La ronda del Sinú, uno de los pasajes más activos que tiene Montería gracias a su recuperación arquitectónica.

Montería, Córdoba

En la ronda del Sinú

La ciudad no tiene salas de exposición ni teatros, ni museos, y la Casa de la Cultura parece un adorno a punto de desaparecer. Los artistas, que no son pocos, se han acostumbrado al arte en cualquier parte.

Mauricio Builes
18 de diciembre de 2007

El día que llegué a Montería iban a meter preso al Alcalde, medio pueblo estaba en el aeropuerto para recibir al ganador del programa Factor XS, un hombre se ahogó en el río Sinú y el dueño del único bar de rock de la ciudad decidió cerrarlo para siempre. Así estaban las cosas a mi arribo a la capital nacional de la carne y al único lugar en Colombia en donde es obligación para los estudiantes asistir a un curso de Sinuanología. Pero también me dieron una sentencia, sencilla pero sentencia al fin y al cabo: “La cultura de Montería la encuentras en Cereté”.
Esa frase me la repitieron en el aeropuerto, en el taxi y en el hotel. Con tan solo 30 minutos en la ciudad ya me preguntaba si era mejor idea irme para el municipio vecino. Pero la tarea era clara: cultura en Montería, capital de Córdoba.
“Bueno, tal vez encuentres algo... ve y camina por la Ronda del Sinú”, me dijo un voceador de periódicos al referirse al nuevo paseo peatonal de más de veinte cuadras en las riberas del río. Un paseo inesperado. Montería es una ciudad calurosa, desordenada y plana. Y lo último que se espera es encontrar un espacio público con setos perfectamente diseñados, ciclorrutas arborizadas, iguanas enormes, micos y pájaros silbadores. Cada dos cuadras hay heladerías, cafés, restaurantes y salas de internet. Y es allí, sin duda, donde está, resumida, toda la cultura cordobesa. Cuatro veces al año la Fundación Musac organiza exposiciones artísticas, los teatreros la utilizan para sus presentaciones y los mimos trabajan bajo los árboles.
Fue en la Ronda donde me encontré a Toño Cardona, un hombre de cuarenta y tantos años, con el cabello recogido en forma de cola de caballo y con un maletín de cuero lleno de hojas sueltas. En esas hojas aparte de poemas escritos a mano también había cartas dirigidas a la Secretaría de Cultura del departamento. Toño es un animoso de la cultura y es un buen personaje para comenzar mi tarea. “Claro que aquí tenemos Cultura”, me dijo mientras sacaba un teléfono celular del maletín, “espera yo hago unas llamadas para que te des cuenta”.
Al cabo de un rato fueron llegando hombres y mujeres, jóvenes todos, que me hablaron de talleres literarios en las calles, de los cuadernos de poemas que algún día esperan publicar, de obras de teatro en los patios de las casas y de exposiciones de arte contemporáneo en marqueterías. Esa es una realidad que nadie se atreve a negar: la cultura de Montería no tiene recintos.
Dentro de ese grupo de muchachos estaba Estela Pérez o “Estrella”, una mujer con muchas historias y novio extranjero. Me contó que hasta hace poco era la dueña del bar más famoso de la región. Se llamaba Makondo y era el único espacio para exponer el reverso de la cultura: se escuchaba música finlandesa o árabe, se recitaban poemas de Walt Withman y se bebía cerveza importada. “Lo cerré porque las vecinas no aguantaron”, me dijo, pero me prometió que volverá a abrirlo el año entrante. La república de las vacas necesita de extravagancias.
Claro que si de cosas raras se trata, también me enteré de una marquetería en pleno centro de la ciudad en donde hacen exposiciones de arte contemporáneo, sirve como galería y hasta se presentan obras de teatro. Su dueña es Mónica Jaramillo y una tarde me la encontré en la oficina de la Secretaria de Cultura del departamento (el municipio como tal no cuenta con esa dependencia). Llegué hasta allí para preguntar por cifras y presupuesto, y Mónica, que pedía apoyo para un evento, me invitó esa noche a su marquetería para que conociera “el verdadero espíritu de la cultura en Montería”.
Las cifras, como suele suceder en la cultura, son decepcionantes. Luisa Fernanda Fhar, la secretaria, me propuso que para evitar el lloriqueo al ver saldos en rojo, mejor me mostraba la cantidad de cd y libros que esta administración se ha propuesto rescatar. Sacó de un cajón decenas de ellos y me contaba la historia de cada artista: “Como ves, aquí hacemos mucho por la cultura”, me dijo la funcionaria, “esta no es solo la capital carnicera del país, también debería llamarse la capital cultural”, la mujer emocionada olvidaba que se trataba de una capital sin teatros, museos y galerías.
