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EL PAIS HACE 15 AÑOS

ENRIQUE SANTOS
23 de junio de 1997

Cuando Isaac Lee me pidió que le escribiera "no más de 5.500 caracteres" sobre el país que yo anhelaba hace 15 años _en la fecha en que reapareció SEMANA_, pensé inicialmente en releer lo que estaba escribiendo sobre el país concreto de ese entonces.Pero al consultar recortes, caí en cuenta de que por esa fecha precisa yo llevaba dos años como corresponsal de El Tiempo en Francia, a donde había viajado tras el cierre de la revista Alternativa, a la que había dedicado seis años de trajín periodístico. Desde el 80, pues, yo estaba inmerso en la apasionante ruptura política y social que vivía Europa: las protestas obreras de Lech Walesa y 'Solidaridad' en Polonia, que presagiaban el desplome del bloque comunista; la llegada al poder de los socialistas en Francia, España y Grecia; los recurrentes escándalos entre mafia y poder político en Italia...En ese momento, por supuesto, yo anhelaba para Colombia un tipo de socialismo democrático, pluralista y tolerante, como el que encarnaban François Mitterrand o Felipe González. Mi crisis de fe en el 'socialismo real' de corte marxista, que ya se había hecho evidente en los últimos años de Alternativa, se volvió total ante la creciente rebelión popular que recorría a los países de Europa Oriental y me tocó seguir de cerca.Pero este flashback general me hace recordar un instante más personal, ocurrido dos años antes de la aparición de SEMANA, y que me parece significativo para el tema propuesto. Fue cuando, poco antes de viajar a Europa, a mediados de 1980, Felipe López me invitó a almorzar, para que le contara sobre la experiencia de Alternativa: su vida, pasión y muerte; las razones de su insólito éxito periodístico y las causas de su cierre, que acababa de producirse. También, para comentarme que él tenía la idea de sacar una revista semanal.Felipe, por supuesto, no pensaba sacar una publicación parecida a la que acabábamos de enterrar _se trata de algo más estilo Time, me explicó claramente_ pero le interesaba mucho la historia de Alternativa: el ritmo de trabajo, el tipo de periodismo que hacíamos y con qué periodistas, los problemas de distribución, financiación, etc.Le resumí, pues, los altibajos de esa agitada experiencia de periodismo de contrainformación, denuncia y confrontación con el sistema bipartidista que habíamos adelantado, siempre desde el flanco combativo y dinámico, pero cada vez más dividido y canibalizado de la izquierda colombiana de los años 70, y sobre las razones de desencanto ideológico, saturación militante e inanición económica que habían determinado cerrar la revista, tras seis años y medio de semanal lucha por la supervivencia.Nada qué ver, como orientación periodística, con lo que Felipe tenía en mente. Pero era consciente del vacío que había dejado Alternativa (que sin avisos ni mayores recursos había llegado a circular 45.000 ejemplares); y de la carencia de revistas independientes de información general, en un país donde todas las publicaciones semanales (Nueva Frontera, Consigna, Guión, Voz Proletaria, etc.) eran ladrilludos voceros de corrientes políticas. A los dos años de ese almuerzo, cuando yo preparaba maletas para volver a Colombia, apareció SEMANA, y buena parte de su equipo inicial, desde el fotógrafo hasta la secretaria ejecutiva, pasando por más de un periodista (aún quedan algunos) provenía de nuestro extinto semanario.Al regresar al país, en agosto del 82, Belisario Betancur acababa de asumir la Presidencia tras derrotar _qué curiosidad_ al padre del fundador de SEMANA. Circunstancia sin duda amarga para el ex presidente López, pero providencial para la recién aparecida revista, que mal habría podido sobrevivir al previsible estigma de ser 'hija del Ejecutivo'. La Colombia que yo anhelaba en ese momento, para volver al tema, estaba encarnada precisamente en ese mandatario diferente, refrescante y sintonizado con lo popular, que estaba tomando las riendas del poder. Tras el sombrío cuatrienio de Turbay, que había significado todo lo que rechazábamos de la vieja política bipartidista, Belisario Betancur era una ventana de aire fresco que parecía abrirse hacia una Colombia más amable y justa; más progresista y moderna. Me inquietaba su faceta populista, dicharachera e ingenua, pero preferí creer en que sí era posible.No por casualidad, lo primero que escribí al revivir a 'Contraescape' (había suspendido la columna por aquello de nunca pontificar sobre Colombia desde el exterior) se tituló 'Ojalá se pudiera'. Releyéndola, a propósito de este artículo, me doy cuenta desde hasta dónde llegó a entusiasmarme la posibilidad de una Colombia como la que personificaba Belisario, ese godo atípico y poético, que hablaba de no derramar una gota más de sangre; de pactar la paz con los muchachos, distanciarnos un poco de los gringos, buscar la vetas perdidas de lo nacional popular...Pero no se pudo. Ya estaban ahí, sembrados y echando raíces, todos los males que rápidamente harían explotar la utopía belisarista en mil pedazos. Tampoco fue casual que mis columnas siguientes se titularan 'No más MAS', '¿Empantanada la amnistía?' o '¿Quién mató a los niños Alvarez?' referidas todas a una violencia de muchas caras que cada día perforaba más ese anhelo de país. Y frente a la cual el Presidente que hablaba de "desarmar los espíritus" se mostraba cada vez más impotente. La arrogancia criminal de unos narcos desatados, el descontento de los militares con una paz que no les fue consultada, la irresponsable belicosidad de la guerrilla, en fin, una enquistada cultura de violencia, corrupción e intolerancia, acabaron imponiéndose sobre las buenas intenciones de un gobierno que no supo manejar las contradicciones que había desatado. Con el asesinato del ministro Lara Bonilla por el narcotráfico quedó herido de muerte el proyecto de país belisarista, y con la toma del Palacio por el M-19 año y medio después, definitivamente sepultado. ¿De buenas intenciones está pavimentado el camino del infierno? Hoy, 15 años después, me duele decir que esa Colombia menos violenta y más justa que anhelé en tiempos de Belisario está más lejos que nunca. Tocará entonces seguir en la brega para lograrla. O resignarse a las infamias del presente.