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CRÓNICA

En Tumaco los jóvenes también tienen sueños

En este municipio bañado por las aguas del Pacífico, donde la violencia permea todos los ámbitos de la vida, muchos estudiantes buscan la forma de salir adelante valiéndose de su formación y habilidades.

Julia Alegre
2 de septiembre de 2017

"De mayor quiero vender minutos”. Con este aplomo y determinación responde un pequeño de 5 años que no mide más de 1 metro cuando la rectora de su colegio, Liliana Vásquez de Castro, le pregunta sobre su proyecto de vida. Quiere lo que ve, como cualquier otro niño. Pero a su corta edad lo que ve —y donde vive— es un municipio en el que las oportunidades laborales escasean, y el 70 % de la población está desempleada o trabaja en el sector informal.

La situación de vulnerabilidad de Tumaco no es nueva, pero sí se ha recrudecido tras la desmovilización de las Farc con la firma de los acuerdos de paz. Las bandas criminales se disputan ahora el vacío de poder que dejó la guerrilla en esta región que alberga el mayor número de cultivos de coca en el país: cerca de 17.000 hectáreas, que corresponde con el 18 % del total de acuerdo con cifras del Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci).

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Las diferentes políticas que ha emprendido en la zona el gobierno de Juan Manuel Santos desde mayo, como el Centro Integrado de Inclusión Social y Convivencia, todavía no son suficientes para devolver el control de la Perla del Pacífico, como se conoce a este municipio localizado en el suroccidente del departamento de Nariño, a las autoridades y arrancárselo a las bandas delincuenciales que operan ahí.

El índice de homicidios también está disparado. Solo en 2016 se contabilizaron 70 muertes violentas por cada 100.000 habitantes. El promedio en Colombia es de 25. Tiene sentido entonces que cuando se pregunta a los niños qué esperan de su futuro tengan respuestas tan aterrizadas a su contexto. Cuenta Liliana que uno de sus estudiantes de noveno le dijo un día: “Yo quiero ser guerrillero, pero de los jefes”. Otro le contestó que su sueño era ser paramilitar, “pero no cualquiera, el que manda”.

Liliana se mueve con soltura por las instalaciones de la institución educativa que dirige desde hace tres años y medio a pesar del calor sofocante, la humedad que pega la ropa a la piel como si fuera una extensión más del cuerpo y los tacones kilométricos sobre los que camina. El Liceo San Andrés de Tumaco, más conocido, por los tumaqueños como el ‘Mega’ por sus vastas dimensiones —tiene matriculados algo más de 1.300 niños—, es el único en el municipio que integra la jornada única, de 6:30 de la mañana a 3:30 de la tarde, desde transición hasta grado once.

“Al principio fue muy complicado. Todo el mundo decía que no se iba a poder, que los estudiantes no iban a aguantar tantas horas en clase. Yo les dije ‘hagamoslos’. Si no funciona yo misma lo reconozco y replanteamos”, explica. Así llevan ya dos años.

La rectora —barranquillera de nacimiento— aterrizó en este colegio concertado, que financia el Ministerio de Educación y administra la Corporación Educativa Minuto de Dios, siguiendo a su marido, a quien trasladaron a Tumaco para desarrollar su profesión. Él es militar.

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Reconoce que muchas veces se planteó tirar la toalla. Le preguntaba a Dios por qué la había mandado ahí, donde la agresividad de los niños, a los que ahora llama ‘hijos’, dejaba un saldo de un enfrentamiento diario, algunos con arma blanca de por medio. “Luego entendí que no era un castigo, era un regalo maravilloso”, indica.

Desde entonces y con la ayuda de los profesores que integran el Mega, se puso una meta clara: consolidar una comunidad educativa menos violenta, donde los conflictos se resolvieran de otra manera y no a las ‘patadas’. “El mensaje es que sí es posible salir adelante, pero con trabajo y sacrificio. Para ellos el ídolo es el señor de la camioneta grande que lleva tres días tomando y que en menos de nada hizo una casa gigante y hermosa. Todo el tiempo hay que estar hablándoles de valores y de honestidad para que no caigan en malas mañas”, añade.

Estrategias para la vida
Eliana no para de bailar al ritmo de la música. A sus 13 años tiene esa soltura y ese sabor único de las gentes de la costa pacífica colombiana de tradición afro. Lo suyo es un don, dice, “un talento que nos permite ser mejores personas”. Ella es una de las integrantes del club de talento Bailando por la Vida y la Paz, que se reúne cada sábado en el Liceo San Andrés para desarrollar su vocación por la danza moderna. “Hacemos esto en nuestro tiempo libre para no hacer cosas innecesarias en la calle”, explica.

Desde hace dos meses, la institución educativa se dio a la tarea de apoyar la creación de estos grupos que, por un lado, potencian el talento individual de sus estudiante de entre 13 y 17 años y, por otro, brindan una alternativa de vida a estos jóvenes para evitar así un posible reclutamiento por las bandas criminales.

Los hay de todos los tipos: académicos, como el club de ciencias; innovadores, como el de agricultura urbana o el de emprendimiento, y artísticos, como el de expresión corporal, del que forma parte Kevin Quiñones: “Así no estamos en la calle buscando peligro. Gracias a Dios que me dio este grupo”.

Este año, el Liceo San Andrés también será testigo de la primera promoción de grado 11 que se gradúa. El principal objetivo de estos 33 jóvenes es sacar un buen Icfes para optar a alguna beca y así estudiar una carrera. Dieciocho de ellos saldrán, además, con un título del Sena —técnicos en recursos humanos— gracias a un convenio con la entidad.

Muchos serán los primeros graduados en sus familias y los primeros que vayan a la universidad. La rectora de la institución les ha prometido que hará todo lo posible para que estudien en la Nacional. Desde entonces, no dejan de soñar:

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- Nos han enseñado que para salir de pobres tenemos que formarnos, explica Jose Luis Qui ñones, de 16 años.

- Yo quiero estudiar Medicina y ser una mujer independiente, añade Aida Lizeth, de 17.

- Graduarme es una bendición. Era el sueño de mi madre y yo me siento feliz porque le voy a cumplir, relata Juan Pablo Cerón, futuro ingeniero civil.

El compromiso de los profesores —no todos— fue esencial para lograr este cambio de mentalidad en los estudiantes, reconocen los menores. Son en total 50 docentes que cobran entre un 1.200.000 y un1.400.000 de pesos dependiendo de si son licenciados o no.

José Carlos Castillo, Nabia Rosero y Fernando Venegas son tres de ellos. Solo llevan un año vinculados a la institución, pero tienen claro cuál ha sido su aporte en este proceso: “Hay que saber buscarle la comba al palo. Que uno carezca de una buena posición económica no es barrera para no salir adelante. No podemos excusarnos en el contexto ni rendirnos con estos chicos”.

Pronto, estos 33 jóvenes serán el ejemplo para los que les preceden. Porque, como ellos mismos repiten una y otra vez: “Aquí en Tumaco tenemos sueños y con esfuerzo vamos a cumplirlos”. 

Este reportaje hace parte de la edición 26 de la revista Semana Educación que acaba de salir al mercado.  Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita 01 8000 51 41 41.

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