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TIEMPO PARA TIME

Un tercero en discordia casi acaba con el matrimonio entre Time y Warner.

24 de julio de 1989

Fue un matrimonio por amor que acabó salvándose debido al dinero. Tan sólo quince días antes de la ceremonia los novios tenían todo listo y ensayado, pero la aparición de un pretendiente inesperado casi da al traste con una boda que estaba concertada desde hacía rato.

Esa, ni más ni menos, es la descripción de lo que ocurrió hace unos días con la fusión anunciada entre Time y Warner, dos emporios de las comunicaciones que en marzo habían dado a conocer sus planes de unión. Según estos, ambas compañías habían acordado un intercambio de acciones con el objeto de unir sus esfuerzos en varios frentes y crear el imperio de entretenimiento más grande del mundo. Warner, por ejemplo, aportaba su casa productora de películas que podían ser distribuidas por la compañia de televisión por cable que es propiedad de Time.

Toda esa labor de galanteo y después de noviazgo formal había durado más de dos años desde que el presidente de Time, Richard Munro, y el de Warner, Steve Ross, se habían sentado a tratar el tema. La persistencia de uno y otro rindió sus frutos y en marzo ya parecía definitivo el matrimonio, cuya ceremonia final --la aprobación de la idea por parte de los accionistas--se había dejado para los últimos días de junio.

Pero semejante historia no podía tener un final feliz. Dos semanas antes de la fecha definitiva los especialistas fueron sorprendidos cuando se anunció que a Time le había salido otro pretendiente, Paramount, que deseaba conquistarla no con cariño, pero con mucho dinero: 10.700 millones de dólares. Intempestivamente Martin Davis, presidente de Paramount (productora de películas como Indiana Jones) ofreció 175 dólares por cada acción, un 50% más que su precio en bolsa.

Con semejante oferta, muchos pensaron que ya todo estaba concluido.
No obstante, los novios originales se sentaron a hablar con la intención de llegar al altar, así fuera por otros medios. En consecuencia, el 16 de junio se anunció que Time había ofrecido comprar a Warner por 14 mil millones de dólares, una suma que impresiona aun en Wall Street. La intención de semejante compra era sencillamente la de hacer más costosa para Paramount la compra de Time.
Los analistas estimaron que la compra de la nueva Time (después de haber adquirido a Warner) le costaría a cualquier interesado unos 24 mil millones de dólares, más del doble de lo que había ofrecido Paramount.

Esa estrategia empezó a tener grandes posibilidades de éxito. La semana pasada el precio de la acción de Time estuvo por debajo de lo ofrecido por Martin Davis, lo cual indicaría que el mercado está suponiendo que, después de todo, el matrimonio entre Time y Warner se va a llevar a cabo. En respuesta, la Paramount entabló una demanda tratando de bloquear la compra de acciones y alegando que se había roto toda una serie de principios legales y éticos. En respuesta, un juez del estado de Delaware fijó para el próximo 11 de julio la fecha de la primera audiencia.

Independientemente de quien acabe triunfando lo único claro hasta ahora es quién va a salir perdiendo.
Según los analistas, la mayor carga va a quedar en las espaldas de los accionistas. Si Paramount gana, todos los cálculos indican que tendría que endeudarse tanto para pagar lo que ofreció, que sus utilidades van a desaparecer, por lo menos durante varios años. A su vez, si la estrategia de Time resulta, se calcula que sus utilidades serán cinco veces menores a las que habría tenido si el plan original se hubiera llevado a cabo.

Todos esos cálculos han vuelto a poner sobre el tapete la discusión en torno a operaciones de este tipo. En opinión de los críticos estas gigantescas compras de acciones no aportan nada y sólo dejan a las grandes compañías con un nivel de deuda peligroso. Pocos dudan que aparte de los bancos y los asesores financieros, los demás obtengan una utilidad real. En el caso de Time ya se sabe que en sólo comisiones financiera y legales deberá pagar unos 200 millones de dólares para tener acceso al crédito que necesita para comprar a Warner.

Como si eso fuera poco, se ha puesto sobre el tapete toda una serie de implicaciones éticas que aseguran que en el futuro las cosas no volverán a ser iguales. Ese juicio es particularmente válido en el caso de la revista Time, la publicación semanal de noticias más grande el mundo (unos 4.5 millones de ejemplares vendidos por edición). Aunque la revista ya no es el pilar financiero de Time Inc., es, sin duda, la empresa bandera de este conglomerado que comenzó a finales de la década de los 20, cuando un visionario, llamado Henry Luce, se empeñó en sacar una revista cuando la gran depresión estaba comenzando.

A lo largo de toda su historia, Time ha sido especialmente celosa para defender la independencia crítica de sus periodistas. Sin embargo, ahora que le llegó el turno de informar sobre sí misma, parece que la objetividad se está acabando. La misma revista que el pasado diciembre publicó un artículo de carátula sobre la toma de RJR Nabisco por 25.000 millones de dólares, ahora prefiere la discreción. En esa época se dijo que "las sumas son tan grandes y aparentemente tan fuera de tono con cualquier beneficio predecible que le pueda traer a la industria americana, que estas levantan profundas y disturbadoras dudas sobre la dirección de los negocios en los Estados Unidos (...). Rara vez desde los barones ladrones del siglo XIX ha estado el comportamiento de las empresas tan abierto a los interrogantes".

En contraste, la edición de Time, que circuló la semana pasada, justifica la decisión de endeudarse para comprar a Warner y cita a un ejecutivo diciendo que la deuda "no tiene que ser negativa" necesariamente.
Mientras que Newsweek le dio la carátula al tema, Time decidió dársela al actor de cine Kevin Costner. Eso llevó a la primera a sacar un aviso de publicidad en el cual se decía que "nos mantenemos por delante de la competencia, aun cuando la competencia es la noticia". Hechos como ese demuestran las ramificaciones de la lucha en torno a Time. Aunque los jueces decidirán dentro de poco quién se queda con qué, lo cierto es que la historia demuestra que no hay matrimonio seguro hasta que los novios no salen de la iglesia así--como en el caso de Time y Warner--durante meses se hubieran tomado las precauciones para que nadie arruinara una fiesta que, por ahora, tan sólo va a dejarle un espantoso guayabo a los contrayentes .-