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Los colombianos han venido gastando más de lo que tienen durante una buena parte de la última década. | Foto: 123RF

DESTACADOS 2016

A Colombia se le agota el tiempo para evitar una crisis

El shock para la economía colombiana ha sido de tal magnitud que los ajustes que exige son severos. Las calificadoras ya encendieron las alarmas rebajando la perspectiva de la calificación colombiana. ¿Cuánto tiempo más nos darán los mercados?

18 de febrero de 2016

Este ha sido uno de los comienzos de año más difíciles para la economía nacional y mundial en la época reciente. Las tensiones en los mercados mundiales y los indicadores internos como la inflación y el déficit en cuenta corriente han hecho que muchos tengan dudas sobre lo que está pasando y más aún, sobre lo que va a pasar.

Ni siquiera se ha podido lograr un consenso sobre cuál es la proporción del choque que está recibiendo hoy el país. La flotación del tipo de cambio ha hecho una diferencia, pues gran parte del impacto ha sido absorbido por el precio del dólar. Eso ha permitido que la economía siga creciendo y les ha dado a las autoridades un margen de maniobra en medio de la tormenta.

Sin embargo, todo indica que todavía quedan grandes amenazas, pues el golpe que produjo la caída en los precios del crudo representó una reducción permanente en el ingreso nacional, que el propio gerente del Banco de la República, José Darío Uribe, estima en casi US$12.000 millones en 2015 y US$6.000 millones adicionales en 2016. Esos ingresos prácticamente desaparecieron para Colombia; si se trata de cubrir ese hueco, el país tiene que pensar de dónde va a sacar prácticamente 7% de su PIB en los próximos años.

Aquí es donde la aritmética resulta inexorable. Los colombianos han venido gastando más de lo que tienen durante una buena parte de la última década. Si se le mezcla a eso una caída de 50% en uno de sus principales ingresos externos, se entiende que el déficit en cuenta corriente haya llegado a esos niveles de cerca de 7% del PIB. La literatura económica y, con especial énfasis, autores como Catherine L. Mann, economista en jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), y Sebastian Edwards han señalado que un nivel de déficit en cuenta corriente por encima de 3% durante varios años evidencia un problema estructural de cualquier economía. De ahí que, según estos autores, dicha situación resulte en una reversión de cuenta corriente.

El gran problema es que en Colombia –que muestra números peores a los que sugiere la literatura– dicha reversión no se ha dado. Uno de los hechos que más preocupa a los analistas económicos es que, a pesar de una fuerte devaluación, las exportaciones colombianas no tradicionales no parecen reaccionar y, por el contrario, cayeron de US$15.944 millones a US$13.935 millones en 2015. ¿Qué consecuencias puede tener este panorama?

“En una situación de desaceleración global, cerrar la cuenta corriente con base en las exportaciones es casi imposible. Creo que lo ensayó Inglaterra en el 92 o 93 pero no le funcionó”, aseguró un banquero internacional que prefirió no ser citado.

La razón fundamental –aseguró– es que es difícil exportar más a un mercado deprimido, sobre todo cuando muchos países similares a Colombia están ensayando hacer lo mismo, pero con la ventaja de que varios ya tienen una capacidad instalada existente, lo que significa un costo marginal cercano a cero; a Colombia, por el contrario, le corresponde hacer inversiones para acceder a estos mercados”. En una circunstancia tal, con fuerte competencia, una caída en la demanda y enormes necesidades de inversión en bienes de capital, las exportaciones no responden a la devaluación tal y como se hubiese esperado. Por ese motivo, a pesar de que el dólar ya superó la barrera de los $3.400, las exportaciones no han aumentado como se quisiera para cerrar el déficit de cuenta corriente. Tampoco ha sido suficiente la caída de las importaciones.

