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DE APRENDIZ DE OBRERO A PINTOR

27 de mayo de 1985

Alguna vez decía Botero que en arte, finalmente, sólo hay tres o cuatro temas: la realidad, la religión, la mitología y la historia. ¿Por qué privarse de alguno de ellos? Se dolía entonces de que en su pintura el tema propiamente mitológico estuviera ausente. De la realidad plasmó sus bodegones, sus retratos, sus grupos de familia, sus fondas y bailes populares. De la religión sacó santos y demonios, obispos y vírgenes. De la historia revivió personajes monumentales como los Conzaga de Mantegna, el Alof de Vignancourt del Caravaggio, la María Antonieta de Vigée Lebrun o el Luis XIV de Rigaud. Quizás lo que no pensó en ese momento es que pronto encontraría un tema que los reuniera todos, un tema en que realidad, religión, mitología e historia quedaran integradas en una sola unidad plástica. Ahora, Botero ha encontrado ese tema integrador en la corrida de toros. El no podía, como Coya o como Picasso, dejar de intentar su Tauromaquia. En ella, está "todo Botero". Su historia humana, su pintura, sus orígenes mismos de pintor. Es el gran resumen, la gran síntesis de todo cuanto había hecho hasta ahora. Botero y los toros, ¿quién lo habría pensado? Dos días antes de mostrar su serie al público por primera vez, en la galería Marlborough de Nueva York, SEMANA interrogó al maestro. Por teléfono, desde su apartamento de Park Avenue, trazó la historia y los significados de esta nueva aventura por el mundo de los toros:
SEMANA: ¿Cuál es el origen de sus pinturas sobre la Corrida?
FERNANDO BOTERO: Yo comenzaría diciendo que, al contrario de la pregunta, la Corrida fue el origen de mi pintura. Y esto comenzó cuando tenía 12 años. Un tío mío, Joaquín Angulo, era un gran aficionado a los toros, y naturalmente puso todo el empeño en que yo fuera torero. El fue quien me matriculó en la escuela taurina de la Plaza de la Macarena, en Medellín, que entonces manejaba Aranguito, un diestro que llego a ser muy conocido. Muchas veces, y cuando había la ocasión, nos soltaba un becerro para que lo lidiaramos sus alumnos. Realmente, cuando era niño, me pasaba el tiempo pintando en vez de estudiar. A los 10 años, por ejemplo, dibujaba aviadores de uniforme que besaban a unas rubias increibles con maravillosas cabelleras. Después, cuando mi tío me llevaba a La Macarena, comencé a dibujar los toros, tratando de imitar al pintor español Ruano Llopis, buen cartelista taurino, que para mi era entonces como una especie de Leonardo Da Vinci. De este pintor se conservan todavía algunos cuadros de toros en Colombia. Así que pasé un buen tiempo dibujando suertes de la corrida, pequeños dibujos a pluma o en acuarela. Poco a poco fui evolucionando, y de dibujar toros pasé a pintar paisajes, y después de los paisajes, mercados... Así fue como de aprendiz de torero me convertí en pintor.
S.: ¿Recuerda la primera corrida que vio en su vida?
F.B.: No la recuerdo. Pero sí puedo decirle que en esa época vi torear a todos los grandes: Manolete --que sigue siendo mi favorito--, Arruza, Armillita, Procuna... Desde 1945 vi a todos los diestros importantes que pasaron por Colombia.
S.: ¿Amistad especial con algún torero?
F.B.: He conocido a muchos a través de los años, sobre todo en España, pero como se sabe, los toreros son como los navegantes, que pasan...
S.: ¿Cómo surgió la idea de pintar los toros?
F.B.: Mi interés en el tema volvió a resurgir hace año y medio, cuando asistí a una corrida y, curiosamente, otra vez en la plaza de La Macarena... de pronto volví a sentir la necesidad de pintar toros, en el mismo sitio de mi juventud en que había visto a los grandes toreros de la época. Cuando decidí dedicarme al tema, el primer cuadro que pinté fue un picador, que por cierto no está incluido en la exposición.
S.: ¿El proceso técnico de estos cuadros?
