El 12 de marzo de 2002 el gimnasta cucuteño Jesús Romero Montoya entrenaba en el Centro de Alto Rendimiento de Bogotá. A los 17 años ya le había dado a Colombia dos medallas de oro en los Suramericanos de gimnasia y dos más en los Panamericanos y esa noche se preparaba para los Juegos Suramericanos que se iban a celebrar en Bogotá. "Era un día normal. Hacía mucho frío y se nos hacía tarde para ir a comer. Con el entrenador tratábamos de perfeccionar un ejercicio que ya había realizado dos veces. En el tercer intento no sé qué pasó. Cuando me di cuenta estaba clavado en el piso", recuerda.
En el hospital Simón Bolívar se le diagnosticó una lesión severa en las vértebras C3 y C4, además de un jalonamiento del agujero magno. Un panorama poco alentador. Debía ser intervenido y, de sobrevivir a la operación, pasaría el resto de su vida en una cama conectado a un aparato para respirar, sin poder hablar y con la esperanza de sólo volver a mover los ojos.
Hoy, casi un año después, Jesús trabaja con su fisioterapeuta seis horas diarias. Ya respira por sí mismo, se puede sentar, mueve sus hombros con fuerza y cabecea balones de fútbol. Sus brazos comienzan a tener movimiento y sabe que pronto sus manos van a poder apretar objetos y que sus piernas con el tiempo recobrarán las fuerzas para sostenerlo y poder caminar. "Es como seguir entrenando, la diferencia es que ahora el premio es mi vida".