Home

Enfoque

Artículo

LA MIRADA EUROPEA

La recepción tributada por el gobierno francés a Fidel Castro suscitó toda clase de reacciones. La siguiente es la muy particular del escritor Juan Carlos Botero Zea.

24 de abril de 1995

QUE PASARIA EN FRANCIA SI UN PRESIDENte intentara imponer un gobierno semejante al que Fidel Castro ha impuesto en Cuba? ¿Tolerarían, los franceses, a un presidente que silenciara la oposición, que cerrara los medios de comunicación contrarios a los del régimen; que impusiera la censura y encarcelara a sus críticos; que fusilara a los 'enemigos de la revolución' (lo que, a menudo, no es más que un eufemismo para designar a los enemigos personales del gobernante); que prohibiera los sindicatos, que reprimiera las manifestaciones de inconformidad y la disidencia; que coartara la libertad de expresión, el pluralismo, la libertad de movilización y el derecho de huelga?
Es obvio que no, y por eso resulta desconcertante el apoyo tan grande, con manifestaciones tan ostentosas, que el gobierno de Francois Mitterrand le brindó a Fidel Castro en su primera (y muy controvertida) visita a París. En efecto, Castro fue recibido como un invitado de primer orden, y le rindieron honores que, cualquiera pensaría, están reservados, exclusivamente, para los países que comparten el sistema que defiende el gobierno de Francia. Es decir, el Estado libre y representativo, dotado de elecciones y partidos políticos, abierto y tolerante. En una palabra: democrático.
Pero no: el espectáculo en torno de Fidel fue inverosímil. Incluso Danielle Mitterrand (la esposa del presidente), quien le extendió la invitación al dirigente, afirmó que era injusto tachar a Castro como un dictador. ¿Pero cómo llamar entonces a un mandatario que permanece estancado en el poder durante décadas, que no acepta la alternancia periódica del gobierno, ni elecciones presidenciales, y encarcela a sus detractores? ¿Aceptaría, la primera dama, que el próximo presidente de Francia instaurara un régimen semejante en su país?
De nuevo: es obvio que no. Pero entonces surge la pregunta: ¿si ese mandato resultaría intolerable para Francia, por qué ha de ser válido, digno de respaldo y alabanza, para el pueblo de Cuba? La recepción que Mitterrand le ofreció a Castro se interpretó como un apoyo político de carácter salvador, y ese apoyo, a su vez, se percibió como una señal de aprobación al régimen de Castro. El mensaje es claro: el tipo de gobierno que impera en la isla está bien para los cubanos, pero sería inadmisible para los franceses. Y detrás de ese mensaje hay un serio problema de discriminación, para no decir de racismo.
El incidente es grave, pero tiene de bueno que ilustra la imagen de América Latina que todavía prevalece en Europa. Mario Vargas Llosa, en su candente polémica con el novelista alemán Gunther Grass, señaló con razón que, "quien cree que la libertad es necesaria y posible para su país no puede decidir que ella es superflua, secundaria, para otros países". Incluso fue más allá: ¿por qué, se preguntó el peruano, los europeos no vacilan en apoyar regímenes que no aceptarían jamás para sus propias naciones? Acaso no refleja eso un claro desdén, la idea de que, por tratarse de latinoamericanos (como si fuéramos ciudadanos de segundo grado), sí es aceptable un gobierno que archiva las libertades públicas, que amordaza la oposición e impone la censura, pero, en cambio, esa forma de gobierno jamás sería lícita para los ciudadanos europeos? ¿Acaso unos merecen vivir en libertad y otros no? ¿Es la democracia un lujo reservado para las grandes potencias, mientras que la dictadura es una opción justificable para los países en vías de desarrollo? La lógica es elemental: si un sistema de gobierno resulta inaceptable para un pueblo, precisamente porque restringe las libertades más esenciales y lo somete a vivir bajo la tiranía de un Estado opresivo, no se puede concluir que ese mismo sistema es válido para otras naciones, a no ser que, en el fondo, se menosprecie a aquéllas; que no se consideren dignas de regir sus destinos a través de gobiernos justos y equitativos, de vivir en libertad. Y ni siquiera en ese caso, pues tal como señaló Allen Weinstein: "La gente no se puede dar el lujo de 'no' vivir en democracia. La democracia no es un privilegio, es una necesidad".