¿Qué pasaría entonces si esta situación se mantiene y una devaluación adicional tampoco impulsara las exportaciones? “Es muy posible entonces que el ajuste se haga del lado del crecimiento interno. Si para este año el déficit de cuenta corriente se estima, digamos en 6%, pero al largo plazo solo 4% es sostenible, tocaría entonces direccionar 2% del PIB –que en otro escenario estimularía la demanda interna– a atender el déficit de cuenta corriente. De este modo, déficit que no se cubra con mayores exportaciones o menores importaciones, seguramente se financiará con menor crecimiento”, explicó.

El tema ya caló en las propias autoridades. Uribe, gerente del Banco de la República, aseguró durante un evento de análisis de la coyuntura económica convocado por Foros Dinero y Davivienda, que “el punto central es que la caída del ingreso nacional tiene un componente permanente importante. Dadas las condiciones no puede tratarse –ni debe tratarse– como una caída temporal que nos lleve a pensar que podemos seguir gastando como antes, financiándonos con ahorro del exterior con la expectativa que en el futuro vamos a generar nuevos ingresos para pagar esa deuda”.

¿Fórmula mágica?

¿Qué pasa cuando hay un choque de este tipo y qué hay que hacer para combatir dicha amenaza? “El déficit en cuenta corriente no es el problema. Ese es el síntoma. Los problemas son otros y la pregunta que queda por resolver es cómo vamos a enfrentarlos. Eso depende de cuánto crezca el país versus cuánto consume”, explicó el economista Juan José Echavarría en el mismo evento.

Aquí es necesario volver a los asuntos técnicos: el propio ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, aseguró que es necesario reducir la absorción interna. Esto significa dos cosas: primero, que sería ineludible bajar el consumo privado, desacelerando la economía con un aumento de tasas; segundo, que se necesita reducir el consumo público, por medio de un ajuste fiscal que ojalá afecte lo menos posible la inversión. Cárdenas anunció que este recorte podría ser de $6 billones.

Nadie sensato debería decir cosa distinta a que el ajuste que se viene será doloroso, “una cirugía” de alta precisión, dice el senador Iván Duque. Todo esto significa que, muy probablemente, el país está entrando a una era de crecimientos mediocres. “Hay que tomar una medicina amarga, pero hay que tomarla”, dice Nader Nazmi, economista jefe para América Latina de BNP Paribas.

Es claro que el consenso señala que una de las consecuencias de la actual situación va a ser un menor crecimiento. Por ejemplo, dicho banco de inversión francés prevé que el país este año podría crecer entre 2,4% y 2,5% con sesgo a la baja, dado el ambiente externo más hostil para el país.

Credit Suisse redujo su estimativo de crecimiento para Colombia de 3,2% a 2,5%, pues los precios de las materias primas siguen cayendo, las condiciones de financiamiento externo se complican y el programa de 4G podría sufrir cambios en el cronograma y en el impacto esperado. Para 2017, Credit Suisse dejó su pronóstico en 3,3%.

Sin embargo, de acuerdo con el sondeo que hace mensualmente Focus Economics, hoy los analistas más pesimistas con el crecimiento del país son los de Bank of America Merrill Lynch, que tienen un pronóstico de aumento del PIB de tan solo 1,7% para este año y de 1,4% para el entrante. En una presentación en diciembre pasado, Francisco Rodríguez, economista a cargo de la región Andina del Bank of America, sostuvo que ante un escenario permanente de precios bajos del petróleo es previsible un default en Venezuela, una recesión profunda en Ecuador y un severo ajuste fiscal en Colombia.

El desempeño relativamente mejor de Colombia frente a sus vecinos es un fenómeno temporal causado por un rezago ante la crisis, que se siente menos en el primer año, pero que luego sí golpea con fuerza”, comentó Rodríguez.

Su análisis es que a medida que el país se va volviendo más pobre por efectos cambiarios importa menos, pero no necesariamente exporta más, y eso reduce la inversión y la producción. Por el lado del Gobierno, al tener menos dinero se ve obligado a gastar menos y eso afecta la parte del PIB que es impulsada por el sector público.

