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Plan Comercio

Después de la aprobación del Plan Colombia el gobierno se propone profundizar las relaciones comerciales con Estados Unidos.

2 de octubre de 2000

La semana pasada, con la visita del presidente Bill Clinton, los exportadores colombianos quedaron muy entusiasmados. No sólo por los anuncios que hizo el gobierno sobre la intención de obtener beneficios arancelarios de Estados Unidos, sino porque el clima de amistad entre las autoridades de los dos países hizo ver esta posibilidad más cercana que nunca. La integración comercial con el país del norte —un sueño para unos y una pesadilla para otros— quedó nuevamente en el centro del debate.

La posibilidad de ingresar al Nafta había sido anunciada por el presidente Andrés Pastrana en febrero pasado. La propuesta se discutió durante unos días pero pronto se dejó de hablar del tema porque era muy poco probable que el gobierno nacional, con todos los esfuerzos diplomáticos centrados en el Plan Colombia, lograra además convencer a las autoridades norteamericanas en un asunto tan complejo y sensible como el comercio.

Pero ahora que el Plan ha sido aprobado, y las relaciones entre ambas naciones están en su mejor momento, la integración con el país del norte parece mucho más alcanzable. Más aún, en Estados Unidos la agenda comercial de Colombia se discute con especial interés por sus implicaciones para la seguridad regional. Esto podría mejorar las posibilidades de lograr acuerdos que serían mucho más difíciles de otra manera. Para la muestra está el ejemplo de Jordania, que en la actualidad negocia un tratado comercial con Estados Unidos, motivado no por razones económicas sino por el deseo de las autoridades norteamericanas de contribuir a la paz regional.

La tarea más inmediata de la diplomacia comercial en Washington es proteger a los exportadores colombianos de confecciones. Hace poco el Congreso estadounidense aprobó una ley que otorga a los países de Centroamérica y el Caribe la posibilidad de exportar confecciones con cero arancel al mercado norteamericano. Es algo muy perjudicial para los confeccionistas colombianos, que sí pagan aranceles, y quedarán en franca desventaja frente a sus competidores. Las exportaciones colombianas de estos productos, que actualmente alcanzan los 400 millones de dólares anuales, se podrían reducir a menos de la mitad. Se perderían miles de empleos.

Para evitar esta situación un grupo de senadores estadounidenses presentó un proyecto de ley que busca extender a Colombia los beneficios otorgados a los otros países caribeños. Las exportaciones de confecciones se podrían ‘salvar’. Pero no hay mucho tiempo. Al Congreso le queda un mes de sesiones este año y se avecinan las elecciones en Estados Unidos. No obstante, a pesar de estos obstáculos, hay razones para el optimismo. El embajador Luis Alberto Moreno afirma que “uno de los aspectos más importantes de la visita del presidente Clinton a Cartagena fue haber logrado un compromiso del más alto nivel de las autoridades norteamericanas para sacar adelante esta iniciativa”.

Sin embargo este será apenas el primer paso de la ofensiva comercial colombiana en Estados Unidos. El año próximo los esfuerzos deberán concentrarse en prorrogar y ampliar las preferencias arancelarias otorgadas a los países andinos en compensación por su lucha contra las drogas. Estos beneficios, conocidos como Atpa por sus siglas en inglés, fueron concedidos por un período de 10 años que vence en diciembre de 2001. Y el interés del gobierno y los empresarios es que se prolonguen en el tiempo y se incluyan nuevos productos que hasta ahora se han dejado por fuera, como los textiles, el calzado y los productos de cuero.



En grande

Estos acuerdos tienen la gracia de ser concesiones unilaterales de parte de Estados Unidos pero su alcance es reducido. Además no son permanentes y no hay garantía de que en un futuro se vuelvan a renovar. Por eso el gobierno colombiano se ha fijado una meta más ambiciosa: firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos, siguiendo el ejemplo de México. Este país se ‘montó en el bus’ de Nafta a principios de los 90 y le ha ido muy bien a pesar del ‘tequilazo’ de hace cinco años. Logró duplicar sus exportaciones y reducir sustancialmente el desempleo.

El anuncio de un tratado con el coloso del norte trajo consigo una oleada de optimismo. En momentos en que las exportaciones pasan por un buen momento la posibilidad de aumentarlas aún más alegró a más de uno. Pero también quedó claro que una iniciativa tan ambiciosa tardaría su tiempo en concretarse. Además no han sido pocos los que han advertido sobre los riesgos y amenazas de este acuerdo. “De eso tan bueno no dan tanto”, afirman los escépticos.