OJOS TRASNOCHADOS
La razón por la cual ocurren estas distorsiones en Europa, es porque todavía nos perciben con ojos trasnochados. Muchos, increíblemente, aún confunden socialismo con idealismo, descartan la democracia en nuestro continente como una farsa, y glorifican a unos seudorrevolucionarios como si fueran los combatientes de las desigugaldades sociales y económicas de nuestras tierras, en vez de verlos como son casi siempre: insurgentes obsesionados con el poder, o criminales obsesionados con su propia riqueza, como pasa en Colombia.
El caso de Francia es particularmente agudo. Francia sufre uno de los mayores dilemas de nuestra historia: el de ser la cuna de la revolución, pero, al mismo tiempo, el de ser la cuna de la burguesía. ¿Cómo honrar ambos pasados? ¿Cómo ser, a la vez, burgués y rebelde? La respuesta la han dado ellos mismos a través de los años: apoyar las rebeldías, la vida azarosa, aventurera y peligrosa, en otros, mientras que ellos disfrutan la vida cómoda y segura. Identificándose con las 'causas' de los rebeldes, creen que participan de ellas, y sin arriesgar nada, se proclaman aliados de quienes lo arriesgan todo; así pueden posar como simpatizantes de banderas de protesta, pero sin renunciar a los deleites de la vida burguesa.
El único defecto de esa respuesta es la miopía que genera, y América Latina ha sido la más afectada por esa falta de visión. Las democracias del continente han sido repetidamente despreciadas en Europa, subvaloradas, criticadas, mientras que los representantes de la izquierda todavía son exaltados con asombrosa ceguera. Lo que acaba de suceder con Castro lo demuestra. Si el presidente Samper viajara a Francia, por ejemplo, ¿recibiría un apoyo similar al ofrecido al dirigente cubano? El viaje de Castro ni siquiera era oficial. ¿Pero qué visita oficial de un presidente de América Latina ha despertado un furor comparable y semejante espaldarazo de aprobación de parte del gobierno francés? Otro ejemplo fue la crisis de los balseros. ¿Qué dice de un sistema político cuando miles de personas prefieren construir una balsa precaria, embarcar sus escasas pertenencias, dejar familia y amigos y lanzarse al mar a la merced de los tiburones, con tal de no permanecer en ese lugar, viviendo bajo ese régimen? No obstante, la condena europea fue más severa con el bloqueo norteamericano que con el sistema cubano. ¿Qué habría pasado si algo así hubiese sucedido en una de nuestras democracias? La culpa, sin duda, no habría sido de una fuerza externa, sino de las deficiencias internas del gobierno latino.
Se podría argumentar que el respaldo a Castro de parte de Mitterrand es fruto de las recientes fricciones de Francia con Estados Unidos, y su señal de rechazo al bloqueo de la isla. En efecto, hoy pocos dudan que el socialismo en Cuba ha hecho avances importantes en los campos del deporte, la salud, la cultura y la educación. Y también son pocos los que aún defienden la medida tan inmoral del bloqueo. El bloqueo es una infamia inútil. Ni siquiera Israel, el único país que firmó con Estados Unidos su continuidad el pasado octubre, cuando en el seno de las Naciones Unidas se votó sobre el tema, lo respeta, y hoy es un valioso socio comercial de Cuba. Sin embargo, ¿por qué el rechazo al bloqueo debe traducirse en apoyo a Castro? La torpeza de la política exterior norteamericana no significa que sea lúcida la política interna de Cuba, así como, durante la guerra de las Malvinas, la posición de Inglaterra era indefendible, pero eso no implica que la junta militar argentina fuera menos bárbara.

MIOPIA GENERALIZADA
No obstante, la miopía de Europa frente a América Latina no se limita a Castro. ¿Cuántas veces no transmiten por la televisión francesa documentales que enaltecen a criminales como Tirofijo y el cura Pérez, presentándolos como supuestos defensores de los pobres? De otro lado, la imagen de Colombia en varios países europeos es caricatural: la de un país podrido que trafica drogas con un Estado represivo que siempre viola los derechos humanos. Y aunque es perentorio que el mundo condene los abusos del Estado colombiano, lo curioso es que, muy pocas veces, esos mismos países denuncian los crímenes ecológicos y la sistemática violación de los derechos humanos cometidos por los subversivos. Por esa razón, en el espléndido edificio del Arco de la Defensa, en París, un lugar dedicado a estudiar el tema de los derechos humanos, en los mapas donde figuran los países que más los violan, Colombia (una democracia imperfecta pero con partidos políticos, elecciones, libertad de expresión, de cultos, de movilización), está al mismo nivel de Cuba (una dictadura con un partido monolítico que traza las políticas desde las cimas del poder supremo) .

VISION INGENUA
En fin, el apoyo del gobierno francés a Castro indica que aún persiste la visión ingenua de América Latina: la de Estados represivos desafiados por minorías idealistas. Lo cual, si eso fue cierto durante los años 60 ó 70, cuando la mayoría de nuestros gobiernos eran regímenes autoritarios y los rebeldes tenían causas, hoy esa concepción refleja una profunda ignorancia tanto de lo que son los gobiernos actuales de Latinoamérica, como de lo que son casi todos sus grupos subversivos. (Y digo 'casi' por la posible excepción del caso de Chiapas, México)
Sin duda, tiene menos glamour una democracia que hace esfuerzos diarios por modernizarse pese a la agresión de paramilitares, narcotraficantes y guerrilleros. Pero se espera de países serios que tengan una visión más justa de nuestra realidad, o, ál menos, que no le hagan el juego al único dictador que nos queda, y a los rebeldes dedicados al secuestro, la extorsión, el asesinato y el tráfico de drogas. En América Latina hemos sufrido demasiado con la ceguera de la comunidad internacional. En Colombia nos acaba de suceder con Washington, y ahora que volteamos la mirada hacia Europa con nuevas ilusiones, es preocupante que Francia (la cuna de los derechos humanos, de la rebelión justa, del rechazo a la tiranía), reciba feliz a un dictador que lleva más de 30 años en el poder. Quizás, entonces, no sobra recordar estas palabras de Vargas Llosa: "Los latinoamericanos que creemos que la solución para nuestros problemas está en romper el ciclo siniestro de las dictaduras (sean éstas de izquierda o de derecha) debemos saber que entre los obstáculos que tendremos que enfrentar para instalar y defender la democracia, figura, junto a los complots de las castas reaccionarias y las insurrecciones revolucionarias, la incomprensión de aquellos a quienes tenemos por modelos y a quienes creemos nuestros aliados".