"Quiero expresarle al profesor Mockus las gracias infinitas por el aporte que ha hecho al cambio cultural en Colombia y espero que podamos seguir aprendiendo de sus enseñanzas". | Foto: Cortesía Julián De Zubiría Samper

EDUCACIÓN

¡Gracias, Antanas!

El pedagogo Julián De Zubiría rinde homenaje a Antanas por haber impulsado un cambio cultural al articular pedagogía, moral y política. Asegura que el país estará pendiente de la decisión del Consejo de Estado sobre su curul, pero muy especialmente, de seguir recibiendo las enseñanzas del profesor Mockus.

Julián De Zubiría*
15 de abril de 2019

Antanas Mockus ha sido el padre de la cultura ciudadana y el gestor de un cambio cultural en el país. Puso a soñar a toda una Nación en que era posible articular la pedagogía, la moral y la política. También ha sido defensor incansable del principio sagrado de la vida y de la necesidad de fortalecer la regulación social.

Como pedagogo, hizo parte del Grupo Federicci, el cual dio una dura batalla contra la tecnología educativa que el Ministerio de Educación Nacional (MEN) quería imponer en los años ochenta. Al ganarla, se convirtió en un referente obligado del naciente Movimiento Pedagógico Nacional.

Como filósofo y matemático, se convirtió en rector de la Universidad Nacional, entidad en la cual intentó llevar a cabo una profunda reforma financiera y pedagógica. A nivel financiero, elevó considerablemente el pago de los estratos más altos de la población que se vinculaban a la universidad.

A nivel académico, buscó disminuir el enciclopedismo, aumentar la flexibilidad y la contextualización en la universidad, para ponerla al frente de las nuevas tendencias pedagógicas; hizo todo lo posible para que los estudiantes dominaran las gramáticas básicas de la academia y para que la actividad recayera en mayor medida en su trabajo autónomo. Aun así, la reforma quedó a mitad de camino y en este terreno todavía estamos pendientes de culminar su tarea; en especial, hay que reconocer que las universidades siguen en deuda con la sociedad en la formación de mejores ciudadanos.

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Para los años noventa ya era muy reconocido en el medio intelectual y quiso aprovechar su liderazgo académico para lanzarse a la política, con el fin de enseñar a los colombianos a convivir pacíficamente y a respetar la vida y las leyes. El cambio cultural que ha promovido a lo largo de su vida sigue siendo muy incipiente en el país. Por ello, no hay duda: su tarea política todavía está inconclusa.

El Consejo de Estado acaba de anular su curul en el Senado. Lo paradójico es que, previamente, otra sala del mismo Consejo, y con exactamente la misma información, lo había ratificado en el cargo. No me corresponde a mí analizar el proceso jurídico en el que está inmerso, sino destacar su invaluable papel como formador de mejores ciudadanos. En consecuencia, a ello dedicaré estas notas.

La tesis central de Antanas es que en Colombia existe un divorcio entre ley, la moral y la cultura, y que, debido a ello, hay aprobación cultural y/o moral de acciones ilegales y hay reprobación moral o cultural de algunas de las obligaciones legales de los ciudadanos.

El divorcio entre los tres sistemas de regulación se expresa en acciones ilegales pero avaladas y aprobadas moral y culturalmente (por ejemplo, la evasión de impuestos), y hay acciones ilegales, reconocidas como moralmente inaceptables, pero culturalmente aceptadas (como, por ejemplo, el paramilitarismo y el narcotráfico). Colombia ha sido un buen ejemplo de ambas prácticas.

En el país ha sido ampliamente aceptada y justificada la evasión de impuestos, bajo la idea de que no tiene sentido pagar tributos, ya que éstos, según la subcultura dominante, “serán robados” y terminarán en manos de “políticos corruptos”.

Colombia también es muy buen ejemplo de la tolerancia con la ilegalidad, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que cerca del 41% de la población llegó a considerar como un “mal menor” el paramilitarismo, pese a las masacres, las desapariciones, el uso criminal de la motosierra y la expropiación de cerca de 9 millones de hectáreas. Tierras que fueron despojadas a pequeños campesinos, en lo que se podría llamar una reforma agraria, pero hecha al revés y que tristemente nos ha convertido en uno de los tres países del mundo con mayor concentración de la tierra en pocas manos.

Como puede verse, nuestra cultura ha estado profunda y estructuralmente marcada por la convivencia con el narcotráfico, la ilegalidad y el conflicto armado. Ante los ojos de todos, y muy especialmente del Estado, las mafias de narcotraficantes se apropiaron de tierras, empresas, clubes deportivos, miembros de la justicia e incluso, de algunos sectores de los partidos políticos, a quienes llegaron con enorme frecuencia a financiar sus campañas.

La sociedad y sectores del Estado, convivieron por décadas en contubernio con el narcotráfico. Es así como el propio Estado creó la Cuenta Especial de Cambios para beneficiarse de los recursos provenientes de las transacciones de dólares y pesos en el Banco de la República. La población fue mucho más brillante cuando la denominó la “Ventanilla siniestra”; es decir, una cuenta inventada por el propio Estado para beneficiarse del lavado de dinero de las mafias.

Muy sabiamente, Antanas concluyó que se había generalizado una “cultura del atajo” o del éxito fácil, profundamente admirada y valorada por los ciudadanos.