“El principal beneficio sería darle estabilidad a las reglas de juego del comercio, afirma Javier Díaz, presidente de Analdex. Agrega que lo que se busca es garantizar la seguridad jurídica, tan importante para los inversionistas”. Las preferencias que se habían otorgado con anterioridad a los países andinos tenían una duración limitada y se revisaban cada año. Y nadie estaba dispuesto a montar una fábrica para exportar los productos beneficiados sin estar seguro de poder contar con las preferencias arancelarias el año siguiente.

De hecho, la expansión económica que ha tenido México a raíz del Nafta no se ha debido a las preferencias arancelarias en sí, sino a la bonanza de inversión extranjera directa que siguió a la firma del acuerdo. Cientos de empresas estadounidenses decidieron ubicarse en México para producir a un menor costo y exportar .

Colombia buscaría algo similar. Pero no es tan fácil. Por muchas razones no cabría esperar en el país un aumento en la inversión extranjera proporcional al que tuvo México. A pesar de su ubicación geográfica estratégica el país tiene obstáculos adicionales que, al menos por ahora, impiden que las inversiones lleguen al país al ritmo que se quisiera. En el diálogo que mantuvieron en Cartagena los empresarios colombianos con los estadounidenses quedó claro que la percepción de riesgo y el problema de imagen de Colombia en el exterior es muy grave. Y hay que trabajar mucho para mejorar tanto la imagen como la realidad.

La inseguridad sigue siendo, sin duda, el principal problema. Como lo advirtió en Cartagena la ministra de Comercio Exterior, Marta Lucía Ramírez, mientras el Departamento de Estado siga recomendando a sus ciudadanos no viajar a Colombia se perderán muchas oportunidades de negocios. En todo caso las autoridades advierten que algo se puede lograr a pesar de los obstaculos. Enrique Umaña, director de Coinvertir, afirma que “un tratado de libre comercio no va a obviar los problemas de seguridad. Pero va a generar incentivos interesantes para los empresarios que podrían compensar en parte los otros inconvenientes”.

Más allá de lo que ocurra con la inversión extranjera y las exportaciones, la integración con Estados Unidos plantea otras inquietudes. En la práctica el acuerdo equivaldría a más apertura, y con nada menos que el país más productivo del mundo. A muchos esto les pone los pelos de punta. “Significaría debilitar aún más el agro y la industria y agudizar las condiciones que tienen a la economía en un estado de postración”, afirma el economista Eduardo Sarmiento. Y efectivamente, hay actividades sensibles —como el ensamble de automóviles y la agricultura— que difícilmente podrían competir con las exportaciones, a veces subsidiadas, de Estados Unidos.

Por eso la clave en este tipo de negociaciones está en cómo se hagan. “Hay que tener claro que va a haber sectores ganadores y perdedores. La idea es que sean muchos más los ganadores”, afirma Javier Díaz, de Analdex. Y para lograr este objetivo se requiere una participación muy activa del sector privado.

En una negociación con Estados Unidos, Colombia debería proteger sus sectores más sensibles y mejorar al máximo las condiciones de acceso de los productos que exporta. Esto implicaría abordar el tema de las barreras no arancelarias al comercio comúnmente aplicadas por Estados Unidos, como las normas sanitarias o las cuotas de importación (por ejemplo, en el caso del azúcar). Los estadounidenses, por su parte, buscarían mejores condiciones para entrar al país en sectores como servicios (por ejemplo, telecomunicaciones). También tendrían interés en hacer valer los derechos de propiedad intelectual —para cobrar por el uso de todo tipo de patentes y marcas en el país— y en garantizar la protección del medio ambiente.

En todo caso es importante tener en cuenta que los acuerdos comerciales no lo son todo. Los exportadores enfrentan cuellos de botella que muchas veces son obstáculos más importantes que los propios aranceles. El transporte terrestre en Colombia tiene toda clase de riesgos que lo encarecen. En materia de tramitomanía todavía falta por mejorar. De otro lado, las fluctuaciones del dólar siempre serán determinantes para el éxito comercial.

Cómo le vaya a Colombia en una eventual integración comercial con Estados Unidos dependerá, entonces, de cómo negocie, de qué tanto logre aumentar su competitividad y del comportamiento de la tasa de cambio. Pero, sobre todo, dependerá de su capacidad para atraer el interés de los inversionistas tanto extranjeros como nacionales.

Después de varios años en que los colombianos se habían olvidado del tema, la integración comercial con el país del norte está de nuevo en el aire. Motivo de entusiasmo para unos y de temor para otros, se trata en todo caso de algo todavía lejano. Más allá de las iniciativas más inmediatas, como la extensión de las preferencias andinas, la firma de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos tardaría al menos unos años. Aunque no tantos como los que podría tomar el Area de Libre Comercio de las Américas (Alca), que incluirá a todos los países del hemisferio y debería estar negociada —en teoría— en 2005.