían de forma dramática.

En su autocrítica, el Fondo reconoce que hizo un diagnóstico errado de la situación, pensando que se trataba de un problema de iliquidez temporal y no de insolvencia crónica. Peor aún, no diseñó un plan B, cuando fue evidente que la estrategia inicial había fallado, que la deuda argentina era impagable y la paridad entre el peso y el dólar, insostenible. La respuesta del ministro Lavagna va más allá, al afirmar que el FMI no sólo se equivocó en el diagnóstico, sino también en sus recomendaciones, que no atendieron ni las particularidades de la economía argentina ni la difícil situación política que atravesaba ese país.

En diciembre de 2001 se agotó la paciencia de los argentinos, azotados por los altos niveles de desempleo y pobreza. Después de violentas protestas, algunas de ellas promovidas por gobernantes locales, De la Rúa se vio obligado a renunciar. Pocos días después el gobierno interino de Eduardo Duhalde anunció que no podía pagar la deuda -que ascendía a más de 155.000 millones de dólares- y que abandonaba la paridad entre el peso y el dólar. Argentina entró entonces en la lista negra de los mercados internacionales y, desde entonces, ha permanecido allí.

Las otras 'metidas de pata'

El Fondo Monetario ha probado la misma receta una y otra vez, primero en Tailandia, luego en Indonesia, Corea, Rusia, Brasil y Argentina, con resultados que podrían situarse entre un desempeño malo y desastroso. En cada uno de los sucesivos rescates se gastaron decenas de miles de millones de dólares, pero fue en vano: el dinero no frenó la dramática devaluación de las monedas, y el paquete de medidas -consistente en altas tasas de interés y drásticos recortes de gastos- sólo consiguió agravar la situación social y política.

El peor desastre ocurrió en Indonesia, que se enfrentó a una crisis financiera en octubre de 1997. El FMI, bajo las indicaciones del Tesoro de Estados Unidos, respondió con su habitual receta de austeridad fiscal y monetaria. Las medidas dictadas por el Fondo iban dirigidas a estimular la afluencia de capitales, pero en su lugar tuvieron como consecuencia su salida masiva y una confusión económica que contagió al resto de economías de la región. Los llamados 'tigres asiáticos' sufrieron un descalabro que los dejó prácticamente en la ruina. En Corea, el 50 por ciento de las empresas se vieron abocadas a la quiebra, y en Indonesia, aproximadamente el 75 por ciento. Tailandia, el país más disciplinado en seguir los consejos del FMI, sufrió uno de los peores totazos y apenas hasta ahora está empezando a volver a los niveles de PIB que tenía una década antes de la crisis.

Por el contrario, a aquellos países asiáticos que no siguieron las prescripciones estándar del FMI les fue mejor durante y después de la crisis. Malasia, el país que tuvo la caída más corta y más leve, no sólo no tenía ningún programa con el Fondo Monetario sino que siguió su propio camino al imponer un control de capitales, por lo que fue duramente criticado por el Tesoro de Estados Unidos, el FMI y otros. Gracias a esa medida hubo muchas menos bancarrotas y los problemas a los que se enfrentaron los bancos malayos fueron mucho menores.

China, por su parte, evitó el coletazo siguiendo políticas monetarias y fiscales expansionistas, en lugar de la habitual receta de austeridad fiscal y monetaria del FMI. Hoy en día no sólo es la economía más promisoria del planeta sino que su tasa de crecimiento del 8 por ciento anual duplica la de Estados Unidos, la primera potencia mundial.

Años después el FMI admitió finalmente que su estrategia de reestructuración financiera en Indonesia había sido un fracaso y que había subvalorado el alcance del contagio y recomendado medidas fiscales excesivamente restrictivas. Pero al parecer no fue una lección bien aprendida, a juzgar por cómo el FMI manejó la crisis argentina. Así lo sostiene el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz en su libro Los Felices 90, la semilla de la destrucción. "Cuando Argentina se enfrentó a la crisis, el rigor fiscal volvió a estar a la orden del día, de nuevo con un resultado previsible: aumento del desempleo, disminución del PIB y, finalmente, agitación política y social", señala Stiglitz. Afirma además, que el Fondo Monetario es mediocre técnicamente, actúa de forma precipitada con un recetario que no contempla las particularidades de los países e impone decisiones de política, los que lesiona la discusión democrática. "Cuando el FMI decide ayudar a un país, despacha una misión de economistas que carecen de experiencia suficiente en esa nación. Lo más probable es que tengan mayor conocimiento sobre sus hoteles cinco estrellas que de su población", dice el Nobel.

Pero la crítica más contundente al Fondo proviene de la llamada Comisión Meltzer -conformada por 11 destacados economistas- que contrató el Congreso de Estados Unidos en 1998 para analizar el desempeño y el futuro de siete organismos internacionales, dentro de ellos el FMI. En su informe final, la Comisión denuncia que las actuaciones del Fondo Monetario no sólo no aseguraron el progreso económico de los países que han pactado acuerdos con él, sino que sus programas han empobrecido a las naciones que recibieron su ayuda. Además, que el grado de influencia del organismo sobre la política de los países ha socavado la soberanía nacional y a menudo ha entrabado el desarrollo de sus instituciones democráticas.

