Entrevista con el director Patrice Leconte

“Aún me queda tiempo”

De su filmografía dicen que tiene desde obras maestras hasta películas olvidables. En todo caso, se trata de uno de los realizadores franceses más interesantes después de la Nueva Ola francesa.

Francisco J. Escobar S.
19 de septiembre de 2007

Los dedos largos y flacos de Patrice Leconte me tocan el hombro y me señalan el lugar apropiado para sentarme. Con sus labios estirados en forma de cono me indica que me siente ahí, entre el traductor y su delgado cuerpo. “Así es más fácil, ¿no le parece?”. Muevo mi cabeza como una de esas tortugas de plástico que ante el más leve contacto se quedan asintiendo eternamente. Saco la grabadora, apunto el micrófono hacia su boca, él me mira con cara de: “¿No sería mejor si graba al traductor?”. Cambio la posición del artefacto, presiono el rec, y le pregunto que si no para de dirigirlo todo aunque no esté dirigiendo, el realizador se ríe y contesta: “Pues no”.
Comenzamos esta entrevista en la pequeña sala de un hotel en el norte de Bogotá. Leconte, que tenía cara de cansado (en la mañana tuvo una larga charla en una universidad, hacía pocos minutos había respondido el interrogatorio de una periodista de televisión y en unas horas asistiría a otra sesión del sexto Festival de Cine Francés) esperaba paciente que le tradujeran la primera pregunta.
El director de El marido de la peluquera (1990), Ridicule (1996), El hombre del tren (2002) y Mi mejor amigo (2006, su obra más reciente), entre otros filmes, se guarda la prisa. A sus casi sesenta años –los cumple el 12 de noviembre–, después de haber realizado veinticuatro largometrajes y criado dos hijas (de hecho, ya es abuelo) tiene mucho que contar. Es uno de los directores franceses más apreciados por la crítica extranjera y uno de los que más peleas han tenido con los críticos de su país. Algunos señalan que es el más norteamericano de los autores de Francia (por su alta productividad), otros alaban sus películas: “He visto El hombre del tren dos veces, la volveré a ver, no le encuentro defectos”, escribió Roger Ebert del Chicago Sun Times, y otros tantos, como Octavi Martí, del diario español El País, creen que “la filmografía de Leconte es el equivalente a un catálogo de grandes almacenes: en ella se encuentra de todo, desde obras maestras hasta productos baratos de consumo inmediato”.
Y quizá tenga razón Martí. El director es capaz de realizar una obra memorable, como La chica del puente (1999), después de haber filmado una floja y prescindible como Uno de dos (1998), protagonizada por Alain Delon, Jean Paul Belmondo y Vanessa Paradis. Leconte se defiende: “No puedo hacer siempre la misma película, necesito partir en direcciones contrarias, solo así me siento despierto. Trato de que mi película siguiente sea diferente a la anterior para no cansar al público”, dice con cierto tono de papá.
Lo que no cambió al inicio de su carrera fue el género que prefería llevar a la pantalla: la comedia. Uno de sus héroes favoritos era Jerry Lewis. “Soy el segundo de cuatro hijos, y desde chico me gustó ir al cine. Mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí a las salas, veíamos películas de Orson Welles y Eisenstein, pero yo prefería la comedia. La sentía más cercana. Una cercanía que años más tarde tuve con las películas de la Nouvelle Vague. Fue en ese momento cuando dije: ‘Creo que ahora sí puedo hace películas’”.
Pero antes de hacerlas escribió historietas para el periódico Piloto, en París, las que le enseñaron a “contar historias cortas completas”. Del papel saltó a las pantallas, realizó casi una decena de comedias hasta que concretó Monsieur Hire (1989), que causó grata impresión en el Festival de Cannes. Es esta cinta la que motiva a los espectadores y críticos a seguir la obra de Leconte, quien demostró su inmenso talento con el siguiente filme: El marido de la peluquera, protagonizado por su actor fetiche, Jean Rochefort. Y al mencionar este nombre Leconte se emociona. Me mira con una sonrisa pícara esperando la pregunta obligada: ¿Cómo es su relación con él? Inevitable. Parte del repertorio. “Yo siento que Jean Rochefort es para mí y para mi obra lo que fue el personaje de Antoine Doinel (interpretado por Jean Pierre Léaud) para la de Truffaut. Es como una especie de proyección mía. Cuando lo miro me parece estar viendo en un espejo el reflejo de mi ‘yo viejo’”.
Rochefort con su forma particular de bailar le da un hermoso cierre a El marido e interpreta una de las mejores escenas rodadas por Leconte. El director, aún feliz hablando del actor, recuerda ese momento: “Yo le había dado los extractos musicales, pero nunca le dije cómo debía bailar. El me llamaba al camerino y me mostraba cómo se movería. Cuando por fin íbamos a rodar le dije a Rochefort que solo haríamos una toma, así que debía dar el máximo. Yo, como siempre, estaba detrás de la cámara filmando, prefiero ser yo mismo el operador. Empezamos y de repente lo veo así, bailando de esta manera tan extraña, medio perdido, y de la emoción, lloré. Así quedó la toma, perfecta. Bueno, hay que precisar que Jean Rochefort está un poco loco, para hacer lo que hizo hay que estar un poco loco, je, je”.
Una rubia se acerca a nosotros y Leconte informa que es su esposa. Su presencia avisa que dentro de poco tendrá que irse a cumplir con una nueva cita. En pocos minutos le lanzo preguntas como perdigones: ¿Revisando su carrera cuál cree que es su mejor obra? “La primera respuesta es La chica del puente. Pero si hubiera querido ser más enigmático le diría que Dogora (2004, un filme a lo Koyaanisqatsi), porque es una película que nadie ha visto y que me encantó hacer”. Y por último, señor Leconte, mucho se especula sobre su retiro del cine, ¿lo deja? “Eso del retiro es cierto y es falso. Yo no estoy cansado de hacer películas, solo quiero dejar de hacerlas antes de cansarme. No quiero que la gente diga: ‘Leconte debió haberse retirado antes’. Aunque voy a cumplir sesenta años, no me siento viejo, aún me queda tiempo, creo que voy a hacer unas dos o tres películas más y voy a parar”.