Ese mismo día fui a visitar al periódico de la región, El Meridiano de Córdoba. No solo me había llamado la atención el suplemento cultural de los fines de semana, sino que creía que los periodistas encargados de la página diaria de cultura me serían de gran ayuda. Por lo menos tendría una visión más amplia y objetiva de la cosa. Pero hubo sorpresas. En Montería hay un solo periodista cultural y escribe sobre eventos a los cuales no puede asistir. “Hombre, estoy jodido”, me dijo Carlos Marín, “es que estoy encargado de otra página en el periódico y esa me quita todo el tiempo”. Le pedí entonces que me recomendara alguna guía cultural o un suplemento donde me enterara de algún acto. Su respuesta fue más jodida: “En la ciudad no tenemos guías ni nada de eso... cuando saco algo en la página es porque me llaman y me cuentan”. Me sugirió, eso sí, el Túnel, un grupo literario con casi treinta años de existencia y que además cuenta con un periódico cultural, pero agregó que no estaba seguro de si aún tenía circulación.
Al otro día, José Luis Garcés, su director, me dijo que sí. Que El Túnel existe como grupo cultural y como periódico y me regaló una colección de ellos para despejar las dudas. Poemas, fotos de escritores, ensayos y más poemas se reparten las páginas de El Túnel. Sale cada que puede pero el promedio, dice José Luis, son cuatro al año. Me dice, también, que él es un animal extraño: “En tierra de ganaderos aparecer como gestor cultural es una odisea”. Y como gestor entiéndase autor de varios libros sobre cultura cordobesa, profesor de la Universidad de Córdoba, organizador de la semana cultural, director y fundador del taller literario más antiguo del departamento, escritor, poeta y dueño de la colección de libros más grande de Montería. No estuvo de acuerdo con la frase sentenciosa que me dieron de bienvenida a la ciudad; reconoció los logros culturales de Cereté, pero muy serio me dijo que la cultura de Montería está en Montería. Así de simple. Y me retó a que me quedara una semana más en su ciudad.
Pero no lo pude aceptar. En el poco tiempo que me quedaba debía conocer la fama de Cereté. Fama que se resume en la Casa de la Cultura del municipio. No es exagerado lo que dicen. Este pueblo se ha convertido, desde hace más de una década, en un imán cultural. Incluso, algunos eventos artísticos de Montería tiene como sede a Cereté. Cada semana Lena Reza, su directora, organiza exposiciones de pintura, talleres de danza y música, lanzamientos de libros, un recital, cualquier cosa... pero lo que más orgullo le produce es el Encuentro de Mujeres Poetas que cada año por sí solo justifica los 500 millones de pesos que tiene como presupuesto anual la Casa de la Cultura.
La directora me recalca que la administración local solo aporta el pago de los servicios públicos. ¿Y el resto de los millones? “Los amigos de Raúl”, me contestó. No es casual que la Casa lleve el nombre del artista más grande que ha dado el Sinú: Raúl Gómez Jattin. Poeta cuya foto está en todas las columnas de la Casa como si se tratara de un símbolo a la resistencia. Y casi así lo es, me dijo Lena. Su legado ha hecho que muchas personas que lo conocieron y que no viven en Cereté apoyen los eventos culturales locales. Y los que allí viven no solo asisten en masa a cada recital u obra de teatro sino que se saben de memoria un verso de Raúl.
Así lo pude comprobar una tarde en la Ronda del Sinú. Era mi último día en Montería y Alonso Mercado, un teatrero con botas pantaneras, me había invitado a ver el río en un planchón de madera arrastrado por dos chalupas. Habló pestes de la Casa de la Cultura de Montería porque no la prestan para nada, de la inexistencia de emisoras culturales, del premio de teatro que se había acabado de ganar con el Ministerio de Cultura y de sus próximas obras. Luego de unas horas, después de que algunos compañeros suyos ya habían llegado, me puso las manos en los hombros y comenzó a recitarme versos de Raúl, a contarme de la vida de poesía y de locura que llevó hasta la mañana de su muerte hace diez años. Le pregunté que por qué lo emocionaba tanto el poeta y me dijo que porque era su amigo. Los que estaban ahí lo corrigieron: “No era solo su amigo. Era su compinche de locuras, amores y teatro”.
En ese momento me pareció que todos los artistas en Montería también eran compinches de algún modo. Hacen la forma para que la falta de infraestructura no ahogue a tanta expresión artística. Los poetas, los cuenteros, los pintores, los músicos, los mimos o los teatreros decidieron que cualquier espacio se puede convertir en un escenario perfecto para decir que, al igual que el Sinú, la cultura también se desborda en Montería.