Justamente, una década después de que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial recomendaron a los países de América Latina emprender un proceso de apertura económica, reducir el tamaño de sus Estados, privatizar sus empresas e insertarse en el comercio mundial, los resultados están muy lejos de la prometida prosperidad. El crecimiento económico de la mayoría de los países ha sido por lo menos irregular y en algunos de ellos, incluso, el déficit fiscal y la deuda aumentaron. En términos sociales la cosa no fue mejor. El número de pobres en la región creció en un millón por año y hoy hay más de 200 millones de personas bajo la línea de pobreza. De ellos, 87 millones viven en la indigencia. Fue una década perdida en lo social.

Después de aplicar las recetas del Fondo, el sureste asiático se quebró, Argentina estalló y Brasil, que hoy es el principal deudor del FMI, casi entra en moratoria de pagos el año pasado. ¿Qué podría pasarle a Colombia?

Cinco años en el Fondo

En julio de 1999, el gobierno de Andrés Pastrana acudió al FMI cuando los mercados financieros internacionales estaban prácticamente cerrados para Colombia, y en general para muchas naciones emergentes. "El país necesitaba crédito externo y nadie, ni la banca multilateral ni los mercados de capitales, estaba dispuesto a otorgar recursos sin el aval explícito del Fondo", dice Mauricio Cárdenas, director de Fedesarrollo.

A cambio de conseguir ese aval, el gobierno se comprometió a disminuir el déficit en las cuentas fiscales del sector público (que en 1999 equivalía a 5,5 puntos del PIB), mediante alzas en los impuestos, reformas al régimen de transferencias a las regiones y la privatización de algunas empresas públicas, entre otras medidas. Apretarse el cinturón en medio de la peor recesión económica de la historia colombiana resultó doloroso (en 1999 el PIB cayó 4 por ciento), pero permitió volver a conseguir dinero prestado en el exterior.

En enero de 2003, el gobierno de Álvaro Uribe suscribió un nuevo acuerdo con el FMI. La receta otra vez consistió en mayores reducciones del déficit fiscal -con más impuestos y la congelación de gastos- y cambios estructurales al sistema de pensiones o al diseño y ejecución del presupuesto del Estado. El gobierno dice estar cumpliendo al pie de la letra lo acordado con el Fondo, pero los errores que ha cometido este organismo en otros países, por ser demasiado laxo o demasiado exigente, hacen que algunos se pregunten si el remedio no resultará peor que la enfermedad.

"La crisis de Colombia en 1999, al igual que la de Argentina en 2001, trató de corregirse con políticas fiscales y monetarias contractivas, lo que precipitó el desplome del PIB y el aumento del desempleo y en Argentina se llevó por delante a dos presidentes", dice el economista Eduardo Sarmiento. Afirma además que durante la administración Uribe "el ajuste fiscal quedó relegado a segundo plano" y que el efecto de las dos reformas tributarias de este gobierno se ha neutralizado con mayores niveles de gasto.

La verdad es que el Fondo Monetario ha sido flexible con Colombia. "Ni el déficit fiscal ha bajado tanto como los programas lo indicaban, ni se han aprobado tantas reformas, ni se han vendido tantos activos públicos como se pensaba", señala Cárdenas . En el presupuesto del año entrante, por ejemplo, el FMI permite que el gobierno aumente el déficit de 2,5 a 2,8 por ciento, si logra privatizar empresas como Ecogas o vender parte de su participación accionaria en ISA.

En el corto plazo, los espaldarazos del Fondo a las políticas económicas del gobierno han hecho que los acreedores extranjeros crean en Colombia. Pero a mediano plazo, "las tendencias fiscales no son buenas", afirma Luis Oganes, analista de JP Morgan en Nueva York. En pagar la deuda del Estado (que hoy equivale al 52 por ciento del PIB colombiano) y las pensiones del sector público y del ISS, el gobierno se gasta más de la mitad del presupuesto de la Nación. Ninguna de estas dos obligaciones puede dejarse de pagar y, por lo pronto, no es claro de dónde saldrá la plata para hacerlo.

Por eso, todas las alarmas están encendidas. Tanto es así que el prestigioso semanario The Economist lanzó en su más reciente edición una alerta sobre la situación fiscal del país. En una nota titulada 'The Price of Reelection' (el precio de la reelección) del 17 de agosto de 2004, la revista británica dice, entre otras cosas, que "las muy necesitadas reformas fiscales se arriesgan ahora a quedar relegadas frente a los afanes reeleccionistas. Sin ellas, algunos inversionistas empiezan a temer cómo hará Colombia para pagar sus deudas".

La propuesta del FMI para Colombia, a la luz de lo que sucedió en Argentina y con los tigres asiáticos, aunque lógica desde la perspectiva de la ortodoxia económica, deja muchos interrogantes. De un lado, el organismo reconoció haber sido muy laxo en el caso argentino, un defecto que parece estar repitiendo en Colombia al no exigirle al gobierno un mayor ajuste fiscal. Del otro está su consabida receta de reducir el gasto público como el único camino para salir de una crisis, algo que en el caso de los países asiáticos demostró no ser efectivo. Esta contradicción tiene preocupados a muchos pacientes del FMI que ya se dieron cuenta de que el médico también se equivoca.