Para Rodríguez la ventaja del Gobierno es que, aunque la regla fiscal lo restringe para no aumentar su déficit, las regiones no tienen que cumplir con dicha regla y han podido gastar, lo que ha tenido un efecto favorable para la producción. Sin embargo, esto fue posible gracias a que el año pasado hubo cambio de gobierno en las regiones: los alcaldes y gobernadores salientes gastaron más para concluir las obras; este año no se sentirá ese efecto, pues los nuevos mandatarios apenas están empezando.

Este analista de Bank of America también cree que Colombia va a entrar en un periodo de bajo crecimiento. “Datos de distintos países muestran que es muy difícil que una economía que sufre un shock externo de la magnitud del que actualmente enfrenta Colombia no experimente una desaceleración importante y nosotros no encontramos ningún argumento convincente para creer que Colombia sea la excepción”, recalca.

Las autoridades tendrán que mostrar mucha sindéresis para adoptar las medidas necesarias. El Banco de la República ya empezó a hacer lo suyo. Los recientes aumentos en tasas de interés sin lugar a dudas van a desalentar el consumo en algún momento. Sin embargo, la efectividad dependerá de nuevas alzas de los tipos de interés o de una reducción en la inflación, pues hoy seguimos con tasas negativas; un escenario que, por el contrario, favorece el gasto.

Quedan por ejecutar las otras políticas de ajuste. Primero el recorte fiscal, que igualmente tendría que ser drástico para lograr su efectividad y, segundo, un aumento en los ingresos del Estado a través de la reforma tributaria que va a coincidir con la agenda política en las negociaciones de paz del Gobierno con las Farc en La Habana. De hecho, ya el Gobierno aseguró que presentará la reforma tributaria en el segundo semestre. Todo porque en la primera parte del año enfocará sus esfuerzos en firmar en marzo la negociación con las Farc –como lo anunció el presidente Santos en septiembre pasado– y para sacar adelante el plebiscito. Si no se firma la paz en este semestre va a coincidir con la anunciada socialización de la reforma tributaria por parte del Gobierno y su presentación ante el Congreso después de julio.

Si el ajuste se demora, las agencias calificadoras podrían empezar a mirar con desconfianza a Colombia. Si nos reducen la calificación, el flujo de capitales hacia el país podría cerrarse y precipitar el ajuste.

Por eso, es necesario insistir en que el panorama es crítico. El presidente de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (Anif), Sergio Clavijo, advirtió que aun si se aplicara la totalidad de la reforma propuesta por la comisión de expertos, el recaudo aumentaría solo dos puntos del PIB. Eso haría necesario un ajuste permanente adicional de un punto del PIB en los gastos del Estado.

¿Qué tanto hay que enfriar la economía para reducir el déficit de cuenta corriente? ¿Qué tan grande es el riesgo de que dicho enfriamiento se convierta en una recesión? ¿Hasta dónde llevará las tasas de interés el Banco de la República? ¿Qué tanto se afectará el país por una desaceleración en China y una recesión en Brasil? ¿Cuál efecto contagio vamos a tener? ¿Qué probabilidad tenemos de que las agencias calificadoras modifiquen nuestra nota, como ya le ocurrió a Brasil? ¿Cuáles van a ser los motores de crecimiento? ¿Cómo conciliar la agenda del proceso de paz con las reformas y ajustes urgentes?

Estas son algunas de las preguntas claves que los interesados en los asuntos económicos se plantean hoy. Lo que es necesario decir con claridad es que se trata de una situación que no parece tener una salida fácil; más preciso aún, no parece que Colombia pueda buscar una solución que no resulte dolorosa: mayores tasas de interés, recortes del gasto público y aumento en los impuestos parecen ser la mezcla de políticas que tienen que implementar las autoridades para impedir que la estantería se venga abajo, golpeando incluso el consumo y el crecimiento. Vacilar en adelantar las medidas o equivocarse en su implementación puede pasarle cuenta de cobro a la economía colombiana en un futuro muy próximo.