Gilbert y George en dos mil metros cuadrados de la Tate Modern

Doble provocación

Son las dos estrellas del mundo artístico británico desde hace cuarenta años. Sus esculturas son protagonizadas por ellos mismos, sus bromas son pesadas, sus imágenes son todo menos solemnes. Esta es la historia de dos marginales que lograron doblegar las estrictas normas de uno de los museos más famosos del mundo sin inmutarse.

Charbel Ackermann
18 de abril de 2007

Un famoso crítico de teatro inglés comentó sobre Eugene Ionesco: “Una vez vistas todas sus obras de teatro, has visto una sola”. Al exhibir cientos de sus obras, la Galería Tate Modern de Londres parece estar haciendo lo mismo con Gilbert y George. La galería también está rompiendo sus reglas para poder prestarles la atención que se merecen los cuarenta años de obra y vida en común de los artistas. Según las reglas de la Tate, los artistas ingleses se exhiben en la Tate Britain, no en la Modern. ¡Pero Gilbert y George están allí! A ningún artista vivo se le has prestado la totalidad del cuarto piso que está destinado a exposiciones temporales. ¡Gilbert y George lo tienen todo para ellos! ¿Cómo fue que estos artistas, cuya obra la galería posee pero no expone, lograron semejante hazaña? Al parecer el asunto fue resultado de una buena cantidad de tire y afloje.
El tire: la Tate se niega a exponer su obra en la colección permanente, Gilbert y George no aceptaron que la susodicha se mostrara ni en la muy venerable Tate Britain ni en una combinación de las dos: la Britain y la Modern. En palabras de los artistas: “Nos dijeron: está bien, la mitad en la Tate Britain y la otra mitad en la Tate Modern. A lo que replicamos: ¡Ah, claro, maravilloso! Lo único que tenemos que hacer es contratar un barco de mierda para que suba y baje por el Támesis para ir de un museo al otro”.

El afloje: Gilbert y George son capaces de arrastrar grandes cantidades de público aparte de los visitantes habituales de galerías y museos. Porque constituyen uno de los más extraordinarios espectáculos de arte contemporáneo, uno en el que mezclan arte y vida con tal consistencia que, en algún momento, su trabajo llegó a tener el prestigio que solo alcanzan algunas superestrellas del rock. Y hay algo más que no podemos pasar por alto: Gilbert y George son objeto de un afecto que el público solo suele brindarles a unas pocas y clásicas piezas cómicas: la pareja, que durante sus presentaciones logra con frecuencia hacer que el público se desternille de la risa, establece con el respetable una relación similar a la que este último suele establecer con figuras como los hermanos Marx o Laurel y Hardy (el Gordo y el Flaco) antes que con los popes del arte contemporáneo. No sorprende pues que ninguno de los miembros del dúo se autodenomine como George Passmore o Gilbert Proesch sino como Gilbert y George, a secas.

Hace ya casi cuarenta años que Gilbert y George optaron por, de nuevo en sus palabras, “convertirse” en una escultura que siente el dolor”. Curiosamente, el primer dolor que los dos sintieron fue una enorme falta de reconocimiento cuando no fueron considerados para la primera gran retrospectiva de arte conceptual que se realizó en Europa organizada por el patriarca de las exposiciones de arte contemporáneo: Harold Szeemann. En 1969, al no ser tenidos en cuenta para la exposición Live in Your Head: When Attitudes Become Form (“Vive en tu cabeza: cuando las posturas toman forma”), en la cual se les pedía a los artistas invitados que aportaran cualquier cosa que consideraran podía ser relevante, Gilbert y George decidieron que igual iban a participar. Se maquillaron las caras con polvo color bronce, se pusieron sus inconfundibles trajes estrafalarios y se instalaron en la mitad de la exposición durante toda la ceremonia de inauguración. Aquel fue el primer paso en la creación de una institución británica de atractivo mundial, Gilbert & George, la escultura viviente. Así, a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, iniciaron su muy peculiar y moderada manera de expresar su otredad siguiendo un programa titulado “Arte para todos” donde, entre otras cosas, decían: “Gilbert & George desean dejar muy claro que todo lo que aquí muestran no tiene nada que ver con arte ni con estética... No saben cuánto deseamos que disfruten del espectáculo tanto como los aquí presentes”. Su programa dejaba constancia de tres normas breves para todo escultor: la primera, vestir con elegancia, presentarse bien peinado, mostrarse sereno, ser amable y cortés y jamás perder el control. La segunda, obligar a la humanidad a que crea en uno y cobrarle caro el privilegio. Y la tercera, no angustiarse ni juzgar ni criticar: guardar silencio, ser respetuoso, permanecer tranquilo.

