Brasil en Bogotá 39

Populares, recios y dementes

Los cuatro escritores brasileños invitados al encuentro literario de Bogotá representan un nuevo aliento en la narrativa que en Colombia es poco conocida. Después de Rubem Fonseca, ídolo en el país, estos son los puntales de una literatura rica y diversa.

Miguel Conde.
22 de agosto de 2007

Varios autores nuevos, muchos de ellos publicados por grandes editoriales, activaron en este comienzo de siglo la vida literaria de Brasil, restableciendo debates que fueron sofocados durante la dictadura y que permanecieron adormecidos en las décadas de 1980 y 1990. Los cuatro escritores brasileños escogidos para el encuentro Bogotá 39 son representativos de la vitalidad de esta nueva literatura. João Paulo Cuenca, de 29 años, Adriana Lisboa, de 37, Santiago Nazarian, de 30, y Veronica Stigger, de 34, integran una generación que ha construido diferentes estilos narrativos, muchas veces marcados por el diálogo entre lo erudito y lo popular. De los cuatro, es Adriana Lisboa quien ha tenido hasta ahora el mayor reconocimiento crítico: fue nominada en el 2004 al Jabuti, el premio literario más tradicional del Brasil, y en el 2003 ganó el Premio José Saramago, concedido cada dos años a jóvenes escritores en lengua portuguesa. La delicadeza –señalada siempre como el atributo central de su obra– asume en los textos de Lisboa un sentido ambiguo. Apunta al mismo tiempo hacia el lirismo de su escritura, atenta a los pequeños detalles, y también hacia la fragilidad de los destinos de sus personajes, siempre enfrentados a las fuerzas del azar. Su narrativa está atravesada por una gran tensión emocional; parece movida por momentos de conmoción que las palabras no llegan a expresar por completo, y que quizá evoquen el éxtasis de los poemas de Emily Dickinson, una referencia importante para esta escritora.

La introspección, que la ficción moderna más tributaria de Marcel Proust y James Joyce tomaba como punto inicial de minuciosas exploraciones psicológicas, en los libros de Adriana Lisboa remite inmediatamente al exterior, a las pequeñas escenas o episodios que constantemente viven sus personajes. Un fragmento de Rakushisha, su más reciente novela, ofrece una ilustración casi didáctica de ese universo ficticio. “Haruki notó que perdía algo, y miró automáticamente hacia atrás, para ver si encontraba el pedazo de sí caído en el andén. Pero era el instante el que se desvanecía como una cuchara de sal dentro del agua. Y Haruki agitaba la cucharita y desvanecía el instante, porque no podía ser diferente –si no matamos las epifanías ellas nos matan–, y cruzaba la calle en la dirección familiar de la entrada del metro”.

El libro dialoga con la obra del poeta japonés Matsuo Basho. En los haikús de Basho, Lisboa dice encontrar una poética de la simplicidad que ella misma intenta desarrollar en su escritura. Por esta misma razón, abordó los textos del poeta brasileño Manuel Bandeira, que fueron el tema de su tesis de maestría y que terminaron por convertirse en su novela Un beso de Colombina (2003). La búsqueda de la belleza en los pormenores ya estaba presente en Sinfonía en blanco (2001) y en Los hilos de la memoria (1999), su primer libro. Lisboa es también la autora de un libro infantil: Lengua de trapos (2005), y de Caligrafías (2004), una compilación de narraciones cortas que oscilan entre el cuento y la poesía.

João Paulo Cuenca es el otro escritor carioca de la “delegación” brasileña. Este economista fue también guitarrista de una banda de música surf y escribió en el blog “Folhetim Bizarro” cuando publicó en una revista un cuento que llamó la atención de autores y editores brasileños. “Baile perfumado” es una historia sobre dos jóvenes de clase media que deciden asistir a uno de los catárticos bailes funk de las favelas de Río de Janeiro. El contrapunto entre la modorra de las vidas burguesas del narrador y de su amigo, y la noche de cocaína y sexo en el baile, constituye una narrativa pungente, con visos de manifiesto generacional: “Esta generación es extraña, Jazz. Las mujeres sienten vergüenza de follar, las personas sienten vergüenza de publicar, y no recuerdo haber visto a nadie espontáneo en los últimos cien años”.

