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Vender el oro

La propuesta de usar las reservas internacionales del Emisor para prepagar la deuda externa traerá una decepción.

8 de diciembre de 2003

Tanto insistió el presidente Alvaro Uribe para que el Banco de la República le facilitara parte de las reservas internacionales para prepagar deuda externa que a los miembros de la Junta Directiva del Emisor no les quedó más remedio que agachar la cabeza y responder a su petición. Anunciaron, muy a su pesar, que se

podrían destinar como máximo 500 millones de dólares para ese fin. Pero si creían que con esa declaración salomónica calmarían los ánimos estaban muy equivocados.

Al recibir la noticia el presidente Uribe se declaró "agradecido", aunque señaló a continuación que "yo soy muy insistente", dando a entender que no estaba satisfecho con el monto. En el Congreso también se oyeron voces de inconformidad y se anunciaron nuevos debates para tratar el tema esta semana. La discusión, entonces, apenas comienza.

El de las reservas es un tema que sólo los expertos entienden bien. Sin embargo interesa mucho al público. No es de extrañar que sea así, pues los políticos lo suelen presentar como una alternativa a las medidas tributarias. ¿Quién no estaría de acuerdo con una fórmula que permita reemplazar los odiosos impuestos?

El problema es que esa presentación no corresponde a la realidad. Así lo demuestra la aritmética. Hoy en día el Emisor tiene 10.600 millones de dólares de reservas internacionales, que en tiempos normales generan unos intereses anuales de poco más del 3 por ciento. De otro lado el gobierno nacional se endeuda en el exterior a una tasa de más o menos 9 por ciento. Si el banco le diera al Ministerio de Hacienda 500 millones de dólares para prepagar, dejaría de ganar el 3 por ciento de rendimiento que generan las reservas. Pero el gobierno, por otro lado, se ahorraría el 9 por ciento de los intereses de sus obligaciones.

Después de sumas y restas, el ahorro total sería de 30 millones de dólares anuales en intereses, que es casi nada frente a los 1.200 millones de dólares que el gobierno necesita recaudar en la reforma tributaria para mantener bajo control la deuda pública. Aun imaginando el caso más extremo posible, en el que se utilizara la totalidad de las reservas, no se generaría ni la mitad del ahorro fiscal que se necesita. Los impuestos resultan entonces inevitables.

La gran pregunta

Ahora bien, utilizar reservas para ayudar a tapar el hueco fiscal, así los montos sean moderados, expone al país a una devaluación abrupta en cualquier momento. No hay que olvidar que lo que respalda el valor de la moneda nacional son precisamente esas reservas. Cumplen exactamente la misma función de los lingotes guardados en las bóvedas que antiguamente le permitían al Banco de la República pagar 'un peso oro' al portador de un billete. Como han señalado muchos analistas, esas reservas no pertenecen al gobierno sino a todos los colombianos, y si se reducen más allá de lo recomendable, el peso colombiano perdería respaldo y quedaría muy devaluado.

Con un nivel insuficiente de reservas, el Emisor quedaría maniatado para enfrentar un ataque especulativo de los inversionistas extranjeros contra el peso, al estilo de los que se presentaron en 1999 en los últimos días de la banda cambiaria. La devaluación que esto traería no sería tan grave si no fuera porque el gobierno tiene una deuda monumental en moneda extranjera (23.000 millones de dólares).

¿Pero cuál es, al fin de cuentas, el monto de las reservas internacionales adecuado? Esa es la pregunta del millón. El asunto es muy sutil porque en momentos de calma financiera como el actual pareciera como si las reservas no se necesitaran. Pero en momentos de crisis cualquier monto que se tenga resulta insuficiente para calmar el mercado cambiario y preservar la estabilidad financiera del país. Hay, sin embargo, unos criterios para calcular el monto ideal de reservas que debe tener un banco central. El colchón de divisas que debe guardar un país depende, en el fondo, de los pagos externos que debe hacer por importaciones y amortizaciones de deuda. De acuerdo con los cálculos que ha presentado el Emisor, Colombia está más o menos donde toca en materia de reservas (ver gráficas). De ahí la reticencia de sus codirectores a rebajarlas mucho.

Ante la petición presidencial de usar las reservas para prepagar deuda el Banco de la República calculó que se podrían destinar máximo 500 millones de dólares para ese fin, pero no especificó los mecanismos que se podrían utilizar para hacer la operación. Una forma sería extendiéndole un crédito directo al gobierno por ese monto, para que este último abone el dinero a sus deudas. Esta modalidad, sin embargo, exigiría la aprobación unánime por parte de la Junta del Emisor. Otra manera más práctica de hacerlo sería que el Banco de la República saliera a comprar bonos de deuda externa del gobierno colombiano y los guardara hasta su vencimiento. Así el gobierno pagaría el capital y los intereses de los bonos a su dueño, que sería el Emisor. La plata le saldría de un bolsillo y le volvería a entrar por el otro.

El argumento de fondo en esta discusión es que las reservas existen para respaldar el valor de los billetes que los colombianos llevan en sus billeteras. Su razón de ser es esa, y no tapar huecos fiscales. Ninguno de estos argumentos, no obstante, resultará muy relevante en un debate que a estas alturas tiene motivaciones más políticas que económicas. Los congresistas están a punto de aprobar nuevos impuestos y es comprensible que no quieran aparecer a los ojos de los colombianos como los 'malos' de la película. Estarán entonces a la orden del día sus declaraciones sobre la "mezquindad" del banco por no "colaborar". El Emisor terminará por desempeñar el papel de malo, independiente de los muchos argumentos que existen en contra del uso de las reservas para propósitos fiscales.

Alvaro Uribe se encargó de alimentar y promover este debate, argumentando que una maroma del Banco de la República le permitiría al gobierno ahorrarse "una platica". Y es cierto que, haciéndolo con mucho cuidado y moderación, algún ahorro se puede lograr. El problema es que, aun en un escenario optimista, la cifra es demasiado pequeña frente a las expectativas que tiene el público. Por eso, tarde o temprano, habrá una decepción.