John Kao, experto en innovación en educación. | Foto: Archivo SEMANA / Andrés Gómez.

ENTREVISTA

El gurú de la creatividad le hace un examen a la educación en Colombia

El pianista y psicólogo John Kao explica cómo transformar un salón de clase, justifica el uso del celular para la enseñanza y hace un balance de los planes de la ministra Parody.

Camilo Jiménez Santofimio, editor de Enfoque y reportajes de SEMANA
7 de septiembre de 2015

Semana: Su modelo de educación es celebrado en el mundo porque permite enseñarles a los niños a ser creativos. ¿Cómo?

John Kao:
Piense en lo siguiente. Hoy un salón de clase refleja una mentalidad industrial: filas de pupitres, los estudiantes miran hacia delante, el profesor transmite información, ellos la absorben y, al final, hacen un examen. Quien rinde avanza. Esto está bien si lo que buscamos es gente que trabaje mecánicamente en una fábrica. Pero nuestra era, la de la innovación, exige habilidades distintas.

Semana: ¿Entonces cómo se ve su salón de clase?

J.K.:
Los alumnos tienen el control, y el maestro es un guía. Los alumnos deben comunicar, colaborar y desarrollar liderazgo. Y así se obligan a ser creativos, a conocerse a sí mismos, a tomar riesgos e, incluso, a aprender del fracaso. Justo eso es lo que necesitamos en el siglo XXI. No formar gente que encaje en el sistema y que solo sea capaz de memorizar. Más bien personas libres que sepan aplicar capacidades naturales como la creatividad.

Semana: ¿Está de acuerdo con que lo encasillen como enemigo de los colegios?

J.K.:
No, en absoluto. Pero siento que hay una necesidad de transformar lo que pasa en ellos. Pues muchas de las habilidades que exige el siglo XXI hoy son mejor cultivadas, por ejemplo, en actividades extracurriculares. Piense en un equipo de fútbol. ¿Qué hace un niño cuando está en uno? Colabora, desarrolla liderazgo y habilidades de comunicaciones, y así tiene que conocerse a sí mismo para sentirse capaz de hacer cosas y tener éxito. Tiene, además, que saber ganar y perder.

Semana: Usted aboga por la tecnología en las aulas y en las manos de los niños. ¿Qué le dice a un padre que le impide el uso de, por ejemplo, un iPad a su hijo?

J.K.:
Le diría que hay que entender bien para qué sirve y para qué no sirve la tecnología. Si esta es bien implementada, puede darle la vuelta a un proceso educativo para bien. Yo tengo un hijo de diez años que pasa horas enteras construyendo mundos fabulosos en Minecraft. Es tan bueno haciéndolo que ya recibió un certificado para enseñar. Por supuesto, no le puedo permitir que esa sea la única cosa que hace en la vida. Pero me gusta ver que ese juego le ha ayudado a aprender a hacer cosas por sí mismo, a colaborar, a manejar una red…

Semana: ¿Cuál es el rol del hogar en un sistema educativo basado en la creatividad y la innovación?

J.K.:
Los padres seguirán siendo un factor muy importante. Opino incluso que hoy son referentes muy subutilizados en el proceso educativo. Yo tengo tres hijos que van a tres colegios muy buenos, pero casi no me entero de lo que ellos hacen allá, y eso es una lástima. Hoy los niños y los jóvenes se sienten empoderados pues viven en un mundo con herramientas que les permiten informarse y participar. El rol de los padres debe ser similar al del maestro: no el de alguien que siempre se impone, sino de alguien que acompaña, como un ‘coach’.

Semana: Usted lleva 12 años visitando a Colombia como consultor para el gobierno. ¿Qué visión tiene del país?

J.K.:
Una muy positiva porque ha invertido en innovación como parte de una agenda nacional. Colombia es un maratonista en la carrera de la innovación. Y se encuentra ahora en una parte difícil donde es tentador bajar el ritmo. La responsabilidad de los líderes debe ser la de seguir construyendo, la de empujar más.

Semana: ¿Qué hace falta concretamente?

J.K.:
Si Colombia quiere una agenda de innovación para el sistema educativo, debe asumirlo en serio. Y si quieren que la creatividad y la innovación les ayuden a progresar, piensen: ¿qué es lo que quieren como sociedad? ¿Qué es lo que quieren decir cuando hablan de progreso?

Semana: ¿De la veintena de países que asesora con su proyecto Edgemakers hay alguno que sirva de modelo a Colombia?

J.K.:
Todo país tiene que escribir su propia historia. En la innovación hablamos de ‘problemas malvados’ cuando tratamos un asunto extremadamente complejo. Estos son los asuntos que merecen ser confrontados con la innovación, y yo si fuera colombiano miraría a la innovación misma en este país como un ‘problema malvado’.

Semana: Pero todo el mundo habla de Finlandia como el país modelo…

J.K.:
Justamente Finlandia, el número uno mundial en educación pública, en este momento está reevaluando completamente su sistema de educación pública. Tomar lo que funciona y examinarlo es algo muy valiente.

Semana: Colombia destina hoy más dinero que nunca a la educación. ¿Es ese el camino?

J.K.:
Por supuesto. Pero más presupuesto no es suficiente. Hay que saber qué hacer con él. Ustedes quieren construir más escuelas. Muy bien, pero: ¿saben qué tipo de escuela es la que les sirve? Quieren formar mejor a sus maestros, pero ¿saben qué formación es la más adecuada para Colombia? Aquí es donde recomiendo dejar de reaccionar a coyunturas y diseñar un plan para experimentar. Es decir, no construyan por construir, ni formen por formar. Hagan pruebas y encuentren su propia fórmula.

Semana: En Colombia no hay currículos escolares. ¿Debería el Estado dictar contenidos?

J.K.:
Estoy a favor de un cierto grado de estandarización nacional. Un país como Colombia debería ser capaz de llegar a un consenso sobre qué es importante enseñar. Dicho eso, el currículo se vuelve un problema cuando es una camisa de fuerza. Ustedes deberían llevar a cabo un debate público y sincero. Matemáticas, sí. ¿Pero de qué tipo? Ciencias naturales, sí. ¿Pero con qué enfoque?

Semana: ¿Cuál es su pronóstico para la educación si esta no se transforma?

J.K.:
Ya lo vemos en la actualidad. Hoy 72 por ciento de los jóvenes en Estados Unidos sueña con tener su propio negocio. Y esto es grandioso, pero a la vez me hace pensar que, si no cambian, a los colegios les podría pasar lo del otrora popular alquiler de películas Blockbuster: podrían desaparecer.