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Camilo Cuervo (Foto para columna)
Camilo Cuervo, columnista de Dinero. - Foto: Camilo Cuervo

Reformas: oyen mucho, escuchan poco y concertar… nada

El Gobierno no ha comprendido que su visión, indistintamente de lo bondadosa que pueda llegar a ser, requiere entender y aceptar que existen otras visiones.

Por: Camilo Cuervo Díaz

Los colombianos nos estamos empezando a saturar con las reformas que ha propuesto el Gobierno Petro. Pareciera que el propósito es proponer de todo y radicar proyectos en todos los campos para que, en medio de ese mar de cambios, muchos de ellos se aprueben sin tanto análisis, a pesar de que todas esas transformaciones tendrán efectos muy importantes en la sociedad. En una estampida normativa, a pesar de las barreras, muchos de esos proyectos se aprobarán; esa parece ser la apuesta.

En el caso de las reformas fundamentales (salud, laboral y pensiones), el Gobierno afirma haber concertado con todos los sectores de la sociedad y se habla de un “gran pacto social”. No pierden oportunidad para anunciar que los proyectos se han “construido” desde el “pueblo” y para el pueblo, sin embargo, la realidad es muy distinta.

En honor a la verdad, debe reconocerse que, en varios proyectos, el Gobierno ha estado dispuesto a oír a algunos sectores sociales, sin embargo, se está empezando a percibir que oyen mucho, escuchan poco, pero que su propensión a concertar los grandes cambios que demanda el país es casi nula.

En el caso de la reforma a la salud, la ministra Corcho no pierde oportunidad de reunirse con sectores afines a su visión política, pero poco se reúne con los actores que, desde la diferencia, tienen mucho que advertirle, sugerirle y aportarle.

Es un diálogo de sordos, ciegos y mudos, en el cual se gastan recursos y energía, pero el resultado, al final, es nulo. Incluso esa intransigencia terminó con la salida del gabinete del exministro de Salud Alejandro Gaviria, quien, desde la experiencia y el conocimiento técnico, fue muy crítico de las propuestas que formuló su compañera de gobierno.

Para calmar las aguas y darle contentillo a la opinión, el presidente Petro se reunió con las Entidades Promotoras de Salud y les prometió que seguirían operando, que las integraría al nuevo modelo y que el aseguramiento y la gestión en salud permanecería con la firme participación de los privados. Tan solo unas horas después, se radicó un proyecto con unos ligeros cambios, pero que de fondo incumple todo lo que se había concertado con las EPS, desechando el esfuerzo y los acuerdos que aparentemente se habían alcanzado.

En el caso de la reforma laboral, la semana pasada se filtró un proyecto de ley del Gobierno que nunca se había concertado o discutido en las subcomisiones en que, teóricamente, se está construyendo la propuesta final. Ese proyecto, que parece un pliego de peticiones sindical, se pretendió mostrar como un texto construido con la participación de todos los sectores, cuando en realidad corresponde a un decálogo político, desorganizado, poco técnico y bastante incoherente con el propósito de ayudar a los más desprotegidos, esto es, a los trabajadores informarles.

No ayuda en nada a la concertación saltarse las discusiones y los debates que se han sostenido con los gremios, con los técnicos e incluso con los sindicatos que apoyan al gobierno. El estado de opinión y las filtraciones no ayudan en nada al propósito de generar confianza para que las reformas puedan darse.

El Gobierno no ha comprendido que su visión, indistintamente de lo bondadosa que pueda llegar a ser, requiere entender y aceptar que existen otras visiones. Las muchas advertencias que hace la academia, los técnicos e, incluso la oposición, deben ser consideradas. Los caprichos filosóficos son eso: caprichos. Los colombianos necesitamos que los cambios funcionen y cobijen a todos, no solo a aquellos que comulgan con el Gobierno.

Parte del éxito de una norma es que la gente la comprenda, la interiorice y asuma que le favorece, sin embargo, eso no está pasando. Si el Gobierno y el Congreso pasan por encima de todos, es cuestión de tiempo para que la gente reaccione ante la certeza de que el remedio está resultando mucho más perjudicial que la enfermedad.