El boom de la música clásica occidental en Oriente

La segunda revolución china

“Hace 200 años fue Europa, hace 100 años Norteamérica y hace 50 años Japón. Ahora es la China”, dijo Lang Lang, uno de los más famosos músicos clásicos de hoy. Y es cierto: China está produciendo genios musicales por docenas, y ha inundado las salas de concierto de Occidente con sus deslumbrantes virtuosos de la interpretación. Arcadia explica los orígenes y la extraordinaria magnitud de este fenómeno cultural.

Andrea Baquero
20 de junio de 2007

Es probable que si usted entra a cualquier tienda especializada en música clásica a preguntar por una suite de Bach, le ofrezcan la última grabación de Jian Wang; o si quiere comprar los Scherzi de Chopin, le propongan un cd de Yundi Li.
Y es que todo el mundo sabe que China exporta miles de millones de mercancías, manufacturas a bajo costo, carros baratos y hasta seres humanos que se convierten en mano de obra semiesclava a lo largo y ancho del planeta. Pero muchos desconocen que el país más poblado del mundo, con 1.321.851.888 habitantes, está penetrando prácticamente todas las áreas de la música clásica en Occidente, y que sus intérpretes han encontrado un hogar en las universidades, salas de conciertos, estudios de grabación y conservatorios occidentales.
Hasta hace apenas diez años, esos privilegiados lugares eran ocupados por inmigrantes rusos, coreanos y japoneses que estaban al frente de secciones de cuerdas las más importates orquestas de Occidente: Vladimir Horowitz, Mitsuko Uchida, Sviatoslav Richter y Vladimir Ashkenazy, entre otros, eran reconocidos como los grandes pianistas del mundo. Sin embargo, las cosas han cambiado. Con la apertura del gigante de Oriente en el último decenio, los intérpretes de música clásica crecen en cantidad y en calidad a la misma velocidad que su economía.
Yu Long tiene cuarenta y dos años, nació en Shanghai y podría ser llamado uno de los puntales de la revolución cultural de la música clásica en la China. Long ha dirigido las filarmónicas y sinfónicas de Berlín, Budapest, Montreal, Cannes y se ha presentado en cientos de escenarios de todo el mundo. Un reciente artículo aparecido en The New York Times decía que después de cincuenta años de revolución cultural, marcados por el encierro y la construcción de un imperio cultural, la gente estaba “sedienta por tomársela toda”. Su historia, como la de muchos músicos que aparecerán en este reportaje, comienza por encanto. Un día de 1976, su abuelo se le acercó con una “sonrisa misteriosa” y puso una grabación de la Sinfonía No. 40 de Mozart. “De repente me sentí en otro mundo. Decidí salir del país y estudiar. Se abrió un nuevo mundo para mí”.
Algo parecido le ocurrió al director principal de violas de la orquesta sinfónica de Chicago, Li-Kuo Chang, que creció con uno de los pocos talentos con los que un chico podía escapar del duro trabajo en el campo, a donde se enviaron millones de niños a labrar la tierra con los campesinos: la música. “Esa era la forma para salvarse de ser llevado a trabajar en una granja o en una fábrica”. Lo dice con conocimiento de causa: hace treinta y cinco años el Partido Comunista Chino estaba tratando de eliminar la música clásica occidental. Pero hoy las cosas han cambiado. La música clásica es considerada un componente esencial de su cultura que se proyecta hacia el futuro, prometiendo convertir a China en una potencia mundial.
Y lo prueban unas cifras apabullantes: hoy hay en China unos treinta millones de estudiantes de piano, diez millones de estudiantes de violín y, según las cifras de la Asociación de Músicos de la China, en los conservatorios se inscriben aproximadamente doscientos mil estudiantes al año, contrario a lo que pasaba en los años ochenta, cuando apenas se inscribían unos cuantos centenares.
Las historias de niños prodigio abundan en este país. Tal es el caso del reconocido pianista Lang Lang, de veinticuatro años, quien a sus cinco ya había ganado más de treinta concursos en Alemania, Japón y China. Lang Lang cuenta que comenzó sus estudios de piano clásico a los dos años, después de escuchar en Tom y Jerry la Rapsodia Húngara No.2 de Franz Liszt, aunque “en ese entonces no sabía quién era este compositor”.
Una nueva camada
El conservatorio de Beijing se ha convertido en una fábrica de exportación de virtuosos como el clarinetista Wixiong Wang, quien con dieciséis años ya ha ofrecido conciertos en el Carnegie Hall de Nueva York, o el mismo Lang Lang: “Yo no tendría una carrera como la que tengo de haberme quedado en China. China es excelente para lo básico, para niños. Somos muy disciplinados. Tenemos grandes tradiciones, pero no tenemos la clase de tradición que existe en la Julliard School o en Curtis. El piano no es solo el talento. También es tradición”.
Al migrar, muchos de estos niños prodigio se convierten pronto en músicos destacados. Un ejemplo es el compositor Tan Dun a quien se le encargó la dirección de la orquesta Filarmónica de Nueva York para una obra de su compatriota Lang Lang.
Pero los chinos no solo están al servicio de las orquestas o los instrumentos de la música clásica occidental. Huang Ruo es un reconocido compositor y su concierto para violonchelo People Mountain People Sea es un ejemplo de las fusiones que están produciendo los orientales. Ruo empleó para esta obra las técnicas de composición occidentales y los timbres de los instrumentos chinos. “Yo uso notación estándar, pero los glisandos fuera de tono están por todas partes. En China, nunca se habla de ‘afinado’ o ‘desafinado’. Creo que es un concepto muy occidental”.
Huang Ruo pertenence a una nueva generación. Creció en una China “donde la gente comenzó a usar bluyines y escuchaba a Bach al mismo tiempo que canciones de pop. Podía ser Michael Jackson o los Beatles. La música de Stravinsky llegó a China. Recuerdo haber escuchado The Rise of Spring y pensar ‘Huy, nunca había oído algo así antes’. Por eso para mí no hay diferencias, no hay jerarquía”.
Como muchos de sus coterráneos, Huang Ruo llegó a Estados Unidos en 1995 después de ganar el premio Mancini en Suiza y otro concurso en Ohio. Ruo es un buen ejemplo de las consecuencias de la ley de un solo hijo que impera en la China, y que hace que los padres busquen darle la mejor educación posible a su único hijo. Así, los niños son introducidos al mundo de la música desde muy temprano, ya que estudiar un instrumento es un valor agregado en un sistema escolar altamente competitivo. Cada vez más familias pueden pagar las clases de música, y esto ha convertido la enseñanza musical en una carrera lucrativa.
Y lo es por razones que quizá escapan a los intereses de los melómanos, pero que importan cuando sobrevienen cambios radicales en los sistemas económicos. Los intérpretes de música clásica son reconocidos como celebridades en China. Tal es el caso del joven pianista Yundi Li, 25, quien hizo un comercial para Nike grabado en Beijing en 2005, y uno para SZTV (televisión de Shenzhen), entre otros. Yundi Li habla sobre la música clásica occidental en China: “No había mucha música clásica occidental cuando yo estaba creciendo allá. En 1990 el país no era todavía tan abierto. Pero desde ese entonces, se ha desarrollado muy rápidamente”.

