"¿Sabrá el doctor Uribe que hay poquísimos países donde la enseñanza es mayoritariamente privada, y que esa característica está enormemente asociada al atraso?": Óscar Sánchez | Foto: Cortesía

OPINIÓN

La guerra ideológica en los colegios

Muchas instituciones públicas y privadas vienen trabajando la idea de construir paz desde la escuela. Allí el camino es tener más política, más filosofía y más historia, no menos.

Óscar Sánchez*
20 de mayo de 2019

Que debemos censurar y castigar a los profesores que les hablen de política a sus estudiantes. Que mejor privatizar la educación, para que educadores no contaminados con lo público enseñen Matemáticas y Lenguaje y no ideas revolucionarias. Que los jóvenes no pueden tener opiniones propias, y que si defienden la reconciliación o el acuerdo de paz, tienen que estar manipulados. Que necesitamos unas instituciones a cargo de la memoria que digan en la historia oficial y en los textos escolares que aquí hubo guerreros buenos y guerreros malos, y no una guerra degradada y compleja. Si esas son las propuestas de educación para la paz en este país, estamos fritos.

¿Quién es más sensato: quien en su último tercio de vida piensa que el conflicto nunca existió y que decir que aquí hubo acuerdos de paz es una mentira? ¿O un chico o una chica que antes de cumplir 20 años, estudiando ese pasado violento, nos pide a quienes lo produjimos que aceptemos nuestra irracionalidad y hagamos juntos cosas serias para superarlo?

¿Por qué tanto miedo a que se diga que en la guerra han participado actores ilegales de la izquierda y de la derecha, y también agentes del Estado? ¿O que hay muchas clases de víctimas, pero que en realidad los pobres, los campesinos, los despojados y los grupos étnicos han tenido que poner la mayoría de los muertos y los desaparecidos? ¿Por qué la idea de una juventud pacifista preocupa tanto al Centro Democrático?

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Comencemos por contar que es verdad, y por fortuna, que muchos colegios públicos y privados vienen trabajando la idea de construir paz desde la escuela. Pero no del modo en que se lo imaginan José Félix Lafaurie o Edward Rodríguez.

Esa construcción por lo general sucede en tres niveles: primero, transforma las capacidades socioemocionales y el sentido de la justicia de los chicos para que aprendan a enfrentar serenamente sus conflictos cotidianos. Luego, ayuda a transformar las relaciones entre niños, jóvenes y adultos, comenzando por las familias, las comunidades y los propios profesores, aceptando que el ejemplo que les damos los adultos a los chicos está cargado de violencia.

Y finalmente, enseña a utilizar el pensamiento crítico y las ideas de democracia y derechos para reconocer que en este país y en sus comunidades hemos puesto muchos intereses por encima de la dignidad humana, y por eso necesitamos superar el conflicto, y no solo “limpiar” a la sociedad de unas cuantas manzanas podridas.

Antes de juzgar y condenar ante las cámaras a los chicos y sus docentes, invito cordialmente a estos filósofos defensores de la pureza mental y la neutralidad de la educación a que se le midan a un diálogo serio con los muchachos, sus profes y las instituciones que apoyamos la idea de una escuela que reflexiona sobre la guerra y la paz. La escuela en San Juan Nepomuceno que le chocó a los doctores Uribe y Lafaurie sería un buen ejemplo, entre unos cuantos centenares, de opciones para que aceptaran esa conversación, a ver si sus prejuicios se sostienen.

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Un segundo elemento en este debate es la evidencia construida por medio de múltiples estudios sociológicos y de clima organizacional sobre la cultura política y la filiación partidista de los docentes del sector público en Colombia. Resulta que, para sorpresa de nuestros asustados amigos de la derecha, los profes son (al menos hasta ahora que a ellos se les ha antojado estigmatizarlos) tan diversos ideológicamente como la sociedad.

