Yo tenía veinte años y lucero en la mano ...La juventud como una savia azul me maduraba el corazón... La vida como una doble alondra cantaba a la altura de nuestros óídos". Así empezaba yo, alguna vez, la evocación de aquellos días tan jóvenes y hermosos y tan lejanos que ahora parecen un sueño.
A finales de los años treinta nos reuníamos un grupo de amigos, entonces jóvenes poetas, unidos por lo que suele unir a los Jovenes: el parentezco generacional hecho de anhelos comunes, de admiraciones coincidentes y de ciertas similitudes en el idioma poético. En suma, por todo aquello en que suele expresarse y manifestarse la contemporaneidad. Nos reunimos también en torno al vino, a la ilusión amorosa, a las esperanzas nacionales y poéticas. Realmente no hubo intención alguna de crear escuela ni nada por el estilo. Ni, como solía ser habitual entonces en esa circunstancia, lanzamos manifiesto ni programa.
Instintivamente sabíamos que la poesía, como el amor, no se hace con programa. Era una especie de conciencia generacional en torno a la hoguera de la juventud. Políticamente éramos todos distintos: así, Jorge Rojas era y es, simplemente, un liberal colombiano. Arturo Camacho Ramírez y Darío Samper militaban muy a la izquierda en una línea marxista. Antonio Llanos fue lo que se llamaba un conservador doctrinario. Gerardo Valencia y yo éramos dos nacionalistas bolivarianos, muy influidos por la primavera de los fascismos europeos, en especial por Mussolini y por la Falange Española.
Pero nuestra doctrina política era la Constitución Boliviana. Jorge Rojas patrocinó las entregas de poesía Piedra y Cielo, bellamente editadas. Piedra y Cielo se convirtió en nuestro lema poético y en una consigna literaria.
Como se sabe, este es el título de un libro de Juan Ramón Jiménez, en aquellos días héroe máximo de la poesía para algunos de nosotros. De allí vino la palabra Piedracielismo, inventada por nuestros comentadores, amigos y adversarios. Esta palabra se llenó lentamente de un contenido rico y vario pues todos éramos poetas de entonación diversa. Luego, cada cual encontró su voz personal: hasta convertirnos en un alto y luminoso coro.
Hubo entonces enardecidas polémicas en varios frentes literarios. Yo di la cara por mis compañeros. La palabra Piedracielismo, llena de honor, es ya una parte esencial en la crónica literaria de Colombia. Después de tres generaciones afrancesadas --la de Valencia, la de Castillo, y la de León de Greiff--mi generación poética pone el oído sobre el corazón del paisaje americano y quiere expresar al hombre americano, apoyándose en la tierra ancestral, en los sueños y en la sangre de nuestra gente con su contorno espacial y temporal. Y escribimos una poesía exenta de exotismo y de temas de cultura. Hubo también un regreso a lo español clásico y moderno. En esto me atribuyo, orgullosamente, un decisivo y poderoso influjo personal .
En el prólogo en verso a un libro de Darío Samper yo les tengo evocados a mis compañeros de Piedra y Cielo con las palabras que siguen: "6...Pues los he convocado al aire libre: de tu libro, a la orilla de tu libro en la Tierra Caliente de tu libro bajo sus grandes árboles dorados: y aquí estamos :Tomás Vargas Osorio con sus poemas densos como frutas chorreantes mordidas del verano como jóvenes frutas deshaciéndose hacia la primavera de su muerte; y Jorge con su cetro de diamante armando expediciones contra el tiempo y en su pálido reino de tristeza, y Gerardo, hablando silenciosamente, y Antonio Llanos cuyas venas son las raíces del árbol sideral, Carlos Martín con su amoroso silbo; Aurelio que convoca en su patabra, bosques de Sur, balsámicos, y sueños; Arturo de la fiebre y el rocío, y el que te escribe y lleva la bandera y el galope de un potro por el pecho... ".
En 1935, Arturo Camacho Ramírez publicó su libro inaugural: "Espejo de naufragios", que significaba ya, lo mismo que mis "Canciones para iniciar una fiesta" publicadas en el año siguiente, una ruptura con el orden poético anterior. El libro de Arturo brillaba de gracia, de ingenio, de fantasía, de audacia y alegría. Allí venía su memorable romance transparente "La niña sin Sombra" que tantas veces acompañó nuestro corazón por esos años. Luego la poesia de Arturo se nubla patéticamente de tiempos y de muerte. Se hunde en túneles oníricos y surrealistas y su palabra tenaz finalmente "extrae el diamante iluminado del poema para ofrecerlo vivo y generoso a la emoción asombrada de los hombres" .
Es entonces el poeta un buceador desesperado que desciende desde la piel al alma en busca de su tesoro mortal. Su Angel Luminoso y su Angel Tenebroso. Poesía de las cosas, carnal y varonil, la de Arturo Camacho Ramírez expresa, como muy pocas veces expresó ninguna otra palabra poética en Colombia, el drama de los sentidos, el voraz, el nocturno, el sediento anhelo amoroso. Pero no quiero olvidar aquel puro, irisado, luminoso soneto que perpetuamente ha de cantar en los corazones juveniles y que así termina, tan bella y misteriosamente:...Nada es mayorque tú, rosa y no rosa.
Primavera sin ser primavera; arpegio en la garganta de la vida.
Sé que la muerte no interrumpe nada. Sé, también que detrás del aire vive Arturo, el alegre, el meláncolico, con la barba en la mano como solía a veces. Y al final del sueño debió escuchar al Otro, a su Angel, musitándole en el oido: Es el momento de estar conmigo y de morir mi propia muerte; mi sola muerte, mi única muerte, mi diaria muerte prometida.
ARTURO Y EL ANGEL
Por: EDUARDO CARRANZA