El mundo es chino
Para este año los conservatorios de Estados Unidos indican altas cifras de estudiantes de nacionalidad china. En Curtis, siete de cada veinte estudiantes de piano son chinos. En el concurso más reciente de piano de Van Cliburn en 2005, ocho de los treinta y cinco participantes venían de China, mientras que en el 2001 había solamente tres, y en el 1991 solamente había uno.
Las aplicaciones del conservatorio de música de New England se han duplicado en los últimos tres años y actualmente en la escuela de música de Eastman en Rochester hay aproximadamente cien estudiantes chinos, mientras que en la década de los noventa había solo cincuenta.
Los conservatorios de la China están llenos de estudiantes, las provincias necesitan salas de conciertos y piden a gritos orquestas. Actualmente está en construcción el Gran Teatro nacional de Beijing que se abrirá al público en 2008 con motivo de los juegos olímpicos. Este teatro diseñado por el francés Paul Andreu, tendrá cabida para 2.416 personas en la casa de la ópera, 2.017 puestos en la sala de conciertos y 1.040 sillas en el teatro.
Y es que China, además de ser un país que innova en diseños de teatros musicales, cada día produce más intérpretes y está abriendo espacios para la música occidental. De hecho, es el primer productor de violines y pianos del mundo y estos instrumentos llenan los cargamentos que vienen hacia América y Europa.
Colombia, además de recibir instrumentos fabricados en China, empieza a recibir intérpretes. En la academia musical Piccolo de Bogotá que actualmente tiene 150 estudiantes, hay dos alumnas de ascendencia china, que, según sus maestros de piano y violín, son estudiantes que muestran resultados inmediatos. Miyer Garvin, el maestro de piano de una de ellas, explica que su alumna es muy disciplinada. “Ella realmente se centra cuando estudia, es una niña verdaderamente productiva”. Sin embargo, todavía falta para que las cifras de migración de músicos chinos en Colombia se parezcan a las de Estados Unidos o Europa.
Joseph W. Polisi, el presidente de Julliard, dice que “no hay duda de que el talento está allá”, y las escuelas de música estadounidenses, no contentas con la cantidad de chinos que en los últimos años han arrasado en los concursos y ocupan las vacantes de las orquestas, van hasta el país oriental a reclutar nuevos talentos.
La música clásica occidental comenzó su florecimiento en la República Popular China durante el siglo xx en la década de los años setenta. La música occidental reapareció en la escena oriental con impacto, y los músicos chinos están migrando hacia Estados Unidos y Europa, pero la verdadera pregunta la puso sobre la mesa Joseph W. Polisi de Julliard: “El compromiso hacia la música occidental definitivamente está allá, pero ¿ese talento estará preparado para absorber lo que tenemos acá?”.