Una cosa es la opinión política de los dirigentes sindicales (bastante heterogéneos, por cierto, entre matices de centro e izquierda), y otra la del magisterio. Y una cosa es que el magisterio reconozca en sus sindicatos la representación de sus intereses laborales, y otra que sea su referente para cualquier opinión. Y mucho menos que un dirigente sindical quiera o pueda obligar a sus afiliados a pensar de cierto modo. Al igual que con los jóvenes, con los maestros esta derecha peca de prejuiciosa y simplista. Y logra que su profecía se cumpla, porque termina por enajenar hasta a docentes oficiales que la apoyaban.

Pero el asunto central es la idea pretendida de una educación neutral. Los radicales religiosos que proponen que la escuela pública se dedique a enseñar Matemáticas o Ciencias, para que la familia se encargue de la educación moral, tienen a sus hijos en escuelas con un currículo lleno de enseñanzas religiosas. Cuando la editorial Santillana publica textos que pretenden registrar la historia como un rosario de versiones oficiales de lo que los presidentes dicen que hicieron, eso no es neutralidad; es educación que no pasa por el pensamiento.

Y si la enseñanza política se quiere erradicar, lo que en realidad se logra es que el statu quo sea rechazado con rabia por unos pocos, y aceptado sin mayor interés por la mayoría. Así que las ideas que terminan por primar no son las del comunismo, sino las del consumismo, y el ente televidente se vuelve más importante que el sujeto deliberante. La educación para la moderación surge del análisis crítico de muchas versiones de la realidad. No hay textos únicos válidos, no hay materias ni recreos sin moraleja, y la actitud emancipatoria (la pregunta por la libertad, el poder, la autonomía, la justicia) nunca estará lejos de un chico, a menos que le enseñen a vivir mutilado por el miedo y la trivialidad.

Pero que el expresidente más poderoso de las últimas décadas diga que la educación pública adoctrina y por eso hay que reemplazarla por educación privada es un asunto tragicómico. ¿Sabrá el doctor Uribe que hay poquísimos países donde la enseñanza es mayoritariamente privada, y que esa característica está enormemente asociada al atraso (Haití es un ejemplo)? ¿Sabrá que los territorios de Colombia que han apostado por la educación pública han logrado los mejores resultados? ¿O que no ha existido en la historia de la humanidad una sola sociedad que haya alcanzado la estabilidad institucional, el desarrollo económico o la justicia social sin desarrollar un sistema público y universal de educación de calidad? ¿Se habrá enterado de que Colombia ya es uno de los países con la educación más privatizada y con menor inversión estatal por estudiante en la Ocde, y a la vez el de peores resultados en ese grupo de naciones?

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Lamentablemente, la cosa no es solo una anécdota. Esta gente propone en realidad mantener la guerra en la cultura. Y lo grave es que si bien no es irreversible, las nuevas generaciones están comenzando a aceptar la reconciliación y a buscar salidas más allá de la guerra. Algo natural: los que están naciendo o creciendo no se han inventado esta guerra.

Pero eso a los caudillos que viven del miedo y el odio no les sirve. Porque es a esas nuevas generaciones a las que tienen que mantener matándose. Si florecen procesos políticos moderados y activos, los halcones se quedan sin alimento. La justicia restaurativa, el perdón, el pluralismo político, el análisis de los problemas desde muy jóvenes por los ciudadanos, una escuela pública de seres libres, no les sirve. Y no porque sean de derecha. Es verdad que existen profesores, políticos y periodistas que adoctrinan; pero suelen ser los que quieren la guerra, de izquierda y de derecha.

A esos manipuladores los van a derrotar chicos y docentes más politizados en favor de la paz y en un contexto pluralista. El camino es tener más filosofía, más política y más historia en las escuelas. No menos, como quería un famoso alcalde de Cartagena, que por supuesto terminó en la cárcel por corrupto. Ni las versiones oficiales deshidratadas de nuestra historia, que al parecer emocionan al rosario de aspirantes a dirigir el Centro de Memoria, recientemente defenestrados por tener más opiniones sectarias que méritos académicos.

*Coordinador nacional de Educapaz