F.B.: Por primera vez me he dedicado a pintar toda una serie de obras sobre un mismo tema que, además, tendrá continuación, porque sus posibilidades plásticas son infinitas. Por supuesto, mi interés es tomar la corrida y transformarla dentro del recuerdo, hacer una cosa que tenga un significado plástico, que se convierta en una realidad separada de la corrida, es decir, creando una realidad distinta. En cuanto a la técnica, es la misma que siempre he empleado: la de la pintura veneciana, a base de capas y transparencias, una pintura que genera el resultado final a partir de mezclas ópticas. Los modernos, a partir de los impresionistas, trabajan con lo que se llama pintura a la prima o directa, en que el color se aplica sobre la tela blanca tal como se prepara en la paleta. Antes, y es lo que yo hago, la pintura tenía capas, fondos, transparencias, un color iba sobre otro y detrás de cada colór visible había cinco o seis capas de pintura. Monet o Picasso, cuando querían un rojo, lo aplicaban tal cual sobre la tela, y se acabó. Pero la pintura es algo apasionante, es mucho más bella, si uno quiere pintar un rojo tiene que procurár que la materia se vuelva un misterio, que llegue a convertirse en materia preciosa.
S.: ¿Tuvo necesidad de documentarse?
F.B.: No, por la familiaridad que tengo con el tema y con todos los aspectos de la corrida. Naturalmente desde joven he sido un devoto de "Los toros", el libro de José María de Cossío, que fue y sigue siendo la Biblia para los entendidos y para los aficionados. Conozco de cerca, además, todos los lances, las actitudes de los matadores, los trajes, los recursos, los colores. Pero realmente lo que me interesa plásticamente es la exaltación de la forma, y hacer que el color local sea evidente o, en otras palabras, que se vea la forma de pintar. Por otra parte, el tema impone unos problemas específicos y unas soluciones concretas. El espacio, por ejemplo, con la curva del redondel, impone una dominante que no es el horizonte, sino una línea en arco, que modifica la idea del espacio convencional. Y luego está el movimiento: lo que me interesa es congelar, eternizar el movimiento, eso que se ha llamado movimiento estático, que considero como el más sofisticado que se puede dar en pintura.
S.: ¿Qué importancia plástica le da al toro, al torero y al tendido, es decir, a la gente?
F.B.: En realidad me interesan todos los aspectos, no me preocupa concentrarme en ninguno. Al fin y al cabo la corrida no es más que un pretexto para pintar. Es más una cuestión de atmósferas, en que lo prioritario es la pintura. Lo que quiero es que el cuadro sea bueno, no que la corrida sea buena. Y lo que deseo es que, así como cuando uno dice Degas todo el mundo piensa en el ballet, quiero que cuando alguien diga toros piensen en Botero.
S.: ¿Después de las tauromaquias de Coya y Picasso, qué aportes cree haber hecho?
F.B.: Pienso que cuando uno se enfrenta a un tema como éste, hay que ser exhaustivo, hay que entregarse a él completamente, apoderarse de él, pintarlo en todas las dimensiones hacer obras de gran tamaño, muy ambiciosas de composición. Admiro, por supuesto, la Tauromaquia de Goya, y no sólo los grabados, sino también los seis o siete óleos que pintó. Los cuadros de Manet, interesantes como pintura, creo que reflejan una visión más francesa y turística, pero no la de un verdadero conocedor o aficionado. Picasso fue obsesivo y dejó dibujos de pequeñas dimensiones, algunas pinturas y, al final, su serie de grabados como en trazos de tinta y pincel. Francis Bacon también pintó tres cuadros a raíz de un viaje a Madrid, pero en realidad le interesan poco los toros, aunque es interesante que en muchos de sus cuadros aparezca el horizonte curvo. Ahora: lo que es claro es que los planteamientos de Goya o de Picasso, me dan el placer de mirar pintura, pero no me sirven para nada en el momento de enfrentarme a mi propia obra.
S.: ¿Pero hay algún avance?
F.B.: Yo hablaría más bien de una evolución a través de años. En La Corrida, creo haber llegado a una mayor intensidad plástica a una impresión más directa, a una idea de la forma y del color mucho más clara. Y al lado de esto está una paleta cada vez más reducida. Ahora prácticamente estoy pintando con amarillo ocre, azul cobalto, rojo cadmio, blanco y negro. Lo curioso es que, cuanto menos colores tiene un cuadro, parece que se ve más colorido...
S.: Para terminar, ¿leyó "La llama y el hielo", el libro de Plinio Mendoza en que habla de su vida sentimental?
F.B.: Sinceramente, no lo he leído. Y advierto que no es por pose, sino porque realmente no me interesa...
S.: En Bogotá circula el chiste que usted, por venganza, va a pintar un retrato de Plinio gordo y con el pipi chiquito...
F.B.: ¿Ah sí? ¡Está bueno ese chiste...!--