Ya sea solo recorriendo los espacios de la Tate o deteniéndose para observar con más detalle sus imágenes, igual es posible ver la herramienta de bricolaje (“haga usted mismo su propio G & G”) en acción. De hecho, los artistas están equipados para ejecutar su obra con una metodología bien estructurada. Su proceso es sistemático en extremo y su estudio lo constituyen miles de imágenes fotográficas clasificadas con rigurosidad en las que registran sus paseos cotidianos por Londres, recortes de prensa, adquisiciones (por ejemplo, una colección de numerosos crucifijos que ellos alegan están en la actualidad espantosamente subvalorados y menospreciados... del mismo modo que ocurrió con las efigies de Lenin durante las postrimerías del imperio soviético), fotografías de gente en la calle, de amistades, de anuncios y avisos de prensa y, por supuesto, de ellos mismos. Su método coincide con los planteamientos de aquella importante corriente de arte contemporáneo en la cual el papel que desempeña el artista se ve reemplazado por un muestreo de la realidad, en este caso, la realidad cotidiana del East End londinense.
Pero volvamos atrás para comprender mejor cómo comenzó el fenómeno G & G. A finales de la década del sesenta, cuando la pintura fue reemplazada por el concepto y la escultura se tornó minimalista o comenzó a intervenir el paisaje, G & G sustituyeron el objeto o el material escultórico por sus propios cuerpos. Mientras posaban para una foto que acompañaría las esculturas que habían hecho como parte de su trabajo final en la escuela de arte, Gilbert y George decidieron que no necesitaban en realidad de escultura alguna. Así, mientras sonaba la música de Underneath the Arches, (una canción muy popular compuesta por Bud Flannigan en 1931) empezaron a moverse siguiendo la melodía: “Se nos ocurrió que eso sería escultura suficiente” y así nació la primera pieza.
Tras su legendaria escultura musical, los artistas hicieron postales de sí mismos in situ y luego enviaron por correo la escultura-postal a amigos y galeristas. En medio del proceso, produjeron además una serie de esculturas textuales, muy divertidas y llenas de humor, sin dejar de realizar aquellas representaciones en las que ellos mismos eran la escultura principal. Sin embargo, con el paso tiempo, el objeto volvía convertido en una serie de hermosas fotografías en blanco y negro, muy bien enmarcadas, que luego a su vez se transformaban en las famosas imágenes reticuladas, a saber, los collages de fotos pintadas a mano, de impecable diseño y magnífica factura, aunque con frecuencia ejecutadas con truculencia. A pesar de que quizá se les conoce mejor por su imaginería escatológica y sexualmente explícita, su obra no pasa por alto asuntos como la muerte, la esperanza, la vida y el miedo durante la década de los ochenta. Entre sus más recientes tópicos cabe mencionar la lucha de clases, la política y fotografías de jóvenes prostitutos. Gilbert y George utilizan los detalles específicos de la vida social en el East End y de la vida homosexual urbana británica en general, filtrados a través de su experiencia personal, para crear luminosos vitrales contemporáneos.

Aunque G & G nunca han aceptado hablar de su vida personal, los morbosos tabloides ingleses y el público asumen que son amantes. Hace un par de años aceptaron –en una entrevista en el Daily Telegraph–, que lo suyo fue “amor a primera vista”. En todo caso, su arte es sobrexponerse como sujetos de sus propias obras lo que, a todas luces, resulta fascinante para la avidez de los espectadores. Lo suyo, claro está, trasciende lo meramente sexual o las referencias a su condición de homosexuales y se inclina, más bien, a cuestionar al arte desde dentro, desde el sujeto mismo, convirtiéndose ellos en sus propias obras. Así quedó consignado en un largometraje realizado entre 1980 y 1981 titulado World of Gilbert & George (El mundo de Gilbert y George) en el que vemos tomas de sus propias representaciones al lado de un muestrario sombrío de imágenes del Reino Unido de la época y una secuencia dedicada al vomitivo pudín inglés con crema. Las imágenes y el sonido de la película le recuerdan al visitante de la muestra de la Tate que las raíces de esta obra están hundidas en el performance pero son la identidad de este dúo inseparable de artistas de una fuerza y energía fuera de lo común. Un dúo que ha influido de manera radical en el arte contemporáneo.