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La pregunta, en este contexto, es cómo reestablecer la unión entre la ley, la moral y la cultura. ¿Cómo superar las actitudes condescendientes de la población ante la ilegalidad? ¿Cómo disminuir la convivencia consentida con el paramilitarismo y el narcotráfico? Estas fueron las preguntas que tuvieron que ser abordadas por Antanas cuando llegó en dos ocasiones a la alcaldía de Bogotá.

La reflexión de Mockus lo condujo a buscar mayor respeto por la ley y a fortalecer los sistemas de regulación social. La armonización que buscó Mockus implicaba, necesariamente, generalizar el rechazo moral y cultural a las acciones ilegales, a los sobornos, al contrabando, a las pirámides económicas y la evasión, entre otros.

Cultura Ciudadana fue un conjunto de programas y proyectos que expresaron la prioridad del gobierno en Bogotá de mejorar la convivencia ciudadana por la vía de un cambio comportamental consciente. Se trató de proteger la vida en todos los contextos; de allí el uso del cinturón de seguridad en el carro, de las cebras y puentes peatonales o el conjunto de medidas para disminuir el uso de armas o la prohibición de la pólvora en manos inexpertas.

Estas medidas siempre estaban acompañadas de mecanismos de control de social y de actos simbólicos. La macro idea que subyace a estos programas es que “la vida es sagrada” y que, por ello, hay que hacer todos los esfuerzos posibles desde el Estado por defenderla. Este principio, fue acompañado por otro derivado: “los recursos públicos son sagrados”. En consecuencia, también hay que hacer todo lo posible por cuidarlos.

Sin duda, hay impactos muy importantes de las medidas adoptadas por Mockus en las dos alcaldías, lo que permitió, desde la primera, reducir significativamente las tasas de homicidios de 72 (1994) a 51 por 100.000 habitantes (1997), y de 25 a 20 por 100.000 la tasa de muertes violentas en accidentes de tránsito.

La exitosa experiencia de Bogotá quiso llevarse al país en lo que se conoce como el movimiento de la “Ola verde”. Miles de jóvenes y artistas se volcaron a las calles y a las urnas en defensa de una nueva manera de hacer política: más transparente, más participativa y más ciudadana. En 2010, estuvieron relativamente cerca de llegar al poder. Sin embargo, el “país político”, como lo llamaba Jorge Eliécer Gaitán, no lo permitió.

Con la asesoría de J. J. Rendón, personaje especializado en propaganda negra y en difundir falsos rumores en campañas electorales, el uribismo se burló de Mockus al denominarlo “profesor”, en un país en el que los docentes están profundamente estigmatizados y desprestigiados, precisamente por la clase política; y se volvió a burlar al preguntarle si era o no creyente.

Como buen filósofo, tuvo que reflexionar su respuesta. El “país político” se unió en su contra y lo venció. Una vez más, la clase política volvió a manipular a una población que lee muy poco, que entiende todavía menos y que es muy temerosa. En eso momento, el “país político” asustó al “país nacional” con la idea de que podía llegar a la presidencia un profesor ateo y quien, para completar, era un “caballo discapacitado”, como lo llamó el propio Álvaro Uribe, cuando se hicieron públicos los primeros síntomas del Parkinson que comenzaba a padecer. Por “enésima vez” la clase política, altamente ligada a la corrupción y la ilegalidad, logró retener el poder.

En un país en el que el largo conflicto armado destruyó la confianza que tenemos hacia los otros, nos sigue haciendo falta Antanas Mockus para seguir impulsando las competencias ciudadanas en la población. En un país en el que un sector muy influyente de la clase política se especializó en debilitar las instituciones, incendiar de odio, promover la ira y la sed de venganza, sigue haciendo mucha falta un político que enfatice la educación y el cambio cultural, como lo ha hecho Antanas a lo largo de la historia.

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La Nación necesita que pasemos la página de la violencia para poder enfrentar los grandes problemas que tenemos como sociedad. Somos uno de los países más inequitativos del mundo.

Somos un país enfermo de intolerancia y sed de venganza. Para enfrentar estos retos se requiere de políticos que contribuyan a la convivencia pacífica, que respeten y valoren la pluralidad y las diferencias. Hasta este momento, Antanas Mockus es, como político, de lejos, el que mejor lo ha hecho. Precisamente por eso no es casual que los abogados que demandaron su elección provengan de un partido cuya totalidad de representantes en el Congreso fueran destituidos por nexos comprobados con el paramilitarismo: Convergencia Ciudadana. Ahora quieren ganar en los estrados los votos que no obtuvieron en las urnas.

No estoy seguro si se ratificará la primera o la segunda decisión del Consejo de Estado. En cualquier caso, tengo muy claro que la Nación está en inmensa deuda con Antanas. De él aprendimos que la vida es sagrada, que los cambios culturales son los más profundos, que la pedagogía y los actos simbólicos son las armas más importantes para cambiar las sociedades, y que la ética debe estar presente en todo proyecto político.

Por todo ello y por mucho más, quiero expresarle al profesor Mockus las gracias infinitas por el aporte que ha hecho al cambio cultural en Colombia y espero que podamos seguir aprendiendo de sus enseñanzas. Como docente y como ciudadano, tengo que reconocer que muchas veces Antanas me ha inspirado y espero que lo siga haciendo; y que también lo haga con miles y miles de docentes, de artistas e intelectuales y con millones de ciudadanos que conforman las próximas generaciones de colombianos.

*Director del Instituto Alberto Merani y Consultor en educación (@juliandezubiria)