El cine que vemos

¡Espectadores al borde de un ataque de nervios!

¿Qué pasa con la cartelera en Colombia? ¿Por qué el público parece condenado a ver lo que se exhibe en Hollywood y nada más? ¿Hay opciones distintas a lo que se muestra? ¿Es verdad que en las otras ciudades puede verse el mismo cine que en Bogotá? En vacaciones, la cartelera parece dejar al público con pocas opciones. Informe especial.

Juan Carlos González A.
24 de julio de 2007

Llegó la temporada de vacaciones de mitad de año y su primera víctima ha sido el cine. Los distribuidores y exhibidores piensan con dedicación en los espectadores de trece años. Y les dedican casi toda la cartelera, desplazando y excluyendo –sin ruborizarse– al público adulto, que se ve a gatas para encontrar algo digno de ver en medio de dubitativos hombres arácnidos, insulsos corsarios caribeños, repetitivos ogros verdes, fantásticos de segunda generación, ratas que cocinan y a Clooney & Pitt robando otra vez. Y eso que al momento de escribir estas líneas no habían hecho aún su aparición los Transformers, los Simpson y Harry Potter adolescente.
A 30 de junio de 2007 se habían estrenado comercialmente este año en Bogotá 84 películas (el conteo es nuestro, pero es muy juicioso). De ellas, el 65% provenían de Hollywood
y muchas eran dignas merecedoras del premio Razzie a la peor película del año: cosas como Déjà vu, Una chica en apuros, Rocky Balboa, Muerte súbita, Masacre en Texas, Sólo amigos, El vengador fantasma, El tirador, Rebeldes con causa, Las tortugas Ninja, una loca película épica y Chicas materiales. Material fílmico intrascendente y prescindible, exhibido aquí como quien lanza una atarraya a ver qué pez incauto atrapa. Y como lastimosamente el adormecido cardumen es grande, entonces los pescadores confirman que su técnica de pesca es efectiva. ¿Para qué usar carnadas suculentas, si con esta basura pican tanto?, concluyen. El resultado es arrollador: el negocio va bien. El cine va mal. Y en vacaciones casi agoniza.
Entendámonos. Sabemos que comprar una película es difícil, que es costoso, que no tiene sentido invertir para no recuperar la inversión. Pero tenemos que recordarles a los distribuidores/exhibidores (la tentación es llamarlos “mercaderes” como en La tía Julia y el escribidor) que su rentable negocio tiene que ver con una actividad artística que debe merecerles siquiera un mínimo de pudor. Recuerden, por las dudas, las palabras de Yuri Lotman, semiólogo soviético, que no por desconocidas dejan de ser contundentes: “El arte no solo transmite información, sino que rearma al espectador por medio de la percepción de dicha información, y así crea su propio público. Una estructura compleja del ser humano en la pantalla hace a las personas emocionalmente más complejas. Y, al contrario, una estructura primitiva crea un espectador primitivo. Este es el poder del arte cinematográfico y en ello está su responsabilidad”. Dirán ellos que, obviamente, la formación de públicos no es su asunto y que ellos presentan lo que la gente quiere ver: sangre, acción, balas, sexo y comedias baratas. Lo demás no vende y no merece ser presentado. El círculo vicioso se hace cada vez más grande y el concepto de cine se desdibuja hasta ser parte del engranaje comercial que incluye combos de crispetas, bebidas y mercancía alusiva a los personajes del filme de moda.
Además es posible que afirmen en una futura carta al correo de Arcadia que estamos siendo injustos y que este año se han exhibido en Bogotá, entre otras, La revelación de Sara, La pesadilla de Darwin, La vida de los otros, Manderlay, Allegro, El arco, La cambiadora de páginas y 5 x 2 (todos los merecidos honores para Babilla Ciné y Cineplex). Y aunque estos filmes son valiosos, no alcanzan a compensar la baja calidad del grueso de la programación, inundada de imágenes que nada aportan y que –es preocupante– le hacen pensar a la gente que ese es el único tipo de cine que existe y que en los demás países es tan poco lo que se produce, que es apenas lógico que solo lleguen a esta capital tres o cuatro películas francesas o españolas al año. En ese orden de ideas el cine escandinavo, africano o asiático (distinto al terror japonés y a Kim Ki-Duk) no existe para el público, persuadido que no hay nada más que hacer sino contar los días que faltan para el estreno de la cuarta parte de Duro de matar.
Pero algo se les escapó a los dueños del negocio. Ellos creyeron que nadie viaja, ni lee comentarios de cine internacionales, ni se entera de que se está presentando en el resto del mundo y pensaron que era posible mantener a todos los espectadores conformes todo el tiempo con la mediocre cartelera que presentan. Grave error, porque los viajeros, los lectores y los inquietos se dan cuenta de que es muy pobre el criterio con el que se selecciona las películas que vemos aquí y que incluso en otras capitales latinoamericanas –Ciudad de México, Buenos Aires, Santiago (ver recuadro)– el panorama es mucho más incluyente y plural. Ni hablar de lo que se ve en Estados Unidos y en Europa, donde aparte del cine comercial que igualmente consumen, tiene acceso a un cine respetuoso, inteligente y vital. De lo anterior se desprende que no todo el cine hecho en Estados Unidos llega acá. Hay unas interesantes corrientes de cine independiente, ejemplificadas en el Festival de Sundance, que nunca vemos, pues carecen de grandes estrellas, requisito que parece ser indispensable para obtener la visa a los teatros criollos.
Otros que también viajan, leen y curiosean son los piratas. Su oferta de cine es interesante y se ha convertido en alternativa (ilícita, obviamente) para el cinéfilo desesperado de aguardar por una película que parece no va a estrenarse nunca. Gracias al buen gusto de los vendedores piratas se puede disfrutar de cine europeo, latinoamericano, asiático y norteamericano independiente mucho antes que nuestros distribuidores se decidan a traerlo al país (si es que pensaban hacerlo). Que no les extrañe, por eso, que cuando al fin estrenan un filme, ya una buena parte de los potenciales clientes lo vio hace meses en video pirata. Se cae de su peso advertir que no estamos estimulando la piratería y que tal práctica nos parece nociva y desleal, pero negar que se ha transformado en un recurso para los cinéfilos sería necio.
Sobre todo para los espectadores que no viven en la capital. Si se fijan, las palabras “Colombia”, “en el país” y “estreno nacional” no se han mencionado aquí para referirse al cine, pues hasta el momento solo hemos hablado de la situación que se vive en Bogotá. En las otras ciudades la situación es otra. Una mucho peor.