El primer libro de Cuenca, Cuerpo presente, publicado en el 2003, confirmó su tendencia a la crítica de costumbres: “Me gustaría escribir algo como ‘las grandes cabezas de mi generación’, la cual es una estirpe de bichos quejumbrosos. Miro sus ojos y solo veo el reflejo del vacío en cada uno de nosotros, entre lentes con marcos gruesos, orejas aplastadas por cabellos teñidos de rubio, en diarios de la red, programas de auditorio y sofisticadas sesiones de cine”, escribe Alberto –el narrador–, quien deambula por una Copacabana espectral al lado de Carmen, la única “que sobrevive sin pudor, caminando desnuda por esa necrópolis sin fin”. Los personajes de Cuenca buscan la redención en medio de un silencio que, al contrario de aquel temido por Pascal, es extremadamente terrenal, pero no por ello menos aterrador. Como cronista de O Globo, uno de los principales periódicos brasileños, Cuenca ha comentado la ruidosa cotidianidad carioca. Su segunda novela se publicará este año.

Santiago Nazarian es el más prolífico de los nuevos escritores brasileños: ha publicado cuatro libros en los últimos cuatro años. Por lo tanto, el escritor señala que a veces su obra es eclipsada por su biografía nada libresca: fue barman en un bar de Londres, escribió cuentos eróticos para una disco-sexo y tocó los teclados en una banda de glam-rock.

De joven, Nazarian tuvo una fase gótica, y algo de ese romanticismo exacerbado, al mismo tiempo melancólico y deliberadamente kitsch, está presente en toda su obra, desde Olívio (2003), su primera novela. Premiado en el concurso de la Fundación Conrado Wessel, este libro –según el propio Nazarian–, se basa en las experiencias que vivió en los burdeles de Curitiba. Su gusto por los extremos se hizo aún más evidente en La muerte sin nombre (2004), cuya narradora, definida como una suicida en serie, moría al final de cada capítulo. Su siguiente libro, Feriado de mí mismo (2005), es narrado por un escritor que pasa la mayor parte del tiempo encerrado en un apartamento. Enfrascado en sí mismo, el personaje comienza a sospechar que hay un intruso en su residencia. La investigación de esta invasión conduce a una especie de antithriller cargado de homo-erotismo. Descrito en la carátula como psicodélico, su siguiente libro, Masticando humanos (2006), es una novela de formación narrada por un caimán que vive en las cloacas de una metrópolis. El libro marca una inflexión ligeramente juvenil en la prosa de Nazarian. Lo que se torna singular en la reciente ficción brasileña no es, como quisieran algunos críticos, su narrador reptil, sino el pastiche del estilo propio construido por Nazarian, una mirada irreverente sobre la escritura que pocos escritores jóvenes son capaces de lograr.

Pastiche, parodia, autoironía y metalenguaje son procedimientos comunes a Veronica Stigger, oriunda del sur de Brasil, como lo sugiere el título de su primera novela: Lo trágico y otras comedias (2003), publicada originalmente en Portugal. Stigger es quizá la escritora más anarquista de los cuatro. Esta doctora en crítica del arte dice haberse inspirado en las vanguardias que surgieron a comienzos del siglo xx –futurismo, surrealismo y dadaísmo–, para escribir lo que denomina como los cuentos de su libro Gran cabaret demencial (2007), narrativas que asumen la forma de poemas, piezas teatrales, anuncios publicitarios, etcétera.

“Lo que puedo decir es que, como escritora –pero también como lectora–, me interesan sobre todo los textos literarios que cuestionan la literatura, los textos que parten justamente de una indagación sobre qué es literatura, y que se atreven a ir más allá de lo que nos dice el sentido común. Si hay una reacción que espere de los lectores que leen mis cuentos, es que se pregunten a sí mismos o a quien está a su lado, si se trata de literatura”, declaró en una entrevista concedida a O Globo.

Stigger explora en sus narraciones no solo los límites de lo literario, sino también los del buen gusto, con historias sobre una mujer que se mutila cruelmente durante un paseo automovilístico, o de una pareja pobre que se va a vivir al intestino de un amigo. La historia sobre una mujer engullida por una escalera eléctrica surgió tras leer una noticia en la prensa. Un texto que le encargaron sobre Martha Suplicy, la entonces alcaldesa de São Paulo, se transformó en una fábula escatológica poblada por una “miñoca” (animal fantástico que según la creencia popular, tiene la forma de una lombriz enorme y a la que le atribuyen toda suerte de maleficios), que se introduce por las cavidades rectales, y su antagonista, la “Ballena sin culo”. Sus textos, en los cuales todo parece deliberadamente raso, destituido de profundidad, sugieren un comentario sobre la vulgaridad de nuestra época. La oposición casi simétrica de su escritura a la delicadeza de la obra de Adriana Lisboa es otra señal de la diversidad de la nueva literatura brasileña.