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GUILLERMO VALENCIA

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El capitalismo de la sardina

El capitalismo de la sardina se está convirtiendo en un modelo para el mundo. Aunque su aplicabilidad no es genérica, sí brinda unos buenos puntos de referencia que más de una economía debería entrar a valorar.

25 de octubre de 2021

Desde la crisis financiera del año 2008 han sido muchos los países que mostraron sus más grandes dificultades para superar una crisis. Sin embargo, fue en 2020 cuando casi todo el mundo se quebró y las deficiencias, en sistemas críticos y transversales como los de salud y económicos, se convirtieron en sus amenazas. Por supuesto, este año casi todos entraron en un sendero hacia la recuperación, parcialmente estables, pero hubo un caso de éxito que muchos han pasado por alto.

Cuando se es un pez grande en un estanque pequeño, destacar es tarea fácil. De repente, en un parpadeo, se pueden tener millones de ojos encima. No obstante, ser una pequeña sardina entre los mercados globales, defendiéndose entre la variedad de salmón que ofrecen varios entornos económicos de la eurozona, hace que los buenos resultados obtenidos pasen a veces desapercibidos, a pesar de tener una de las mejores combinaciones en políticas y medidas fiscales que, con suerte, promocionan tanto un crecimiento económico sostenido como un bienestar social envidiable.

Esta analogía la realizó Michael Moran en la revista estadounidense Foreign Policy para hablar del modelo macroeconómico de Portugal y mostrarlo como un ejemplo, y posible punto de referencia, para otros países pequeños que no están seguros, o que no han tenido un éxito extendido, en cómo encaminarse hacia la recuperación.

En lo que el autor considera como la economía mixta más exitosa de la Unión Europea, Portugal ha sabido mantener el costo de vida más razonable en Europa Occidental, así como un desempleo relativamente bajo y un crecimiento económico potencial. Una de sus luchas más grandes ha sido equilibrar las tradiciones culturales y los valores políticos con las demandas de economías muchísimo más grandes como Alemania y Francia.

Entidades como el Fondo Monetario Internacional han estimado que el país crecerá alrededor de un 4 % este año. De hecho, resulta muy satisfactorio encontrarse con estimaciones positivas para un país que depende en gran medida del turismo y que, por alguna clase de burla, fue incorporado en la etiqueta de “PIIGS” (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) para referirse a los miembros de la eurozona demasiado endeudados.

Así mismo, ha desafiado los estereotipos sobre las naciones del sur de Europa (supuestamente perezosas e imprudentes) y los países dirigidos por socialistas (supuestamente ineficientes y poco competitivos) para combinar el crecimiento, la cohesión social y la calidad de vida. Mantiene una tasa de desempleo del 6,7 %, cuando su vecino español mantiene una tasa del 15 % e Italia ha padecido para mantenerlo por debajo del 10 %.

Al momento, entre los PIIGS, solo Portugal e Irlanda lograron sobrevivir a su bancarrota por la crisis financiera mundial. Para entonces, Portugal aceptó un rescate de más de USD$ 90.000 millones, pero logró cumplir sus obligaciones y, al tiempo, mantener un escenario político relativamente estable. Un hecho que no se da con mucha frecuencia. Y aún así, su deuda en relación con el PIB se mantiene en el 85 %, aproximadamente, mientras que en Italia es del 155 % y en Grecia es de más del 200 %, esto último gracias a que se le sumó la crisis migratoria de Siria.

Parte de su éxito se debe a una serie de políticas que implementó en años previos a la pandemia. Una combinación de incentivos fiscales y medidas bastante innovadoras de valor para los inversionistas extranjeros llamaron a los fondos suficientes, que lograron cubrir, en buena parte, los gastos derivados de la pandemia. Uno de ellos fue otorgar una “visa de oro” que brindaba la residencia y beneficios o facilidades para obtener la ciudadanía de la Unión Europea para cualquier persona que tuviera con qué comprar una propiedad de USD$ 591.000 en ciudades diferentes a Lisboa, Oporto y Algerve.

Desde 2012, cuando tuvo lugar dicha iniciativa, una ola de dinero chino, ruso, árabe y norteamericano inundó las cuentas del fisco. Por ello, también muchos lo han reconocido como el país más atractivo de Europa para la inversión extranjera. El caso es que, aunque ha invertido lo suficiente en inversión extranjera y la internacionalización de su economía, para proyectarse al mundo, no deja de lado su mercado interno ni a su ciudadanía.

Mantiene en paralelo una apuesta muy fuerte en los valores de su marca país. Portugal es ampliamente conocido por sus conservas de sardinas, su turismo, la reconversión de su industria, vino, fútbol, moda y calzado. Incluso, a partir de 2015, abandonó sus políticas de austeridad fiscal para incentivar el consumo, al gastar un poco más en salarios y la inversión pública en educación e infraestructura.

En términos generales, gastaron más, pero sin gastar demasiado, sabiendo que a ello le acompañaría un incremento en el PIB y un incremento en los ingresos por concepto de impuestos. Así mismo, el contexto de contracción fiscal 2011-2012 que incentivó el ahorro dio pie a un impacto positivo en los precios para aumentar la productividad, la competitividad y su potencial exportador.

Toda una combinación, en principio macroeconómica, parece ser una receta de éxito: saber cuánto y cómo ahorrar para después saber cuánto y cómo gastar ha sido vital para sus políticas fiscales, valorar y reconocer en dónde está su marca país para estimar su potencial, mantener siempre puntos hacia mejorar/explotar y tener siempre presente que se desarrolla y enfrenta todo el tiempo a un mundo competitivamente globalizado.

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