Los espectadores de segunda
Cuando en la prensa aparece un titular que dice “Hoy estreno nacional de la película...”, excepto que se trate de una de las inefables megaproducciones comerciales de Hollywood de las que venimos hablando, pueden estar seguros de que el titular puede ser reemplazado sin temor alguno por “Hoy estreno en Bogotá de la película...”. Es un hecho: la arbitrariedad en la exhibición de las películas es asombrosa. ¿No nos creen? Filmes estrenados en la capital en marzo, tales como Violación de domicilio y Hollywoodland, y estrenados en abril, como La vida de los otros, Incautos y Derecho de familia, todavía no se habían estrenado, a 1 de julio, en el remoto municipio de... Medellín. ¿Será que exageramos? La película Todo es por amor, de Thomas Vinterberg, estrenada en Bogotá en junio de 2006, se exhibió comercialmente en Medellín en mayo de este año, ¡once meses después! De los estrenos del primer semestre de este año todavía no se han presentado en la capital de Antioquia dieciséis filmes.
Entonces, ¿se imaginan el tipo de cine que se ve en ciudades más pequeñas? Casi se puede apostar que en estos momentos el 100% de la cartelera comercial se la disputan la segunda parte de Los cuatro fantásticos y las terceras partes de El Hombre Araña 3, Piratas del Caribe y Shrek 3. ¿Cuándo pueden los espectadores de Armenia, Cúcuta, Santa Marta y Neiva esperar el estreno local de Tsotsi, Un año sin amor y La rosa blanca? Probablemente nunca. Ellos son, para los distribuidores, espectadores de segunda categoría, menospreciados y subvalorados por vivir en una localidad intermedia, carentes de derecho alguno –por ese mismo motivo– para disfrutar del buen cine. No somos ingenuos ni ilusos. Sabemos que lo que ocurre es que el número de copias que se traen de películas muy selectas como las mencionadas es pequeño y que solo alcanza a cubrir, inicialmente, la demanda de Bogotá y luego, acaso, la de Cali y Medellín, pero no más de ahí. Esfuerzos individuales como el de la Cámara de Comercio de Pereira (con su programa Cine en Cámara), tratan de paliar un poco la situación, que es terreno más que fértil –lástima– para la piratería abierta y rampante.

The end
Este artículo no va a cambiar el panorama del cine que se ve en Colombia pero, si no se expone la situación, los distribuidores/exhibidores van a pensar que no nos damos cuenta de lo que pasa o que estamos conformes con lo que nos muestran y que queremos más de lo mismo. No. El cine es mucho más que superhéroes, caricaturas y efectos especiales. Los espectadores, cansados, queremos abrir los ojos.