Honor que cuesta

10 de abril de 2010

Muchos países quieren ser sede de algún megaevento deportivo. El Reino Unido luchó por la sede de los Olímpicos para Londres en 2012 y Río de Janeiro festejó recientemente la sede de las Olimpiadas en 2016. África, el continente más pobre del planeta, será anfitrión de la Copa Mundo de fútbol en el próximo mes de junio. Y hace poco el presidente Álvaro Uribe anunció que buscará la sede para Colombia de los Olímpicos juveniles y que también debería buscarse la del Mundial de fútbol de 2026. Medellín acaba de realizar unos Juegos Suramericanos. Pero ¿vale la pena ser elegido sede de unos juegos? Finanzas & Desarrollo, una publicación del Fondo Monetario Internacional (FMI), se metió en el tema y dice que antes de ofrecerse, los países deberían pensarlo. Existen pocos datos objetivos sobre el impacto económico de los Juegos Olímpicos y otros megaeventos deportivos. "La mayor parte de los datos existentes han sido recopilados por las ciudades o regiones sede -que tienen interés en justificar los elevados gastos en esos eventos- y presentan deficiencias".

Los presupuestos proyectados nunca alcanzan a cubrir los costos reales. La proyección inicial de Atenas indicaba que sus Juegos costarían 1.600 millones de dólares y terminaron en cerca de 16.000 millones. Beijing proyectaba costos de 1.600 millones, pero los juegos terminaron en 40.000 millones (incluyendo instalaciones). Para algunos economistas es difícil entender los motivos para ofrecerse como sede de un megaevento. Los efectos económicos netos directos son importantes sólo en contadas ocasiones y en general son negativos, y las utilidades no económicas son difíciles de verificar. ¿Se justifica el uso del erario para financiar estos espectáculos? Muchos economistas son escépticos, pero todos los gobiernos compiten ferozmente, pues consideran que pueden servir como catalizador de una moderna infraestructura, de transportes, turismo y comunicaciones, lo cual generalmente beneficia más a las regiones menos desarrolladas. ¿Quién tiene la razón?